Leía este verano «La dieta interior» de Alexandre Havard donde contaba cómo, en uno de sus seminarios sobre liderazgo en la Universidad de Riga, asistía una chica al más puro estilo Marilyn Monroe, que a la pregunta de: ¿Qué es el liderazgo? respondió rápidamente: “¡el liderazgo es poder!” Un año después, Marilyn repetía seminario transformada al más puro estilo de elegancia y recato de Audrey Hepburn, pidiendo poder explicar a los nuevos alumnos el motivo de su cambio radical. Su transformación, tanto física como espiritual, se debía a una conversión del corazón, de la mente y de la voluntad, especialmente por escuchar a la conciencia. Porque quien descubre verdaderamente a belleza, la busca, la admira y la convierte en su ideal.
Siempre que se habla de una mujer bonita y con estilo, a pesar de los pesares, nos sigue viniendo a la cabeza la “cara de ángel” de Audrey Hepburn, admirada por su belleza, frescura e imagen de inocencia, cualidad tan desvirtuada hoy día. Su elegancia era sencilla y muy femenina, alejada de las curvas insinuantes y provocativas de la primera versión de la alumna de Havard. Admirada tanto si vestía de monja, como si se cortaba el pelo o incluso disfrazada de la torpe “pobre muchacha” de My Fair Lady. Pero en la época del relativismo, ni el concepto de belleza femenina, ni los ideales que representa, quedan fuera de sus tentáculos.
En la época del relativismo, ni el concepto de belleza femenina, ni los ideales que representa, quedan fuera de sus tentáculos.
Sin duda iconos así se alejan bastante de la mayoría de referentes de hoy día, que dirigidos por modas y “vanidades”, venden su imagen, incluso a sus familias, con tal de hacer caja.
Donde quiera que nos espere la belleza surgen voces para eclipsar su atractivo y asegurarse de que su “voz” no se oiga por encima del mensaje que pretende anularla, intentando así eliminar también cualquier aspiración a ella, no vaya a ser que surjan pretensiones de una vida más elevada.
El ideal de belleza femenina, transmitía bondad y fortaleza, pureza, sencillez, e incluso castidad, provocando la admiración de los valores que representaba. Sin embargo, el manido empoderamiento y vanidad de un modelo femenino, que obliga tanto al culto al cuerpo, como al uso de una falso y dañino concepto de libertad sexual, contradictoria con la verdadera liberación de la mujer que, además de distorsionar la imagen femenina y sus aspiraciones, produce una ruptura con su realidad.
El manido empoderamiento y vanidad del modelo femenino, que obliga al culto al cuerpo y el uso de un falso y dañino concepto de libertad sexual, distorsiona la imagen femenina y produce una ruptura con la naturaleza y realidad de la mujer.
Mientras las redes nos saturan de recomendaciones sobre una belleza y estilos de vida que potencian el “mirarnos el ombligo”, nos alejan al mismo tiempo de la rentable belleza interior, eliminando sutilmente esa capacidad femenina de amar, ahora muy lejos del “amor sin límites” que elogiaba la reina Fabiola en su 60 cumpleaños, arcaico y machista sin duda para las actuales mentes acríticas.
Si a pesar de los pesares seguimos empeñados en buscar la belleza, Scruton nos recuerda que esta búsqueda, debería conducirnos hacia acciones potencialmente más elevadas, y que estas, precisamente, van precisamente en dirección contraria a nuestras imperfecciones, para lo cual necesitaríamos una gran dosis de humildad y redirigir la mirada hacia “ideales nobles”, palabra cuyo solo pronunciamiento hace rechinar los dientes de algunos, mientras que a otros, nos transporta con nostalgia a otro mundo, evoca películas antiguas, recordándonos la ausencia de líderes, incluidos los referentes femeninos.
«Cómo la Virgen María llegó a ser la Mujer más Influyente del Mundo», fue el título de la portada del número de diciembre de la revista National Geographic hace unos años en su edición Americana, y es que a pesar de los millones de likes de algunas, desde su nombramiento en el año 431 en el Concilio de Éfeso, ninguna mujer ha sido tan exaltada y seguida como María, símbolo universal del amor maternal, de belleza, del sufrimiento y el sacrificio, además de representar la unión cercana a lo sobrenatural. Su “sí” permitió el nacimiento del Mesías, provocando el incuestionable cambio de rumbo de la historia y la movilización de millones de personas a rezar, actuar y a cambiar sus vidas, inspirando miles de obras de arte. ¿Qué mujer es o ha sido mayor influencer?
Ninguna mujer ha sido tan exaltada y seguida como María, símbolo universal del amor maternal, de belleza, del sufrimiento y el sacrificio, además de representar la unión cercana a lo sobrenatural.
Muchos autores se remiten a María como modelo femenino, por ejemplo, el doctor Viereisels, oyente en una de las conferencias de Edith Stein, escribía en su diario que la ponente había sido convincente y personificaba su pensamiento de una manera clara», añadiendo que, ”cuando baja de las gradas del estrado recuerdaba a aquellas imágenes en las que los antiguos artistas representaban la entrada de María en el templo”.
Para Scruton, además, María “es una mujer cuya madurez sexual se expresa en la maternidad y que, sin embargo, permanece intocable, como un objeto de veneración, apenas distinguible del niño que tiene en brazos… La belleza de la Virgen María es un símbolo de pureza”.
Cualquiera podría rebatirme diciendo que ese ideal de belleza femenina está pasado de moda, y yo preguntaría ¿A qué tipo de ideales nos animan los new models?
Sinceramente, parecen no ser capaces de reflejar, ni la belleza de la esencia femenina, ni siquiera el ansiado espíritu de libertad que quieren demostrar. La mujer está más sometida que nunca y presa de contradicciones entre el amor al que aspira, la entrega que derrocha, el egoísmo que se la propone, el culto al cuerpo y las demandas de la vida profesional, autolimitándose por la tiranía de las ideas de otros, con tal de que nadie la señale como antigua.
El impuesto relativismo democrático nos coloca, no solo en una renuncia de toda aspiración noble o ideal de belleza, sino en conflicto con ella, y la belleza de la mujer se desvirtúa repercutiendo precisamente en nuestra ansiada realización como mujeres. La belleza, como la verdad, no es cuestión de épocas a pesar de que nuestra época parece querer anular cualquier aspiración elevada imponiendo unos criterios muy alejados de la “obligación especial” que veía Scruton en el proceso de creación de la cultura de ser distintos y mejores de lo que somos [1].
Impasibles vemos cómo, mediante el uso de esta nueva cultura, por llamarla de alguna forma, cómplice en la conspiración contra los valores, neutralizan nuestras aspiraciones. Si como decía Schiller, la felicidad tiene como objetivo el amor a la belleza, la humanidad necesita buscarla, y la mujer, como centro actual de todas las miradas, tiene una importante tarea para recuperar su feminidad, usando su libertad para contribuir a un mundo mejor.
Gracias a Dios, de vez en cuando, algo agita la indiferencia y tenemos la impresión de estar delante de un acontecimiento que nos supera, nos causa admiración, nos interpela, nos recarga las pilas y anima a hacer cosas grandes, aunque a veces solo sea por un rato. Que nos habla de la grandeza del ser humano y aleja de la mediocridad en la que estamos inmersos, dando verdadero sentido a nuestra tarea de mujer, y anima, cómo podría decirse, a pasar de nivel…y pese al empeño en neutralizar la belleza, María permanece siempre. Su presencia representa la unión de verdad, belleza y bondad.
Recuperemos el valor de la humildad, de la entrega, del amor, del cuidado de la vida, del sacrificio, en resumen, de la presencia del ser, instalemos las virtudes en nuestro día a día, porque es esa belleza de los “actos cotidianos” es la que cambia el mundo. Quizás sea este cambio de rumbo, de traición a nuestra naturaleza, la razón de la actual crisis de identidad de la mujer, perdida en una carrera hacia delante en la que nos ofrecen todo tipo de “supuestos adelantos” para minar nuestra capacidad de amar, dejándonos guiar como burros con orejeras.
Instalemos las virtudes en nuestro día a día, porque es esa belleza de los “actos cotidianos” la que cambia el mundo.
Cuando los niños de Medjugorje preguntaron a la Virgen: ¿Cómo es que eres tan bella?, ella respondió: “Soy bella porque amo”. No hay mejor receta de belleza que seguir a María.
[1] R.Scruton, La belleza, pág. 212
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