Creo que todos dejamos una huella extraordinaria, a veces tan discreta que parece que nunca hubiéramos estado. Pero esto no debe confundirnos porque todas las personas dejan una huella.
Esta es una bonita historia, mucho más larga y con detalles que no entran en este texto pero merece ser narrada.
Somos fieles a los recuerdos que tenemos y más si forman parte de nuestra infancia. Aún más si son palabras de los padres y abuelos porque quedan selladas en nuestro corazón. Y en ocasiones pedimos una oportunidad a la vida, con nostalgia por supuesto y con el deseo- por qué no- de colocar algunas piezas que tal vez en su día descuidamos por mil causas pero que desde el presente no podemos justificar.
Estoy convencida de que al protagonista de esta entrevista no le he conocido por casualidad. Creo que es así porque tengo ya mis años y las entrevistas más interesantes son las “no programadas”, las que surgen por preguntar la hora, una dirección o entrar en un establecimiento para un propósito y toparme con una preciosa historia que hoy escribo.
Pregunta.- ¿Quién eres?
Respuesta.- Soy una persona de lo más normal. ¿Quién soy? Soy cincuenta años de existencia, soy la suma de todo eso. Soy David. No estoy del todo contento de cómo soy, pero me gusta mi manera de ser. Me llamo David Alonso, soy padre de dos hijas y un hijo.
P.- Háblame de tu padre. ¿Qué recuerdas de él?
R.- Mi padre se llamaba Ángel Alonso Palomares. Soy el hijo menor de su primer matrimonio que duró veintiún años. Más tarde, mi padre tuvo otra relación de la que tengo otro hermano menor. Cuando mis padres se separaron yo tenía once años y me trasladé de Cantabria a Galicia por lo que durante mucho tiempo apenas tuve contacto con él.
Mis sentimientos hacia él estaban un poco enturbiados, le veía como una persona pequeña que siempre estaba faenando con sus botas de agua, siempre en el muelle y pescando. Le jubilaron muy joven, con 21 años porque sufría ataques epilépticos y el resto de su vida se esforzó por sacar a la familia adelante como buenamente pudo. Reconozco que la adolescencia es una etapa complicada y la imagen que tuve durante años sobre mi padre no fue la que debiera haber sido. En parte me arrepiento aunque no sé qué más podría haber hecho yo, pero tampoco me quiero justificar.
P.- Pero hubo un cambio en ti cuando fuiste padre, ¿no?
R.- Sí, cuando tuve a mi primera hija busqué a mi padre. Tenía sentimientos de padre y busqué a mi padre, le echaba de menos. Tuve la gran suerte de que los cincos años que vivió después del nacimiento de mi hija le visité todos los fines de semana, todos, ahí es cuando lo conocí y comprobé lo mucho que me había perdido. Él era un hombre muy sencillo, siempre tenía una palabra de ánimo, buena cara, su energía era muy positiva y la gente de la villa cántabra de Santoña donde vivió toda su vida le tenía mucho aprecio.
P.- Un buen día algo alteró la tranquilidad de la villa marinera de Santoña y ese suceso extraordinario eligió a tu padre como protagonista. Cuéntanos qué sucedió.
R.- Yo aún no había nacido, era el año 1969 cuando una tortuga laúd de aproximadamente 800 kilos y tres metros de longitud arribó en el puerto de Santoña. La historia que me contó mi padre de cómo fue su captura es la que voy a narrar ahora. Me dijo que estaba un domingo limpiando su bote para salir a faenar; lo estaba limpiando en seco porque la marea estaba baja y oyó unos disparos. Se extrañó del ruido, se giró y vio a una mujer que gritaba “Dios mío, un monstruo marino”, así me lo contó mi padre. Entonces buscó con la mirada y localizó a la gigantesca tortuga a la que los carabineros estaban disparando. Cogió el bote y salió del puerto pero la tortuga se sumergió. Mi padre no iba solo, quiso acompañarle otro pescador Antonio Martín Solar. Los dos se llevaron una sorpresa cuando la tortuga emergió a respirar casi pegada a su bote y supongo que buscando protección frente a los disparos. En esos momentos, mi padre cogió un bichero (un palo de unos dos metros con un gran anzuelo en un extremo) y enganchó a la tortuga por el lado del caparazón desde donde asoma la cabeza. Pero según me contó, fue la tortuga la que realmente tiró de él dirigiéndole a la zona seca del puerto. Tiene lógica porque con la envergadura y peso que tenía, si ella no hubiera querido entrar los dos hombres no lo hubieran conseguido.
P.- ¿Qué te contó tu padre sobre lo que ocurrió después? Supongo que habría mucha aglomeración de vecinos sin olvidar a los carabineros.
R.- Parece ser que el señor Félix Rodríguez de la Fuente estaba en Cantabria en esa fecha, le llegó la noticia y se presentó en la villa interesándose por la hazaña. De hecho hay un documental que recoge parte de lo sucedido: “Félix Rodríguez de la Fuente y la tortuga gigante de Santoña“. Pues bien, tal y como me contó mi padre, la gran tortuga estaba herida, carecía de más de un 30% de la aleta derecha delantera al parecer por una dentellada de un tiburón. Y se barajó la posibilidad de sacrificarla porque cuando un animal de estas características arriba a puerto es porque está herida de gravedad.
P.- ¿Qué se decidió?
R.- Optaron por salvarla. La tortuga pertenecía a mi padre porque era la persona que la había capturado y él decidió liberarla. Pensó que si ella aguantaba el tirón y se recuperaba merecía una segunda oportunidad. Ante la decisión de mi padre, Félix Rodríguez de la Fuente dispuso de todo el equipo de expertos para atender sus heridas y se liberó.
P.- En el vídeo de su liberación, tu padre se despide de ella de forma entrañable, con un beso. Pero las imágenes del documental no recogen todo lo que ocurrió porque tú conoces algunas confidencias que te hizo él y que se quedaron fuera de pantalla.
R.- Así es, mi padre me contó que Félix Rodríguez de la Fuente le ofreció una gran cantidad de dinero porque el caparazón tenía un valor muy alto en caso de sacrificarla. Pero como he dicho antes, mi padre era el dueño de la tortuga y pidió que se le curaran las heridas para poder liberarla.
P.- Y así se hizo, la prensa del 15 de mayo de 1969 titula que más de 15.000 personas fueron testigos de la liberación del quelonio.
R.- Sí. Así lo recoge la hemeroteca. Como también he encontrado otros textos en los que Félix Rodríguez de la Fuente se atribuía el mérito de la captura, e incluso se publicó que pagó a los pescadores para que no la convirtieran en harina de pescado. Pero todo esto no fue así y yo no creo que fuera así por lo que me contó mi padre. Hay además un detalle que me apena a día de hoy porque tampoco se incluye el nombre de mi padre en los títulos de crédito del documental que se grabó. En el audio se describe a mi padre como “el noble pescador de Santoña que estaba emocionado al liberar a la gran tortuga” pero no se dice su nombre.
Y por cierto desde el día del rescate a mi padre se le conoció como “Gelín tortuga”. Un apodo que también empleaban para mí mis compañeros de colegio, nadie utilizaba David, me llamaban tortuga y me sentaba fatal… cosas de la edad. A día de hoy me queda el recuerdo de que mi padre era un gran tipo, pura bondad, todo luz. Y cuando se fue, en su funeral estaba la iglesia abarrotada.
P.- ¿Qué te mueve al compartir la historia de tu padre que es la tuya también?
R.- No me mueve nada especialmente. Me gusta compartirla porque es bonita y porque somos la suma de nuestro pasado sin olvidar que hacemos cambios continuamente y siempre desde nuestro interior. Espero este ejemplo sirva para reconocer la valía y sencillez de personas como mi padre.
P.- ¿Qué te gustaría decirle?
R.- No lo sé, igual nada. Pero obviamente le daría un gran abrazo. ¡Y le cogería tan fuerte!… Para que no se fuera …
A día de hoy me queda el recuerdo de que mi padre era un gran tipo, pura bondad, todo luz. Y cuando se fue, en su funeral estaba la iglesia abarrotada.
P.- ¿Puedes definirme qué significa para ti el concepto de justicia universal?
R.- Es lo que, queramos o no, sucede siempre.
P.- Solemos oír que la vida pone a cada uno en su sitio. ¿Tú qué opinas?
R.- ¿A cada uno en su sitio?… Yo creo que no. Creo que cada uno de nosotros nos ponemos y tenemos la capacidad de ponernos en el sitio en que creemos que debemos estar. Y en el caso de que alguien esté en el sitio en el que no tiene que estar a pesar de que piense que sí …ya se dará cuenta porque le va a producir mucha infelicidad.
P.- ¿El honor es lo más importante de una persona?
R.- En absoluto. No. Creo que las personas no sólo somos como somos, como es nuestra esencia, no. Las personas somos como somos muy marcadas por las circunstancias. No sé Teresa… el honor no creo que sea un estandarte con el que se justifiquen actos y se den por buenos ciertos comportamientos. Es un valor, sí, por supuesto y muy importante pero hay otras muchas cosas esenciales que debemos reconocer en una persona.
P.- ¿Qué es la verdad para ti, David? ¿Estamos en posesión de la verdad?
R.- Para mí todo es cuestión de apreciaciones. Siempre tendemos a filtrar la realidad a través de nuestro punto de vista, valores, momentos que hemos ido tallando a lo largo de la vida. Y es la suma de todo esto lo que define nuestra verdad, igual mi verdad no es exactamente tu verdad. Cada uno está en posesión de su verdad.
P.- ¿Crees que todas las personas dejamos huella en la Tierra?
R.- Por supuesto, si, convencido. Es más, cada uno tenemos la posibilidad de mejorar nuestro entorno y debemos hacerlo porque es esa actitud la que cambia y mejora las cosas. Creo que todos dejamos una huella extraordinaria, a veces tan discreta que parece que nunca hubiéramos estado. Pero esto no debe confundirnos porque todas las personas dejan una huella.
P.- ¿Estás en paz?
R.- No, yo no estoy en paz. Y no lo estoy porque a lo largo de mi vida me ha tocado tomar decisiones de las que me he arrepentido pero como ya no puedo volver atrás pues eso me quita la paz.
P.- David, espero y deseo que el recuerdo entrañable que has compartido sobre la figura de tu padre te devuelva un poco de paz. Te lo mereces, un placer conocerte “causalmente“.
R.- Muy agradecido por dar visibilidad a esta bonita historia.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: