No hay cuentos de cuna capaces de reblandecer los corazones de aquellos que tienen que tomar decisiones de las que dependerá la suerte de miles de hombres y de mujeres. El odio, la soberbia y la rabia se transforma en una tupida tela que amordaza nuestra alma y nubla la visión. El conflicto avanza y envilece aquello donde toca. El mundo vive en una guerra constante y perenne en la que parece estar sumida la vida.
En medio de la barbarie absurda de los humanos en la que volvemos a ser como Caín, matando a nuestro propio hermano, la tierra ruge y nos zarandea intentando despertarnos. Estremece el sonido del crujir de la naturaleza que rabia de impotencia al comprobar año tras año cómo Rousseau tenía razón: “el hombre es un lobo para el hombre”. Es entonces cuando la tierra tiembla y se hace la oscuridad.
El último gran quejido lo hemos observado en Turquía y Siria. Lugares en los que el conflicto y la pobreza lleva haciendo mella muchos años. Desde la madrugada del domingo 5 de febrero vivimos unidos al dolor de este pueblo en el que un terremoto devastador ha acabado con la vida de más de 38.000 personas. Algunos, en este contexto de dolor y sufrimiento, prefieren enfocar la tensión de conflictos entre el pueblo turco y sirio. Sin embargo en medio de este desasosiego constante de intentar esconder el corazón en la tiniebla la luz brilla más.
En los momentos más duros el ser humano es capaz de demostrar su grandiosidad, su bondad y generosidad.
En los momentos más duros el ser humano es capaz de demostrar su grandiosidad, su bondad y generosidad. Cuando de verdad importa las personas se entregan a la vida y se convierten en auténtica luz que guía. No importa el contexto ni la historia que después se escriba en los libros. ¿Cómo olvidar ese amor profundo de ese hombre incapaz de soltar la mano de su hija fallecida entre los escombros? ¿Será posible que eliminemos de nuestra retina el momento en el que Aja, que significa señal de Dios, salía recién nacida y aún con el cordón umbilical colgando en brazos de aquel hombre de entre los escombros? ¿Habrá un momento en el que cuando sintamos que desfallecemos no venga a nuestra memoria esos niños que aguantaron más de 140 horas bajo piedras y polvo sin agua ni comida?
El amor puede más porque todo lo transforma. Los niños milagros de Turquía y Siria nos recuerdan que el hombre es bueno y que solo es un lobo para el hombre cuando tiene miedo y cree que la única salida de la espesura de la tiniebla se elimina con el mal.
Ahora que ya se cumple el primer año de conflicto bélico en Ucrania no podemos olvidar a todas esas personas que mantienen su fe en la luz en el mundo. Sigamos con ellos. Imagino entonces la oración de aquel padre que rezaba de rodillas junto a su hijo asesinado por las tropas rusas: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor” (San Juan de la Cruz).
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