En Pamplona hay dos fechas en que la actividad se precipita como si no hubiera un mañana: justo antes de los Sanfermines y poco antes de las Navidades pareciera que se acabara el mundo. Son los dos “finales de año”: en julio y diciembre, respectivamente. Curiosamente, son dos fiestas de pura raíz cristiana que “el pueblo llano” ansía celebrar.
Tras el chupinazo sanferminero, en Pamplona julio y agosto se convierten, en la práctica, en meses inhábiles, en que unos y otros van saliendo de vacaciones sucesivamente.
Esto no les pasa a todos.
Me explico: hay otra especie de “fin de año”, esta vez de carácter sectorial (en el ámbito educativo). Este se produce precisamente en fechas vacacionales.
Son fechas de verano en que muchos han de trabajar intensamente porque va a empezar el curso académico. No son pocos los profesionales de instituciones o entidades que trabajan con denuedo e ilusión para que los estudiantes matriculados reciban la mejor de las acogidas tanto en la universidad (alma mater) como en sus colegios mayores y residencias.
Últimamente hay muchos jóvenes que estudian fuera de su Comunidad (o que provienen del extranjero) y que… han de residir en algún lugar. Los hay que optan por alquilar un piso en Madrid, en Sevilla, en Valencia, o donde sea; siendo ello legítimo y respetable, a mí me parece que, en sus circunstancias, no es lo ideal.
Hoy quiero romper una lanza por los colegios mayores y residencias universitarias.
En la memoria de quienes hemos atravesado ya esa etapa de educación superior, la experiencia en el colegio mayor, en la residencia universitaria, es un plus. Suele dejar honda huella: buenas amistades, de las de verdad, con personas con las que compartes, en muchos casos, valores e ideales (algo muy propio de, al menos una parte, de la juventud).
Estoy convencido, con conocimiento de causa, de que los colegios mayores y residencias universitarias “comme il faut” son una de las mejores inversiones educativas para los estudiantes de esta etapa.
Me parece interesante (pues no en vano, esa inversión no es menor) traer a colación esta célebre anécdota que se atribuye a Sócrates: Un ateniense rico quiso encargarle la educación de su hijo. Para este trabajo, el filósofo le pidió 500 dracmas, cantidad que al progenitor le pareció excesiva, por lo que le dijo: “Por ese dinero puedo comprarme un asno”. La respuesta de Sócrates no fue menos ingeniosa: “Tiene razón. Le aconsejo que lo compre y así tendrá dos”.
Jim Rohn, empresario estadounidense, acuñó la ya famosa frase de que cada uno es “el promedio de las 5 personas que le rodean”. Aunque no queramos dar por exacta esta afirmación, sí que todos -sin ser ni empresarios ni estadounidenses- conocemos bien cómo la sabiduría popular señala lo de “dime con quién andas y te diré quién eres”. Las compañías, los pares, los amigos. nos influyen. Si “educa la tribu entera” (y vaya “tribu” que nos está quedando), hay que intentar rodearse de los mejores miembros de aquella.
Tenemos noticia, en ocasiones, de las lamentables novatadas de algunos colegios mayores, y, sin embargo, ¡cuánto se silencia su buena labor!
Dicen que mete más ruido un árbol que cae que un bosque que crece. Y hoy quiero reivindicar, precisamente, ese bosque. Porque conozco a fondo con qué detalle, cariño y profesionalidad se prepara la acogida y estancia de sus estudiantes, se confecciona el plan de actividades de formación y de ocio de cada curso…
Ninguna residencia que se precie puede convertirse en un mero alojamiento. Y es verdad que corremos el riesgo de que se acreciente la tendencia de “hostelizar” a los residentes… y punto. Presentando ese mero alojamiento como “bueno, bonito y barato”: una “solución habitacional” para cualquiera y sin mayor propósito. Salvo el de una saneada cuenta de resultados.
Lo anterior puede ser legítimo, pero no todo lo legítimo es necesariamente bueno, o al menos, lo ideal. Y hay quien hace todo lo que puede. Y el que hace lo que puede, no está obligado a más.
Pero, si se puede permitir, hurtar la posibilidad de convivir en colegios o residencias universitarias a quien lo precisa es, a mi entender, depreciar su etapa universitaria.
¿Estás de acuerdo?
¡Te animo a debatir!
¡Ah! Y… ¡Gaudeamus igitur!
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