Tengo encima de mi mesa un libro con nombre propio: “NUJEEN. El increíble éxodo en silla de ruedas desde las arrasadas tierras de Siria”
La editorial HarperCollins ha apostado por una historia de superación que tiene como protagonista a una joven inquieta y risueña: se llama Nujeen (su nombre significa Nueva Vida)
“Pasado un tiempo, nos acostumbramos tanto a los bombardeos que un día me di cuenta de que ya no me acordaba de cómo era la vida normal”.
La llegada de Nujeen Mustafá fue una sorpresa para toda la familia, cuatro hermanos y cuatro hermanas precedían a esta jovencita que nació de manera prematura.
Nujeen, tiene actualmente dieciséis años. Nació con parálisis cerebral y ha pasado toda su vida en una silla de ruedas. Tuvo una educación muy limitada, pero gracias a su talante curioso, perseverancia, capacidad de observación e inteligencia se comportó siempre como una niña despierta que no quería dejar pasar ninguna oportunidad para aprender de todo y todos. Es una experta en memorizar y relacionar fechas y acontecimientos históricos; aprendió inglés de forma autodidacta gracias a la televisión y especialmente a los espacios de entretenimiento estadounidenses.
En 2014, su ciudad natal, Kobane quedó en medio de los terribles combates entre los milicianos del ISIS y los kurdos apoyados por Estados Unidos. La decisión fue difícil, había que huir, salvar la vida dejando su corazón en una preciosa tierra, Siria.
Como periodista he leído varios libros escritos por expertos en información internacional y por corresponsales de guerra donde he tratado de entender por qué se produce la sinrazón de un comportamiento tan bárbaro que fulmina la vida de seres humanos, arrasa la presencia ancestral de construcciones milenarias, contamina nuestra atmósfera con la utilización de todo tipo de armas químicas ( hay que ser sinceros y reconocerlo) y viola nuestros valores, pensamientos e incluso sueños hasta dejarnos sin palabras y lágrimas que son las únicas que consuelan el luto para quienes han perdido todo.
Desde la primera página del libro, Nujeen me enamora. Es lista, traviesa y muy sincera. Pero también es cauta con sus opiniones porque sabe que toda su familia se esfuerza para que ella no se entere de lo que ocurre a su alrededor. Se da la paradoja de que Nujeen pasa largas horas frente al televisor y tiene más conocimiento del mundo que lo que creen sus padres y alguno de sus hermanos. Nujeen se preocupa, claro que sí, por los hermanos que viven fuera de Siria, también por su hermano, el primogénito, que aún no se ha casado pese a la insistencia de sus padres y los esfuerzos de su madre por escogerle esposa. Nujeen conoce de los matrimonios concertados; sabe que sus padres se preguntan muy preocupados qué será de ella cuando fallezcan. Incluso se siente culpable porque cree que tal vez sus hermanos tomarían parte activa en las manifestaciones y otras actividades de protesta – junto a sus compañeros universitarios – si no tuvieran el cometido de cuidar de ella, sobre todo en ausencia de sus padres.
En todo el relato se desprende amor, ese amor universal que siente una niña que apenas ha podido salir a la calle porque en el edificio donde vive no hay ascensor. Un amor hacia los animales, hacia sus familiares y vecinos. Un amor especial hacia una de sus hermanas, Nasrine, la más próxima en edad a la que adora y no se cansa de admirar y mencionar a lo largo de toda la narración.
Nasrine, a la que describe tan bella como su nombre (una flor blanca que solo crece en los montes del Kurdistán).
Y es que Nujeen está vinculada especialmente con la naturaleza y de forma mágica con las estrellas. En más de una ocasión hace mención a los cielos estrellados que cubren el sueño de toda su familia cuando – en las noches de calor asfixiante – optan por dormir en la terraza del tejado de su vivienda. Tal vez por eso Nujeen quiere ser astronauta. Y también porque imagina que de esta manera – flotando en el espacio- sus piernas podrían moverse sin dificultad. No necesitaría de su silla de ruedas.
“Cuando empezaban los ataques la gente corría a refugiarse en los sótanos, pero yo no podía, claro. Como mi familia no quería dejarme en casa, nos quedábamos todos en el quinto piso y a veces el edificio se sacudía y resonaban las ventanas, y todos intentaban poner cara de no tener miedo. Yo lloraba con frecuencia, pero a mí me estaba permitido llorar porque era más joven y estaba discapacitada”
Reflexiones de una niña que conozco y quiero a medida que avanzo en la lectura y no puedo dejar de pensar cuántos niños y niñas no viven en plenitud en los campos de refugiados, cuántos estarán perdidos en un entorno sin referentes familiares ni culturales. Cuántos niños explotados…cuántos asesinados.
Es de agradecer las referencias históricas presentes en las tres partes en las que se divide el relato: 1-perder un país, 2-el viaje y 3- vida normal. El texto se adentre en la cultura kurda, origen de la familia de nuestra protagonista, y sus particularidades en el conflicto.
El contenido de este libro es también un recordatorio para los jóvenes lectores porque describe los inicios del régimen de Bashar-el Ásad, de las reformas en sus primeros años de mandato y del giro de los acontecimientos hasta la masacre actual.
Se describen episodios duros protagonizados por la tortura, represión, la soledad, momentos de incertidumbre y de esperanza. Todas estas situaciones y sentimientos están descritos con detalles que contemplan- en su justa medida-una realidad sin artificios sensacionalistas. Con la pretensión de que nos pongamos en la piel de Nujeen a lo largo de sus 246 páginas.
Una niña que desde su silla de ruedas nos describe los comportamientos de los diferentes bandos en la guerra; incluso nos pone en contacto con unos personajes terribles, los llamados shabiha (fantasmas) criminales a los que el régimen pagaba como fuerzas paramilitares para detener a la gente que acudía a las protestas y hacerles sentir que había espías por todas partes.
“Tenía tantas cosas que hacer, tantas cosas que aprender, que no quería morir. Aunque soy musulmana y creo en el destino, no quería marcharme antes de tiempo”
Tal vez una de las decisiones más difíciles que tomamos en nuestra vida sea el cambio de domicilio, al fin y al cabo siempre he pensado que es nuestra cueva, donde nos cobijamos y somos nosotros mismos. Tiene nuestra decoración, nuestro olor, incluso llegamos a argumentar – con más imaginación que otra cosa- que las paredes de nuestra hogar han sido testigos de nuestras alegrías, penas y secretos familiares. Pues bien, ahora pensemos en abandonarlo todo. Todo es todo. Dejar atrás todo porque debemos escoger entre vivir o que nos maten. La elección no es difícil, pero las consecuencias son incalculables y en la mayoría de las ocasiones no hay posibilidad para el retorno.
Así lo comparte Nujeen: “Nos fuimos el viernes 27 de julio de 2012, el octavo día del Ramadán, mientras el régimen bombardeaba el barrio vecino. Yo no sabía entonces que no volvería a ver mi hogar…Todos fingíamos que era algo temporal, así que solo nos llevamos ropa, el ordenador portátil, unas cuentas fotos y los documentos importantes. Y por supuesto, la tele”
Ese fue el momento de la primera de las muchas decisiones difíciles. Y sin duda el 2 de septiembre de 2015 fue también una jornada esencial para la familia que ya estaba dividida. Parte de ella se encontraba ese día en Behram, Turquía y desde la playa veían la isla de Lesbos y Europa.
Es emocionante cómo describe nuestra protagonista su entrada en Alemania, desde su marcha de Alepo había recorrido- con su inseparable hermana Nasrine que tiraba de su incómoda y maltrecha silla de ruedas- más de cinco mil seiscientos kilómetros a través de nueve países, pasando de la guerra a la paz. Un viaje hacia una nueva vida, una nueva oportunidad en Alemania – con muchos impedimentos y eternos tiempos de espera – que sin embargo pudieron suavizarse gracias a los trámites de uno de sus hermanos mayores- Bland- que residía desde años atrás en Colonia.
“Nadie se marcha de su hogar sin un motivo. A veces sueño con los bombardeos y me despierto de madrugada, y cuando alargo el brazo hacia mi madre y veo que no está ahí, me pongo muy triste. Pero pasados dos o tres minutos me digo: Nujeen, sigues viva y estás lejos de los bombardeos, todo va bien”
La historia de Nujeen es un homenaje a todos los refugiados y especialmente a los sirios. A los que han tenido la oportunidad de reagruparse familiarmente, a los que esperan en centros de atención para los refugiados, a quienes viven soñando que volverán a una Siria que amaron, a todos los que se hacinan en los campos atiborrados de recuerdos y ausencias. Nujeen se acuerda de todos ellos y es consciente de la suerte que ha tenido gracias a ciertas causalidades, circunstancias que parecen producirse por arte de magia pero que no son sino el resultado de un largo camino donde el talante es – pretende serlo al menos- esperanzador y agradecido.
Pero el texto de este libro tiene también un lado dulce, porque su protagonista es una adolescente llena de sueños. En sus páginas también encontramos espacio para la tragicomedia y pequeñas porciones de humor que dotan a la historia de un atractivo más que recomendable.
Gracias a la valentía de Nujeen Mustafa y al buen hacer de la periodista Christina Lamb (coautora del best seller “Yo soy Malala”) hemos podido leer este libro y comprender mucho más de lo que significa la palabra refugiado.
Una palabra – por cierto- que no gusta nada a Nujeen: “en alemán se dice Flüchtling y suena igual de dura. Lo que de verdad quiere decir es ciudadano de segunda con un número pintado en la mano o impreso en una pulsera y que todo el mundo desea que se vaya a otra parte”
Creo que no hay más que añadir. Feliz lectura.