«Dedicado a Tomasa Calvo, mi amiga y cicerone turolense»
Que Isabel es la gran reina de la Historia de España es una realidad que ofrece escaso debate. Hay quien incluso la define como una de las grandes mujeres de la Historia de la Humanidad, y así debe ser.
Su obra para la Historia reposa sobre dos grandes pilares. El primero, su contribución indiscutible a la unidad española gracias a tres hechos: la unión personal de reinos, Castilla y Aragón, a través de su matrimonio con Fernando II de Aragón; la conquista de la isla de Gran Canaria en 1483; y la conquista en 1492 del reino de Granada, que pone fin a la llamada Reconquista de España. El segundo, el descubrimiento de América, con todas las consecuencias que ello tendrá para el continente recién hallado: el tránsito del neolítico al renacimiento en apenas dos generaciones, su hispanización, y su evangelización.
A este segundo pilar de la obra isabelina es al que quiero referirme en esta ocasión, y al respecto, lo primero que se ha de señalar es que el tema ocupará doce años de la vida y reinado de la gran monarca castellana, los transcurridos entre ese año 1492 en que se produce el gran descubrimiento de tierra al otro lado del Atlántico, y el 1504 en el que lo que se produce es el triste deceso de la gran reina, a causa de lo que parece ser, por los síntomas conocidos, un cáncer de útero.

Para ello, quiero repasar cuatro momentos cruciales de la obra isabelina, relacionados con la exploración, la conquista, la evangelización y la colonización españolas, en lo que constituye un proceso que, observado en una perspectiva global, podemos definir, sin temor a equivocarnos, de “hispanización”, al modo y manera en que la obra de Roma sobre las provincias imperiales ha quedado consagrado como “romanización”. De hecho, si lo piensa Vd., fue más “hispanizado” el Imperio Español, que “romanizado” el Romano.
El primero de esos hitos es el de las Capitulaciones de Santa Fe, momento en el que, no totalmente conscientes de las dimensiones de la obra que se emprendía y del caudal de hallazgos geográficos que la expedición estaba llamada a producir en el futuro, -en realidad, el descubrimiento del 60% del planeta Tierra, esto es, todo el espacio existente entre el meridiano 28 oeste que pasa por las Canarias, último punto conocido del Atlántico, hasta el meridiano 128 este que pasa por las Molucas-, ya expresan los Reyes esa vocación exploradora y descubridora cuando ofrecen a Colón “como Sennores que son [ellos] de las dichas mares oceanas […] todas aquellas islas y tierras firmes que por su mano o industria se descubriran o ganaran en las dichas mares oceanas”.
El segundo momento estelar elegido tiene lugar cuando, en el curso del que es el segundo viaje a América del Almirante, -un viaje de diecisiete barcos con dos mil hombres, con sacerdotes, caballos, cerdos, gallinas, semillas y aperos, que expresa la firme voluntad de España de establecerse en América-, Cristóbal Colón vuelve con una cantidad indeterminada de indígenas (se barajan cifras que van desde los cuatrocientos hasta los mil seiscientos) para vender en España como esclavos, y al enterarse la Reina estalla en indignación contra el Almirante –¡quién es este señor para disponer de quienes son mis vasallos!- y ordena buscar a los indígenas vendidos, rescatarlos y devolverlos a su tierra originaria. El 20 de junio de 1500, mediante Real Cédula, la Reina prohibirá taxativamente traer indios a España o someterlos a servidumbre. Y en las instrucciones que envía en 1503 al gobernador de la isla de la Española, Nicolás de Ovando, le ordena observar “que todos los indios, vecinos y moradores de estas islas fuesen libres y no sujetos a servidumbre, y que no fuesen molestados de algunos, sino que viviesen como vasallos libres, gobernados y conservados en justicia, como lo eran los vasallos del reino de Castilla”.

El tercer momento elegido es la primera y más grande declaración de mestizaje realizada jamás en la Historia de la Humanidad, -¡en toda la Historia de la Humanidad!- con el resultado cierto de la creación de una raza nueva, la que cabe denominar “hispano-americana”, cuando, igualmente en 1503, concretamente el 29 de marzo, ordena Isabel también a Nicolás de Ovando
“Mandamos que el dicho Nuestro gobernador […] procure que algunos cristianos se casen con algunas mujeres indias y las mujeres cristianas con algunos indios”. Y en otro lugar añade, que los matrimonios entre unos y otros, españoles e indígenas, “son legítimos y recomendables, porque los indios son vasallos libres de la Corona española”. No se limita la cuestión a un mero permiso de matrimonio, es algo más, es una exhortación, casi una orden.
Y el cuarto momento es la especialísima encomienda que hace de sus nuevos súbditos novomundianos cuando en el codicilo que añade a su testamento el 23 de noviembre de 1504, tres días antes de su muerte y 42 después de haber dictado testamento, deja las siguientes palabras para la eternidad, con dos instrucciones básicas.
La primera, la de evangelizarlos:
“Por quanto al tiempo que nos fueron conçedidas por la sancta Se Apostólica las Yslas e Tierra Firme del Mar Oçéano, descubiertas e por descubrir, nuestra prinçipal yntençión fue de procurar de ynduzir e traer los pueblos d’ellas e les convertir a nuestra sancta fe cathólica, e enviar a las dichas Islas e Tierra Firme prelados e religiosos e clérigos e otras personas doctas e temerosas de Dios, para ynstruir los vezinos e moradores d’ellas en la fe cathólica, e les ensennar e doctrinar buenas costumbres”.
La segunda, la de otorgarles un trato privilegiado, acorde con su condición de ser, entre sus vasallos, los más desfavorecidos:
“E que no consientan nin den lugar que los yndios, vezinos e moradores de las dichas Yndias e Tierra Firme, ganadas e por ganar, reçiban agravio alguno en sus personas ni bienes, más manden que sean bien e justamente tratados, e si algund agravio han reçebido lo remedien”.

Así pues, la vocación exploradora, la inadmisibilidad de la esclavitud de indígenas, la declaración de su condición de hombres libres, la exhortación al mestizaje y a los matrimonios mixtos entre españoles y americanos, la evangelización prioritaria y la especial protección de los indios… como conceptos absolutamente innovadores y vanguardistas presentes, desde el primer momento, en el plan de Isabel la Católica para el Nuevo Mundo.
Unos principios impresos a sangre y fuego en la colonización española de las Américas (y también de muchos otros lugares del mundo, ojo, aunque hoy no sea nuestro tema) que, curiosamente, no osará cuestionar, hasta que finaliza la presencia española en aquellas tierras, ninguno de sus sucesores: tantos como dos Trastámaras, seis Habsburgos y nueve Borbones, diecisiete monarcas en total. Que todos ellos, -unos más tiempo, otros menos, unos con más territorios, otros con menos-, fueron reyes, como Isabel, de la España americana. En herencia y sucesión del legado isabelino.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Luis Antequera
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