“Ya no es posible la poesía después de AUSCHWITZ». Theodor Adorno.
Hugo Jaeger fue el fotógrafo personal de Hitler y otros líderes nazis. Sus fotos a todo color, muchas de ellas publicadas por la revista Life, imprimen un realismo que estremece. Es como si la historia de cada una de sus fotografías hubiera tenido lugar hoy mismo por la mañana.
Esta foto corresponde a una mujer fotografiada en el gueto judío de Kutno, Polonia, en octubre de 1939, el año mismo en que los nazis invadieron ese país. Nadie sabe el nombre de esta mujer ni quién era. El caso es que en los años posteriores a que se tomara esa foto, millones de judíos inocentes fueron asesinados con inconcebible frialdad en cámaras de gas, producto de todo un eficaz plan de exterminio bien planificado por el sistema nazi. Se trataba de que de manera organizada, se hiciera desaparecer al que se suponía era la causa de todos los males de Alemania: «los judíos«, un ente vilipendiado ya desde hacía siglos, amorfo e injustamente demonizado. Sin embargo, como puede verse en la foto, todas y cada una de aquellas personas, tenían un rostro. Esa mujer mira a la cámara, pero sin imaginar lo que todavía vendría en el futuro. Al contemplarla es inevitable preguntarse si después de tanto sufrimiento ella al final sobrevivió.
Estos zapatos de hierro jalonando la orilla del río Danubio son un monumento que recuerda el Holocausto en Hungría. Durante la Segunda Guerra Mundial cientos de judíos húngaros dejaban sus zapatos en la orilla del río antes de que se les disparara un tiro en la nunca y fueran arrojados a él. Quedan ahí como testigos mudos esas formas moldeadas pero frías, recordando vidas preciosas que ya no están, seres humanos como nosotros, con ilusiones e inquietudes y todas las ganas de vivir; aunque por ser quienes eran, solo por ser de su raza, se les arrebató su vida querida.
El 2 de julio de 1942 la mayor parte de los niños del pequeño pueblo de Lidice, que entonces era parte de Checoslovaquia, fueron llevados al cuartel de la Gestapo en Łódź. 82 niños fueron transportados al campo de exterminio de Chełmno, situado a 70 kilómetros, donde se les aplicó gas hasta morir. Esta impresionante escultura de Marie Uchytilová les recuerda a todos ellos.
Anny-Yolande Horowitz nació el 2 de junio de 1933 en Estrasburgo, Francia. La última dirección donde vivió fue en el número 2 de la calle Rode, Burdeos, Francia. Tanto ella como su madre Frieda, y su hermana de siete años, Paulette, fueron confinados en el campo de concentración de Lalande, cerca de Tours, y después en Draci. El 11 de septiembre de 1942, en un convoy con el número 31, fueron definitivamente deportadas al campo de exterminio de Auschwitch-Birkenau donde fueron asesinadas con gas letal. El gobierno títere y pro nazi de Vichy, instalado por el general Philippe Pétain, envió a miles de judíos a una muerte segura. Un triste y horrible episodio de la historia de Francia. Esta fotografía forma parte del libro «French children of the Holocaust: A Memorial» en el que aparecen fotografías de parte de los 11.000 niños franceses que fueron asesinados por los nazis. La mayoría de las fotografías de esos niños en el libro aparecen sin nombre alguno. Al conocer historias como esta, no es de extrañar que Theodor Adorno dijera: “Ya no es posible la poesía después de AUSCHWITZ».
Etty Hillesum (1914-1943), fallecida en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943. Igual que Anne Frank, escribió su propio diario dando testimonio de su propio fin, pero siendo ya adulta. Pudo haber eludido la muerte, pero se entregó a la SS por solidaridad con su familia y con el pueblo judío. En su diario escribió:
«Estoy muy cansada desde hace algunos días, pero eso pasará como todo lo demás. Todo progresa siguiendo un ritmo profundo, un ritmo propio en cada uno de nosotros. Debería enseñarse a la gente a escuchar y a respetar ese ritmo: es lo más importante que un ser humano puede aprender en esta vida. No lucho contigo, Dios mío, mi vida no es más que un largo diálogo contigo«.
Anne Frank (1929-1945), una niña alemana de ascendencia judía que junto con otras siete personas tuvo que permanecer escondida en la parte trasera de un edificio situado en el canal Prinsengracht n° 263, en Ámsterdam. Después de más de dos años de haber estado ocultos, son todos descubiertos y deportados a distintos campos de concentración. Anne fue enviada al campo de concentración nazi de Auschwitz el 2 de septiembre de 1944 y, más tarde, al campo de concentración de Bergen-Belsen, donde murió de tifus, pocos días antes de que éste fuera liberado. De los ocho escondidos, solo el padre de Anne, Otto Frank, sobrevive a la guerra. Después de su muerte, Anne se hace mundialmente famosa gracias al diario que escribió durante el tiempo en que estuvo escondida. En él se puede leer:
“Me he preguntado una y otra vez si no hubiese sido mejor la muerte que la clandestinidad, si estuviésemos muertos, ahora no tendríamos que pasar por este sufrimiento, sobre todo para que los demás pudiesen evitar esta carga. Pero todos rechazamos este pensamiento. Nos encanta la vida, aún no hemos olvidado la voz de la naturaleza, y seguimos esperando, esperando … todo». – Anne Frank a los 11 años, 1941.
Robert Collis, médico irlandés llevando a un niño superviviente del campo de concentración nazi de Bergen-Belsen en 1945. Tanto el niño (Zoltan Zinn) como su hermana Edit habían quedado huérfanos al morir su padre en el campo de concentración de Ravensbrück y su madre en el de Bergen-Belsen el mismo día de la liberación. El doctor Collis los adoptó así como a tres niños más que no encontraban a sus familias. Cuando Robert Collis decidió hacerse médico, lo hizo impulsado, no por desear una mejor posición social o más ingresos. Lo hizo, como él mismo reconoció, «para luchar contra el dolor y la crueldad del mundo«.
Primo Levi (1919-1987), fue un novelista, ensayista y científico italiano de origen judío superviviente del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau. Es autor entre otros del libro «Si esto es un hombre» (1947), considerado una de las obras más significativas del siglo XX sobre lo inhumano de Auschwitz y el sufrimiento humano. Pasó toda su vida intentando explicar el lacerante trauma recibido por toda aquella terrible experiencia y que le había marcado profundamente para siempre. Su ‘accidente‘ al caerse por el hueco de la escalera desde el tercer piso donde vivía, ha hecho pensar a muchos en que al final murió por suicidio.
Elie Wiesel, nacido el 30 de septiembre de 1928 en Sighetu Marmatiei (Rumanía) y fallecido en Nueva York (Estados Unidos) el 2 de julio de 2016, fue un escritor judío de nacionalidad estadounidense, profesor, activista político, premio Nobel de la Paz y superviviente del Holocausto. Cuando contaba 15 años fue deportado junto con su familia al campo de concentración de Auschwitz donde murieron su madre y la menor de sus tres hermanas, antes de ser trasladados al campo de Buchenwald (este de Alemania) donde falleció su padre. Aquella experiencia terrible le marcó lo suficiente como para publicar obras, pronunciar conferencias y dedicarse a la defensa de los derechos humanos durante toda su vida. De ningún modo quería que todo aquel sufrimiento se olvidara o que volviera a repetirse. Por eso escribió:
«Juro no mantener nunca silencio dondequiera que seres humanos soporten sufrimiento y humillación. Tenemos que tomar partido. La neutralidad siempre ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio fortalece al verdugo, nunca al atormentado«.
En esta fotografía puede verse a un prisionero recién llegado al campo de concentración nazi de Buchenwald, ejemplo del efecto lacerante sobre la dignidad humana de una ideología horrenda que durante años se justificó y que cautivó a millones de personas en la «culta» Alemania. Cuando el ejército estadounidense entró en el campo de concentración, el número de víctimas provocadas por las enfermedades, la mala sanidad, los trabajos forzados, la tortura, los experimentos médicos y fusilamientos se estima que fue de unas 56 000, entre ellas 11 000 judíos. Fue entonces cuando el general George Patton (1885-1945) dijo,
«Documentarlo todo, no dejar nada al azar … porque un día, algunas cucarachas se arrastrarán desde las letrinas para negar absolutamente todo lo que ha pasado. ¡Malditos sean!»
En recuerdo de las víctimas del Holocausto
En el año 2005, las Naciones Unidas declararon el 27 de enero como el Día Internacional de la Conmemoración de las víctimas del Holocausto para recordar los 6 millones de judíos y otras víctimas asesinados por los nazis. Se eligió esa fecha porque fue el 27 de enero de 1945 cuando el ejército soviético liberó a los presos del campo de concentración de Auschwitz. El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon escribió:
«Negar hechos históricos, especialmente en relación con un tema tan importante como el Holocausto, es simplemente inaceptable.
«Igualmente inaceptable es que se pida eliminar cualquier Estado o pueblo. Me gustaría que todos los miembros de la comunidad internacional respetaran este principio fundamental tanto en la teoría como en la práctica».
«El Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto es, por tanto, el día en que debemos reafirmar nuestra adhesión a los derechos humanos. […] Debemos también hacer algo más que recordar y velar por que las nuevas generaciones conozcan esa parte de la historia. Debemos aplicar las lecciones del Holocausto al mundo actual y hacer cuanto podamos para que todos los pueblos gocen de la protección y de los derechos por los cuales luchan las Naciones Unidas».
Asuntos pendientes que resarcir
Pero hay que reconocer que desde una posición más sensible todavía, (más que las conmemoraciones o que trabajar para que la historia así no se repita), es difícil concebir que no haya nada más para las víctimas inocentes de la historia, las que tanto sufrieron y que ya no están. Hasta a un pensador tan de tendencia marxista como Walter Benjamin, se le hacía muy difícil asumir que ya no había nada más para las víctimas de la historia, hasta el grado de que deseó algún tipo de redención mesiánica para todos ellos. Le consumía pensar que todo acabara definitivamente para ellos.
Por otro lado, muchas personas no religiosas, aunque sensibles también ante la injusticia, asumen resignadamente que «esto es lo que ha habido en la historia y esto es lo que hay,» y muy loablemente abogan por que se deba luchar con todos los medios y fuerzas para que casos como aquellos no vuelvan a repetirse. Albert Camus (1913-1960), por ejemplo, renunció simultáneamente a la fe en Dios y al cristianismo con su «filosofía del absurdo«, o la inexistencia de un significado supremo de la vida humana. Eso significa que cada individuo del género humano es libre para moldear su vida, edificándose su propio porvenir. Pero bien pensado, habría que preguntar con sinceridad sobre qué oportunidad real de «moldearse» o «edificarse» han tenido los más débiles o las víctimas de la historia, o qué redención hay para todas ellas si desaparece por completo la esperanza que ofrece la religión. Porque ésta afirma que todavía hay asuntos pendientes que resarcir, que ahí no se ha acabado todo y que todavía son muchas las cosas que deben ponerse en su sitio. Y es que solo mirar lo que representan esas esculturas de los niños de arriba suscita los más profundos sentimientos de compasión. Como hasta el mismo Camus llegó a escribir: «Era consciente de cuán estéril es una vida sin ilusiones. No existe paz sin esperanza«. – Albert Camus (1913-1960), La peste, pág. 294.
En cambio, a cualquier persona sensible pero también con fe, no le sirve la expresión «pero la vida sigue». Tiene esperanza de que la vida siga, incluso hasta la eternidad, pero contando también con todos ellos, los que ya no están. Esa esperanza no es un simple «ojalá«, es firme convicción, es un sentir profundo de que tiene que ser así porque semejante iniquidad e injusticia sigue clamando al cielo. Sencillamente no puede asumir que su sentido de justicia sea superior al de Dios mismo.
En el muro del Gueto de Varsovia, como se sabe, uno de los episodios más ignominiosos de la reciente historia humana, un judío escribió en 1941:
«Creo en el sol aunque no brille.
Creo en el amor, aunque yo no lo sienta.
Creo en Dios aunque no pueda verlo».
Palabras que desgarran el alma profundamente pero que muestran también que todavía quedaba luz de esperanza en el más oscuro de los mundos.
Sobre el Shoah o Holocausto judío por los nazis, el teólogo Hans Küng escribe:
«A mí me emocionó y me infundió ánimos el hecho de que incluso en Auschwitz innumerables judíos y también algunos cristianos creían en Dios… Ellos confiaron, y también – eso muchas veces se pasa por alto – rezaron en el infierno de Auschwitz. Desde entonces se han reunido muchos testimonios sobrecogedores que demuestran que en los campos de concentración no sólo se recitaba el Talmud y se santificaban las fiestas, sino que, en presencia de la muerte, se oraba y se confiaba en Dios». -I. J. Rosembaum, The Holocaust and Halakhah, New York, 1976. Citado por Hans Küng en «Credo, el Símbolo de los Apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo», Trotta, 1994.
También,
«Porque existe Auschwitz, dice el incrédulo, la idea de Dios me parece insoportable. Y el creyente, judío o cristiano, puede replicar: solo porque existe Dios puedo soportar la idea de Auschwitz». -Hans Küng, El Judaísmo, citado en su otra obra Existencia cristiana, Trotta 2012.
La religión abre una puerta a la esperanza cuando la ciencia y la filosofía simplemente se quedan sin respuestas.
Una vez más, la religión abre una puerta a la esperanza cuando la ciencia y la filosofía simplemente se quedan sin respuestas. La religión afirma con vigor y determinación que todavía quedan asuntos pendientes que redimir, que la injusticia no tendrá la última palabra. Afirma que «el Dios de Abrahán, Isaác y Jacob no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mateo 22:32) y que para él todos ellos viven.
En este caso se trató del pueblo judío, pero podría haberse tratado de cualquier otra comunidad humana. Como dice Hannah Arendt, ningún derecho ni justicia humana podrá jamás resarcir a las víctimas inocentes de la historia. Sólo queda lo que Rudolf Otto llamó «lo numinoso», «lo sagrado» concretado en Dios mismo. Solo eso y nada más que eso abre una puerta a la esperanza para todos ellos.
En recuerdo esperanzado, el músico Itzhak Perlman interpreta la banda sonora del film La Lista de Schindler, 1993.
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