Santa Hildegarda es una de las figuras más fascinantes y multifacéticas de la cultura Occidental Europea y sin embargo, una gran desconocida. El 7 de octubre 2012, el Papa Benedicto XVI la nombró Doctora de la Iglesia, ultima de las únicas cuatro mujeres con tan ilustre título.
Monja abadesa del siglo XII (1098 – 1179), vivió en plena Edad Media, cuando las mujeres eran irrelevantes. Pero ella fue una extraordinaria excepción. Tuvo el privilegio de ser la única mujer a quien se le permitió predicar en iglesias y plazas públicas. Y ese fue sólo uno de sus méritos…
Fue escritora, compositora, poeta, dibujante, naturalista, boticaria, médico, fundadora de conventos, teóloga, predicadora y exorcista. Fue incluso taumaturga, es decir, obraba milagros. Desveló los secretos de la creación, la redención y la relación entre todas las obras creadas. Con su legado nos dejó guías de conducta para alcanzar la vida eterna y se ocupó de otros temas tan variados como el funcionamiento del cuerpo humano, sus enfermedades y remedios. Sus libros teológicos tienen la frescura de lo verdadero e inmutable y sus volúmenes médicos demuestran ser fuente de salud incluso en nuestros días.
Fue escritora, compositora, poeta, dibujante, naturalista, boticaria, médico, fundadora de conventos, teóloga, predicadora y exorcista. Fue incluso taumaturga, es decir, obraba milagros.
El Papa Juan Pablo II dijo de ella: «Enriquecida con particulares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hildegarda profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes. Escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre el hombre y la Redención».
El Papa Benedicto XVI le dedicó dos audiencias y la definió así: «Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de profetas del Antiguo Testamento. Expresándose en las categorías culturales y religiosas, interpreta las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida. Sus visiones místicas son ricas en contenidos teológicos. Hacen referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación y usan un lenguaje poético y simbólico».
Visionaria
El misticismo de Santa Hildegarda no es de éxtasis, sino que “permanece siempre en su propia realidad, aun cuando lo sobrenatural irrumpe en su vida”, en sus propias palabras.
Escribía sus manuscritos en latín y alemán. Su obra ha sido cuidadosamente estudiada especialmente por monjes Benedictinos y especialistas en profecías y mística medieval. Cuando Benedicto XVI dedicó catequesis a figuras femeninas de la Iglesia, el primer modelo que escogió fue precisamente el de esta polifacética Santa. Los estudiosos coinciden en que no era una niña normal. Ya desde pequeña, veía más allá de lo sensiblemente visible. Ella misma lo describió: “Desde niña, concretamente desde los cinco años y aún hoy, siempre he experimentado misteriosamente en mi interior la fuerza y el misterio de esas ocultas y misteriosas facultades de visión”.
Un detalle de su personalidad es que no se dejaba intimidar por reproches, pero tampoco se dejaba engatusar por alabanzas. En sus escritos recoge la experiencia de su primera visión: “A los tres años vi una luz tal, que mi alma tembló, pero debido a mi niñez nada pude proferir acerca de esto. A los ocho años fui ofrecida a Dios para la vida espiritual y hasta los quince vi mucho y explicaba algo de un modo muy simple”.
Entró de niña a la vida religiosa pero no revelaba las visiones a sus compañeras de clausura. Mas mayor, las narró al monje Guiberto de Gembloux y a Jutta de Sponheim, su maestra de oración y trabajos manuales. Poco a poco su fama trascendió. Empezó a escribir sus revelaciones en 1141 con el, título “Vida y visiones”. El libro resume los 30 años que Hildegarda vivió en Disibodenberg (Alemania) dedicada a la vida benedictina. Su impacto fue notable en varios niveles y su influencia muy destacable y admirada hasta nuestros días.
Vida intensa
Los rasgos de esta doctora de la Iglesia, son contradictorios. Por una parte, es extremadamente racional mientras por otra, según sus palabras, no busca nunca atajos ni se engaña. Se define como una persona que “examina y analiza los problemas”. Se considera muy equilibrada. Dice de si misma: “lograba mantener la misma fuerza de ánimo tanto en los tiempos de alegría como en los de sufrimiento”.
Santa Hildegarda nació en 1098 en Bermersheim (Alemania). Fue la última de diez hijos de un matrimonio de la nobleza. Sus padres consideraron que la niña debía ser dedicada al servicio de Dios, como «diezmo». Con sólo tres años comenzó a tener visiones que continuaron durante toda su vida. A los ocho años, encomendaron su formación a la monja Jutta, hija de los Condes de Spannheim. Ambas vivían en una pequeña casita adosada al monasterio de los monjes benedictinos fundada por san Disibodo en Disibodenberg. Jutta instruyó a la niña a recitar el Salterio, la enseñó a escribir y leer. La reputación de santidad de Jutta y su alumna pronto se extendió por la región y otros padres ingresaron a sus hijas en lo que se convertiría después en un pequeño convento Benedictino adjunto al Monasterio masculino. Con sólo 15 años, Hildegarda profesó sus votos de monja. Tuvo visiones constantes, aunque solo informó inicialmente a Jutta. Mucho mas tarde, se las relató al monje Volmar, que fue su preceptor, confesor y su secretario escriba hasta su muerte en 1173. Cuando Jutta murió, Hildegarda, con 38 años, fue elegida abadesa de la comunidad, cargo que ocupó toda su vida. En el año 1141, Hildegarda comenzó a escribir su obra principal, Scivias, (Scire Vías Domini, Vías Lucís o Conoce los Caminos), obra que tardó diez años en completar (1141-1151). Hildegarda tenía dudas sobre si escribir o no sus visiones y recurrió a San Bernardo de Clavaral, fundador de monasterios y uno de los grandes doctores de la Iglesia. Mantuvo con él una fluida relación epistolar. Cuando el Papa Eugenio III viajó a la región, el Arzobispo de Maguncia, le presentó el volumen de Scivias con las visiones de Hildegarda. El Papa designó una comisión de teólogos para examinarlos y tras recibir el informe positivo, dictaminó que eran de inspiración divina. Incluso llegó a leer partes del libro en el Sínodo. El Papa dictaminó: «Sus obras son conformes a la fe y en todo semejantes a los antiguos profetas» y escribió a la monja instándola a continuar sus escritos, animándola y autorizando la publicación de sus obras. Una aprobación tan señalada era el reconocimiento oficial de que la labor de Hildegarda estaba inspirada por Dios. Entonces la monja, llevada por una enardecida pasión, se apresuró a poner sus palabras y por escrito. Así se convirtió en una de las columnas más firmes de la Iglesia.
Teóloga y escritora
Entre 1158 y 1163 escribió Liber Vitae Meritorum, y entre 1163 y 1173 su Liber Divinorum Operum, considerados, junto con el Scivias, las obras teológicas más importantes de Santa Hildegarda. Otra de sus obras es Lingua Ignota formada por unas 1000 palabras y Litterae Ignotae, un alfabeto de 23 letras. Se conservan casi 400 cartas a personas de toda índole que acudían pidiéndole consejo para resolver sus conflictos. De ellas, 145 están recogidas en la Patrología Latina de Migne. La Santa escribió cartas a Papas, cardenales, obispos, abades, reyes y emperadores, monjes y monjas, hombres y mujeres de todas clases tanto alemanes como extranjeros. Existen cartas cruzadas con dos Emperadores, Conrado III y su hijo, Federico Barbarroja; con Papas, Eugenio III, Anastasio IV, Adriano IV y Alejandro III; con el Rey inglés Enrique II y su esposa Leonor de Aquitania. También con nobles, cardenales y obispos de toda Europa, a quienes aconsejaba y si era necesario reprendía. Era escuchada por todos y se convirtió en una referencia moral de su época. Completan su obra una serie de tratados menos conocidos: Solutiones Triginta Octo Quaestionum (Respuestas a 38 preguntas), Expositio Evangeliorum (Explicación del Evangelio), Explanatio Regulae S. Benedicti (Regla de San Benito), Explanatio Symboli S. Athanasii (Símbolo Atanasiano) y varias Biografías de Santos como: Vita Sancti Ruperti, Vita Sancti Disibodi…
Compositora y científica
Además de elaborar tres obras maestras de Teología, la Santa tenía dotes musicales y fue compositora de decenas de partituras litúrgicas para la misa. Se conservan mas de 70 obras con letra y música, himnos, antífonas y responsorios, recopiladas en la Symphonia Armoniae Celestium Revelationum, (Sinfonía de la Armonía de Revelaciones Divinas), la mayoría editadas recientemente, así como un auto sacramental cantado, titulado «Ordo Virtutum». También fue una brillante científica. Entre 1151-1158 escribió su obra de medicina con el título: Liber Subtilitatum Diversarum Naturarum Creaturarum (Propiedades naturales en la naturaleza). En el siglo XIII fue dividido en dos textos. “Physica” (Historia Natural), también conocido como Liber Simplicis Medicinae (Medicina Sencilla), y “Causae et Curae” (Problemas y Remedios) y Liber Compositae Medicinae (Medicina Compleja).
Fundadora de Conventos
Santa Hildegarda de Bingen fundó dos conventos, al otro lado del Río Rin de donde ingresó de niña. Su fama hizo que su comunidad creciera tanto que tomó la decisión de establecer a sus monjas en un monasterio propio, independiente de la Abadía de Disibodenberg. Para esto, fundó un nuevo convento en Rupertsberg. Fue el primer monasterio autónomo de monjas, pues hasta entonces siempre habían dependido del de varones. Los monjes de Disibodenberg se opusieron al traslado, pues veían disminuidas las rentas y la influencia de su monasterio pero la tenacidad y energía de Hildegarda venció las dificultades. El nuevo monasterio, siguió atrayendo numerosas vocaciones y visitantes. Creció tanto el número de novicias que hubo que buscar mas espacio. En Eibingen, otro convento había sido abandonado debido a las guerras del Emperador Federico contra Barbarroja. La Santa consiguió adquirirlo y reformarlo como su segundo convento. Originariamente fundado por una dama noble, se convirtió en residencia de 30 hermanas a las que la Santa visitaba dos veces por semana. Murió acompañada por sus hermanas en Ruperstsberg, monasterio que hoy ya no existe. Las reliquias de la Santa erudita se conservaban en la iglesia de Eibingen y existe una Fundación que se ocupa de divulgar su extenso legado.
Viajera predicadora
A instancias de sus superiores, Hildegarda realizó cuatro grandes viajes fuera de los muros del convento (entre 1158 y 1171), a lo largo de los ríos Rin, Nahe, Meno y Mosela. Viajando, continuó escribiendo. Además predicaba en iglesias y abadías sobre los temas que más urgían a la Iglesia: la corrupción del clero y el avance de la herejía de los Cátaros. En su tercer viaje, recriminó con dureza la vida disoluta que llevaban los mismos canónigos, los clérigos y la falta de piedad del clero y el pueblo cristiano. Tenía un fuerte carácter y era muy crítica. De sus cartas se desprenden los itinerarios y la finalidad de sus viajes que realizaba en barco y a caballo, un autentico sufrimiento para su débil naturaleza. Fue Abadesa hasta su muerte, el 17 de septiembre de 1179. Fue sepultada en la iglesia de su convento de Rupertsberg. Sus restos permanecieron allí hasta 1632 cuando los suecos lo incendiaron y destruyeron en la Guerra de los 30 Años. Incluso después de muerta, sus restos viajaron hasta su convento de Eibingen, donde sus reliquias se custodian hasta hoy. Hildegarda fue una mujer viajera pero sobretodo, insigne escritora. Fue una gran privilegiada, pues a ninguna otra mujer se le permitió predicar en iglesias e incluso en plazas públicas. Sin duda, es una de las figuras femeninas más trascendentes de la Baja Edad Media.
Secretos celestes
En ninguna de sus obras, Hildegarda se atribuye a sí misma ningún mérito. Antes bien, se define como «pobre criatura falta de fuerzas». Todo lo que sabe y hace es obra de Dios. Sus visiones, revelaciones y las curaciones que realizó, fueron sobrenaturales. Ella misma lo describió minuciosamente:
«Todas las cosas que escribí desde el principio de mis visiones, o que vine aprendiendo sucesivamente, las he visto con los ojos interiores del espíritu y las he escuchado con los oídos interiores, mientras, absorta en los misterios celestes, velaba con la mente y con el cuerpo, no en sueños ni en éxtasis, como he dicho en mis visiones anteriores. No he expuesto nada aprendido con el sentido humano, sino sólo lo que he percibido en los secretos celestes».
Se puede considerar que Santa Hildegarda de Bingen continuó el trabajo de los profetas del Antiguo Testamento, en la proclamación de las verdades que Dios deseó poner en conocimiento de la humanidad. En su prólogo del Liber Divinorum Operum, la Santa explica la misión que recibió del mismo Dios:
«Escribe pues estas cosas, no según tu corazón, sino como lo quiere mi testimonio, de mí, que soy vida sin principio ni fin, ya que no son cosas imaginadas por ti, ni ningún otro hombre lo ha imaginado, sino son como Yo las he establecido antes del principio del mundo».
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