Una frase de la propia Rita Levi que podría simbolizar la obra y la vida de un ser humano que como pocos otros ha logrado contribuir al avance y progreso de una sociedad a la cual aportó su talento y capacidad de trabajo sin igual, el trabajo de una pionera, cuyo legado pervivirá durante generaciones: “No temas a las dificultades, lo mejor surge de ellas”.
En busca del sueño de Rita
Siempre fue una mujer que ya desde sus comienzos tuvo las ideas muy claras sobre lo que realmente deseaba y con una rebeldía innata ante los vetustos cánones masculinos de su tiempo y ante la mentalidad colectiva predominantemente tradicional de su país natal, Italia. Ya desde su primera adolescencia tuvo que hacer frente a las ideas conservadoras y preconcebidas de lo que para su propio padre debía ser una mujer, pues éste nunca quiso que sus hijas pudieran estudiar y llegar a conseguir una carrera profesional ya que simplemente su futuro, de acuerdo con su propia mentalidad victoriana, debía consistir esencialmente en ser “madres y esposas”. Para poder conseguir sus sueños y escapar de ese modelo femenino que tanto rechazo le provocaba, tuvo que ejercer una gran capacidad de persuasión personal hasta llegar a convencer a su progenitor para que le permitiera iniciar sus estudios de Medicina en la Universidad de Turín.
Llegó a ser una estudiante poseedora de una brillantez en pocas ocasiones vista, y al final de sus estudios superiores, se dedicó a la investigación histológica. Durante su trabajo con el célebre investigador Giuseppe Levi, aprendió los métodos y las técnicas de trabajo que ella misma perfeccionaría durante las siguientes décadas.
Una piedra en el camino
Parecía que su carrera profesional y todos los anhelos de su infancia iban tomando forma tangible, cuando otra vez la intolerancia, ésta vez en forma de intransigencia política aparece nuevamente en su vida. En plena e infausta época de la persecución de los judíos, y a través de una serie de normas y leyes emanadas del Fascismo populista y totalitario de Mussolini, sobre todo el tristemente célebre “Manifesto della Razza”, se les prohíbe a aquellas personas que no perteneciesen a la raza aria cualquier actividad profesional relevante ó académica. Esta circunstancia impidió que Rita Levi, perteneciente a una familia judía de origen sefardí, pudiera especializarse una vez terminados sus estudios y proseguir sus labores de investigación.
Sería un nuevo obstáculo que la joven científica decidió superar con imaginación y tenacidad. Para ello decidió improvisar un modesto laboratorio casero en el domicilio de sus padres, en el cual llevó a cabo investigaciones sobre el sistema nervioso en embriones de pollo. Fue su primer impulso investigador propio llevado a cabo en circunstancias muy precarias, pero motivado por un afán y un entusiasmo poco común. Y es que en apenas unos pocos metros de espacio, con recursos materiales claramente insuficientes, tuvo la posibilidad de llegar al descubrimiento de la singular circunstancia que propicia la muerte masiva de las células nerviosas en la fase más incipiente de su desarrollo, un hallazgo de excepcional valor que años más tarde sería perfeccionado, y que recibiría el nombre de apoptosis, o destrucción celular programada.
Su juventud transcurriría en unos tiempos azarosos y convulsos en su tierra natal, y en todo el continente europeo. Una vez Italia entró en la contienda bélica de la 2ª Guerra Mundial, las dificultades para la investigadora se multiplicarían. Debido a los incesantes y continuados bombardeos aliados en la ciudad de Turín, tanto ella como su familia se vieron obligados a abandonar su residencia. Trasladados a un lugar algo más seguro en plena campiña, y gracias a su insaciable actividad intelectual y a pesar de la escasez de materiales de laboratorio, decidió emplear los escasos medios a su alcance para proseguir sus trabajos ya iniciados hacía meses. Uno de esos pocos recursos que ella explotaría de forma original, sería la utilización de huevos fertilizados, que aún en plena época de escasez y falta de alimentos, podía obtener gracias a la generosidad de algunos granjeros locales.
Fueron las circunstancias nada usuales en las cuales consiguió trabajar las que le adjudican ese mérito más extraordinario de sus primeros trabajos, que posteriormente le servirían de base para sus trascendentales hallazgos científicos. Un mérito que sólo se puede apreciar si además añadimos que el simple hecho de experimentar en secreto le hubiera podido acarrear debido a las leyes fascistas en vigor, y en caso de ser descubierta, pena de prisión para ella y toda su familia.
Fueron las circunstancias en las cuales consiguió trabajar las que le adjudican el mérito de sus primeros trabajos, que le servirían de base para sus trascendentales hallazgos científicos.
Sin embargo su incesante éxodo personal no se frenaría aquí, pues sería la invasión alemana del norte de la península italiana y ya en los postreros meses de la guerra, lo que obligaría a la familia Levi-Montalcini a volver a refugiarse, esta vez en la ciudad de Florencia, localidad en la que colaboró con la Cruz Roja local y en la cual permanecerían hasta la liberación de la ciudad en el verano de 1944. La intrépida investigadora, y ya en circunstancias de una mayor normalidad, pudo retomar su vida profesional anterior, retornando a Turín para trabajar junto con su antiguo maestro en la Universidad de Medicina.
El camino continúa… hacia el Nobel
La fama de sus primeros trabajos le llegaría a través de la divulgación de sendos artículos que había publicado en algunas revistas científicas de la época. La lectura de los mismos impresionaron y cautivaron al investigador Viktor Hamburger, máximo responsable en aquel momento del Departamento de Zoología de la Universidad Washington en Saint Louis, Missouri. Fueron sus experimentos relativos a la investigación de los factores que podían influir en el desarrollo del tejido nervioso de los embriones de pollo, los que propiciaron sus primeros e importantes logros en sus nuevos trabajos en los Estados Unidos. Este importante éxito haría que su estancia en su reciente país de adopción se prolongara durante varios años.
Conseguiría la Cátedra de Neurobiología en dicha Universidad, y es en esta época de su vida cuando lleva a cabo los experimentos esenciales para el entendimiento del proceso de desarrollo tumoral de las células nerviosas del organismo. Fue clave sin duda, el asombroso descubrimiento de que mediante un trasplante en embriones de pollo de células tumorales procedentes de ratones se podía propiciar un vigoroso crecimiento de los nervios en estos animales. Esta singular circunstancia la llevó, junto al bioquímico Stanley Cohen, al hallazgo del Factor de crecimiento nervioso (NGF), que esencialmente consistía en una serie de sustancias que lograban a través de su interacción la migración y reproducción de las células del sistema nervioso. La revelación de la naturaleza de esta proteína que conduce al crecimiento de las neuronas de la médula espinal desde el primigenio instante del desarrollo del embrión resultó tan impactante e innovadora para muchos investigadores de su tiempo, que tardó varios años en ser admitida y asimilada por toda la comunidad científica.
Sin duda sería el trabajo que se convertirá en la obra más importante de toda su carrera y el que le proporcionaría el Premio Nobel de Medicina en 1986.
Sin duda sería el trabajo que se convertirá en la obra más importante de toda su carrera y el que le proporcionaría el Premio Nobel de Medicina en 1986. Una labor que duraría un cuarto de siglo en toda su vasta y compleja elaboración, la cual sería una auténtica revolución en la comprensión y entendimiento de enfermedades tales como el Parkinson o el Alzheimer, además de servir de esencial punto de partida a futuros tratamientos de algunos tipos de cáncer. Un premio enormemente merecido, pero con la valía y especial circunstancia que desde la primera entrega en el lejano 1901, sólo un puñado de mujeres antes de ella habían conseguido ser recompensadas por el prestigioso galardón internacional sueco.
Si hay una figura dentro de su propio campo científico a quien Rita Levi admiró profundamente y con cuya biografía y trabajos está estrechamente vinculada su trayectoria personal, es sin duda Santiago Ramón y Cajal. Desde los comienzos de ambos genios de la Medicina del S.XX, con precarios medios y sin apenas apoyos externos, y con la única ayuda de una intuición y una pasión sin límites, consiguieron revolucionar el hasta entonces casi ignoto campo de la Neurología, y culminar sus excelsas carreras profesionales con sendos premios Nobel. Su pasión por la singularidad de las neuronas embrionarias, claves en sus teorías científicas, su sencillez e integridad, y una longevidad intelectual extrema, son sólo algunos de los aspectos que comparten dos leyendas de la investigación médica sin igual, que nos han legado un ejemplo personal de superación, el cual han intentado emular y a su vez han motivado la carrera de muchos jóvenes científicos durante décadas.
A pesar del entorno profundamente misógino que encerraban las jerarquías de los laboratorios científicos, que a su vez convertiría en enormemente complejo el conseguir avanzar y prosperar en un mundo como el orbe científico de aquel tiempo, en el cual su condición de mujer supondría para ella un hándicap a menudo insalvable, Rita Levi siempre conservó un ideario feminista muy nítido desde sus primeros años. Siempre creyó que la desigual aportación de hombres y mujeres al progreso de la humanidad y la civilización simplemente se debió a los insuperables obstáculos que la ancestral y atávica visión de la sociedad siempre impuso a estas últimas. Siempre que tuvo ocasión, ya fuese en conferencias, coloquios o entrevistas, defendió la dignidad de la mujer como ser responsable, independiente y con la capacidad innata de ser dueña de sus propios actos y de su destino vital.
Un nexo de unión entre la Ciencia y la Mujer que pocas figuras reflejaron en la Historia como ella, sin duda como un eco reminiscente de posiblemente la primera científica femenina de la cual se tiene conocimiento, Hypatia de Alejandría, insigne matemática y astrónoma neoplatónica que al igual que la científica italiana, sufrió durante toda su vida las consecuencias de ser una mujer audaz y deseosa de contribuir con su talento y pasión al entendimiento y comprensión del mundo que la rodeaba, un mundo en el cual la intolerancia y el fanatismo se convertían en enemigos, en ocasiones insuperables, de aquellas mujeres que anhelaban acceder al conocimiento y a la erudición.
Su vida se repartiría entre su querida Universidad de Missouri y un nuevo destino que la haría regresar a Italia, donde durante toda la década de los años sesenta dirigiría el Centro de Investigación de Neurobiología en la ciudad de Roma. Su prestigio no haría sino crecer entre sus colegas y dentro de toda la clase científica mundial. Un prestigio que la haría ocupar un puesto privilegiado en la sociedad de su tiempo que ella no haría sino utilizar de forma insistente para reivindicar un papel más activo y digno de la mujer dentro del siempre cerrado y elitista universo de la investigación científica. Siempre defendió y creyó imprescindible que las mujeres pudieran acceder en igualdad de oportunidades a las posibilidades que la instrucción y la educación les tenía vedadas durante buena parte del siglo XX, y supo comprender que el progreso de una sociedad no puede considerarse como tal, si se desvincula conscientemente a las mujeres de su contribución esencial para su desarrollo y evolución.
Siempre que tuvo ocasión, defendió la dignidad de la mujer como ser responsable, independiente y con la capacidad innata de ser dueña de sus propios actos y de su destino vital.
La aportación de Rita a las mujeres del mundo
Pero su aportación importantísima dentro del campo científico sólo sería una faceta más de este ser humano polifacético y fascinante en su complejidad intelectual y personal. Junto a su hermana gemela Paola, darían forma a la Fundación Levi-Montalcini que se centraría en ayudar a eliminar los obstáculos ancestrales que impedía acceder a la educación a las mujeres en el continente africano. Un elogioso intento para propiciar un necesario cambio en la mentalidad y en la sociedad patriarcal de lugares en los que la mayoría de las mujeres carecían de un destino y un porvenir mínimamente digno. Como ella misma dijo en una de sus últimas entrevistas concedidas, el futuro de la humanidad depende de la normalización de la situación de las mujeres en los países del tercer mundo, y de su imprescindible aportación y visión a la sociedad global durante las próximas décadas.
Gracias a su incansable trabajo, la fundación fundada por ella ha conseguido importantísimos avances en países como Etiopía, dónde su labor filantrópica ha logrado la escolarización de centenares de mujeres que sin esta labor encomiable, y en un entorno esencialmente rural, jamás hubieran tenido el acceso y la posibilidad de una escolarización imprescindible para su desarrollo personal y búsqueda de oportunidades. Era una situación que ella conocía mejor que nadie, pues siendo judía en la Italia fascista de la 2ª Guerra Mundial, ya sufrió una discriminación terrible que la marginaría de su propia sociedad. Una marginación que ahora tuvo la oportunidad de evitar a las adolescentes y mujeres africanas que la sufren actualmente en sus propios entornos vitales.
La búsqueda de recursos materiales, ya fuese para sus propias investigaciones científicas, o para sus tareas humanitarias, a las que dedicaría buena parte de sus últimos años, fue una lucha continuada para Rita Levi. A pesar de su reconocimiento mundial, su esfuerzo para conseguir una adecuación legal más adecuada respecto a la concesión de los fondos imprescindibles para los trabajos de los jóvenes investigadores, fue continuo y azaroso. Frecuentemente se toparía con la mentalidad obtusa de la burocracia enormemente politizada de su Italia natal, a la cual intentó combatir hasta el final de sus días para evitar lo que ella misma tuvo que padecer en sus primeros años de investigación. Era un esperanzador deseo de que los jóvenes investigadores y científicos pudieran disfrutar de los suficientes medios y oportunidades para poder proseguir sus trabajos y no tener que abandonar el país para poder obtener los recursos adecuados a tales fines.
Una continua batalla que ella misma plantearía en el mismo corazón del siempre turbulento orbe político italiano. Gracias al nombramiento por parte del entonces presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, como senadora vitalicia de su país, pudo reivindicar en primera persona, a pesar de su ya avanzada edad, su visión y sensibilidad única para ayudar a resolver los problemas sociales del entorno que la rodeaba, especialmente hacia los jóvenes, a los cuales siempre animó a ser generosos y a contribuir solidariamente y de forma activa con el desarrollo de su propia sociedad, a ser constantes y tenaces en el estudio y el trabajo, además de no renunciar jamás a su creatividad y talento, a pesar de los obstáculos inevitables que se les presenten en su propio devenir.
Una actitud combativa que se granjeó a algunos poderosos enemigos durante toda su vida. Fueron su independencia y las convicciones profundamente arraigadas que mantuvo desde siempre, las que provocaron duras críticas hacia su persona o sus trabajos, algunas de ellas profundamente injustas. Críticas que surgieron sobre todo en su ya casi postrera actividad política, a través de los comentarios acerados de los miembros del partido de Silvio Berlusconi, sobre todo por el apoyo de la científica al gobierno de signo político opuesto que representaba el entonces primer ministro, Romano Prodi. Frente a ellos, la actitud siempre tenaz de la investigadora se presentaba como epítome de la dignidad que la Cámara más representativa de la democracia italiana casi había perdido por completo, pero que su eminente figura aún podía representar en la convulsa vida política de aquellos años.
Su presencia provocaba una irresistible fascinación para aquellos que tenían la oportunidad de acercarse a ella. A pesar de su avanzada edad, siempre mostraba su femenina coquetería luciendo joyas familiares, algunas de ellas diseñadas por la propia científica. Poseía un carácter inquebrantable, y siempre tuvo claro que iba a ser una “soltera perpetua”, pues para ella su pasión por la investigación y la independencia que exigía para sí misma eran incompatibles con cualquier tipo de atadura sentimental. Fue defensora hasta el final de sus días del concepto del testamento vital y de la eutanasia, temas con una enorme conflictividad social, pero por los que ella siempre abogó de acuerdo con la firmeza de sus propias convicciones.
Siempre presumió de saber envejecer con dignidad. Su eterna avidez intelectual y una actitud vital más propia de una adolescente que de una venerable anciana, le ayudaría a seguir con sus trabajos dentro del campo de la Neurología hasta prácticamente el final de sus días, cerca de los 103 años. Solía bromear diciendo que su cerebro funcionaba casi mejor en su edad ya centenaria, que en plena juventud. Cuando se le preguntaba por el secreto de su extrema longevidad y frescura mental, ella solía contestar que el secreto de la vida para ella siempre consistió en mantener una extrema curiosidad, emplear tu tiempo y talento en intentar comprender el mundo y la sociedad que nos rodea, y saber utilizarlo para ayudar a aquellos que más lo necesitan.
El secreto de la vida para ella siempre consistió en mantener una extrema curiosidad, emplear su tiempo y talento en intentar comprender el mundo y la sociedad que nos rodea, y saber utilizarlo para ayudar a aquellos que más lo necesitan.
Su vida y su trabajo reflejaron el coraje, el compromiso y la capacidad de discernimiento de una mujer que en su incesante lucha llena de obstáculos desde su adolescencia, supo transformar en un ejemplo imperecedero para todos nosotros. Y es sobre todo en estos actuales tiempos de cambio, en los que los valores desaparecen, y las sociedades carecen de ejemplos vitales dignos de ser emulados, dónde la figura de Rita Levi-Montalcini se nos presenta como uno de esos escasos faros que siempre permanecerán encendidos para guiarnos a superar cualquier asomo de conflicto o dificultad.