Daniela Bignone comparte con Woman Essentia las experiencias de una mujer occidental y cristiana en tierra islámica. Vivencias simples y extraordinarias. Todo un proceso paulatino que poco a poco rompe esquemas mentales para confirmar que por encima de la barrera de la diversidad, más allá del velo, hay rostros, historias y vidas que están esperando ser conocidas y amadas.
Pakistán es un país de contrastes. Tierra de guerras, invasiones y conquistas, cuya cultura nace de la mezcla de varias culturas. Es el país de la ruta de la seda y el segundo estado islámico más grande del mundo. Una realidad caracterizada por complejidades no solo religiosas, sino también históricas y sociopolíticas. En el libro “Más allá del velo. En el corazón de Pakistán” Daniela Bignone recoge vivencias que permiten hacer un viaje casi real dentro a este conjunto de modos de vida y costumbres muy diferente a la europea. Busca contribuir de manera concreta al conocimiento mutuo mediante un lenguaje más profundo, basado en la experiencia personal, de aquello que une el mundo islámico con el occidente: la dimensión comunitaria de la vida, los lazos globales y la presencia de Dios en la sociedad.
Daniela Bignone nació en Génova Italia, después de sus estudios universitarios en ciencias de las actividades motoras, viaja a Pakistán donde permanecerá 23 años. Trabaja en el ámbito diplomático y ofrece su servicio en diversas actividades de voluntariado. Forma parte de los socios fundadores de la ONG Nest di Karachi, a servicio de los niños de la calle. Durante los últimos años se dedica a poner en marcha una escuela de una zona rural en el norte del País. Actualmente vive en Italia.
Woman Essentia.- ¿Qué idea tenías de Pakistán antes de partir? Después de haber vivido ahí durante 23 años ¿qué puedes contarnos?
Daniela Bignone.- Seré sincera. No tenía la más mínima idea de cómo era esa parte del mundo, excepto lo que estudié en los libros de escuela. En cierto sentido esta ignorancia me ayudó porque no atesoraba expectativas ni acumulaba prejuicios. Todo estaba por descubrirse, por lo tanto el primer impacto fue muy fuerte. Me catapulté en un mundo totalmente diverso y desconocido. Por ejemplo era tan extraño observar todo en masculino, es decir, hombres en todas partes: hombres en los coches, hombres en las tiendas, en los bares, esperando en las paradas de autobús. Pocas mujeres, todas protegidas por sus velos.
En Pakistán la vida es dura y los salarios muy bajos, sin embargo gracias a la solidaridad de las familias ninguno muere de hambre. Hay pobreza e inseguridad. Racionamiento cotidiano de la electricidad, del gas y del agua. En la ciudad de karachi, donde yo viví, no había sistema de drenaje. En las casas las habitaciones son muy pequeñas, durante el día el espacio se convierte en zona común y de noche se transforma en dormitorio con catres colocados uno encima del otro para dormir. Tenía que esforzarme por ir más allá de lo que veía. Como occidental, me faltaban elementos para comprender una cultura tan diversa. Tuvieron que pasar 23 años para valorizar este pueblo que me acogió así como las personas con las que compartí alegrías y dolores, conquistas y fracasos. Por fortuna es en el corazón de la gente donde se encuentran las razones del modo de vivir. Con la ayuda de un profesor anciano aprendí el Urdu, la lengua local que se habla sólo en Pakistán. Esto facilitó absolutamente la convivencia.
La hospitalidad pakistaní es sagrada. La capacidad de acoger es algo inherente en el ADN de estos pueblos, evidente y conmovedor en las personas sencillas. Aprendí la importancia de evitar juzgar desde la primera impresión porque más allá de la barrera de la diversidad se esconden rostros, historias vidas que sólo esperan ser conocidas y amadas. Es en la relación cotidiana donde van desmoronándose los prejuicio y donde constatamos que somos todos iguales con los mismos sentimientos, afectos y miedos.
WE.- Háblanos de las mujeres protegidas por sus velos, en esta realidad toda masculina…
DB.- Es verdad que los derechos de las mujeres en Pakistán van por detrás de los del resto del mundo. Esto no lo niego y he sido testigo de que existen aberraciones, violencia y falta de libertad. Sin embargo considero un verdadero riesgo el hecho de valorar este aspecto como algo absoluto, olvidando que hay más de 200 millones de personas, la mitad mujeres, que viven su vida de manera normal y que en su cultura aceptan su rol como protagonistas en la familia y en la crianza de los hijos. Mujeres que asumiendo esta responsabilidad afrontan situaciones de sufrimiento inimaginables sobrellevadas con tanta abnegación y amor. Entre occidentales y asiáticos a veces no nos entendemos porque tenemos categorías mentales y puntos de referencia completamente diferentes.
En Pakistán la mayor parte de los matrimonios son combinados. Los padres buscan con atención y cuidado el joven justo. En esta búsqueda viene considerada la familia de origen, las posibilidades económicas, los estudios realizados por el candidato, se aseguran que el status social no sea muy diverso. A menudo, diría, en la mayoría de los casos estas uniones funcionan. Últimamente los matrimonios “por amor” son más comunes, sin embargo si no son ratificados por la familia, a menudo producen un aislamiento de la nueva pareja. Una vez expresé mi incertidumbre ante este tipo de tradición a un matrimonio maduro y probado por la vida, el cual me respondió “Aquí nos casamos, nos conocemos y con el pasar del tiempo nos enamoramos”.
Es una cultura que está recorriendo su camino. Las mujeres ahora pueden estudiar, sobre todo quienes viven en las grandes ciudades. En las zonas rurales la realidad es diversa pues aún son comunidades ligadas a una cultura que vive y trabaja en el campo, donde las mujeres padecen menos sufrimientos en el sentido que viven la realidad de su vida sin tantos cuestionamientos.
Son ellas, las nuevas generaciones quienes comienzan a “purificar” su propia cultura de aspectos que pueden ser un freno al crecimiento. Lo importante para nosotros los occidentales es tomar conciencia y comprender que estos cambios deben venir desde dentro, no podemos imponerlo ni siquiera con las razones más nobles. Podemos y debemos sostener la educación de las mujeres paquistaníes para que ellas sean quienes logren el cambio.
En toda esta realidad hay un contraste muy fuerte. Por una parte está el gran respeto por las tradiciones (aunque occidente no la comprenda) y por otra parte la conciencia que es necesario un crecimiento para defender los derechos humanos y ofrecer posibilidades a las mujeres paquistanís que desean encontrar su esencia. Es evidente que la ausencia de la mujer en la sociedad lleva sus consecuencias. En Pakistán este camino de reconocimiento ha ya iniciado.
WE.- ¿Cómo fue tu encuentro con los musulmanes y la religión islámica?
DB.- Este ha sido el escenario de todos estos años. Como cristiana sentí el peso de la discriminación, no falta de la libertad porque hay iglesias, es posible ir a misa y participar de la comunidad. Pero los cristianos, que son la minoría, no tienen voz. Lo peligroso es que esta marginación tantas veces llega al odio provocando ataques a las iglesias o a sus miembros como por ejemplo la imposibilidad de que un cristiano pueda hacer carrera en un puesto público.
A nivel personal ha sido una experiencia totalmente diversa. En Karachi, la ciudad donde yo habitaba, nuestro vecino era musulmán y hemos convivido como hermanos. En una ocasión una compañera se enfermó, él la cargo en brazos y en su automóvil (él tenia nosotros no) la llevo al hospital. También recuerdo que después del ataque del 11 de septiembre del 2001 la seguridad y paz del país fueron extremamente debilitadas. Nosotros los extranjeros teníamos que estar confinados en casa porque podíamos ser identificados como americanos. En este periodo tantos amigos musulmanes nos acogieron en sus casas ofreciendo protección. En el trabajo la mayoría de mis colegas eran musulmanes y siempre reinó un respeto mutuo. Sí, en algunas ocasiones fui insultada por ser cristiana pero eran ofensas que venían de personas a quienes yo no conocía.
WE.- Has puesto en marcha, a propuesta del obispo de la diócesis de Rawalpindi, una escuela para los niños del pueblo de Dalwal, una zona totalmente musulmana. ¿Cómo fue posible? ¿Qué valores han unido en esta realidad a los cristianos y musulmanes?
DB.- Esta ha sido una bellísima experiencia. La escuela, fue fundada por los misioneros capuchinos de Bélgica a finales del siglo XIX, nacionalizada por el gobierno de Bhutto en la década de 1970 y desnacionalizada en el año 2000, por ello pudimos hacernos cargo. La llave que permitió todo fue “estar al servicio”, actitud muy apreciada por las familias musulmanas. Apostamos por la calidad en la educación. Mejoramos las instalaciones escolares con aulas acogedoras, baños decentes, exámenes médicos gratuitos para todos los niños, material pedagógico actualizado y ofrecimos clases de inglés.
Introducimos una nueva materia escolar titulada “La formación del carácter». Consistía en dedicar una hora a la semana para profundizar en las innumerables aplicaciones practicas de los valores como el respeto, la justicia, la honradez, la sinceridad y la generosidad. Valores universales presentes también en la religión Islámica. Un éxito inesperado en esta zona tan conservadora fue, a petición de algunos padres, abrir la matrícula también para las niñas. A través de los alumnos los valores promovidos por la escuela llegaron a las familias, en particular el respeto por los profesores en su mayoría cristianos. Resumiendo puedo decir que la relación entre las personas salva del miedo y de todo lo que nos encierra en nuestro pequeño mundo.
WE.- El 8 de octubre de 2005 un terremoto muy violento golpeó la zona en la frontera entre India y Pakistán. ¿Cómo viviste esta situación?
DB.- Sí, fue un terremoto de magnitud 7,6, uno de los más fuertes. En un instante arrasó pueblos enteros de la región montañosa muy difícil de alcanzar incluso en situaciones normales. Los datos oficiales hablas de más de 50 mil muertos, 100 mil heridos y 4 millones de personas sin casa. En más de 480 comunidades no fue posible llegar ni con helicópteros. Una situación verdaderamente dramática. Obviamente era imposible permanecer indiferentes. La atención medica estaba en manos de profesionales. Apoyamos económicamente recolectando dinero para construir baños en uno de los campos de refugio. Vimos la necesidad de hacer presencia también en los hospitales para acompañar a los damnificados. Nuestra comunidad se organizó en grupos pequeños para ofrecer este servicio. Encontramos gente sola, paralizada con la mirada desconcertada y necesitada de hablar para comunicar el dolor. Aseábamos con delicadeza a los heridos y enfermos, no pueden imaginar su gratitud. Imposible relatar las historias escuchadas, verdaderamente impresionantes. Habían demasiados niños pequeños, faltaba toda una generación (de 12 a 20 años), la que estaba en la escuela derrumbada en el momento del terremoto. Recordando me parece recoger nuevamente dolor y dolor, pero también la fe viva de este pueblo. La desgracia generó iniciativas, nos saco de la condición de minoría cristiana. Trabajamos juntos, cristianos y musulmanes, codo con codo.
WE.- Lo mejor que aprendiste en Pakistán…
DB.- La cosa más hermosa que aprendí en Pakistán es la sencillez de la vida y de las relaciones humanas. El sentido de comunidad, un “nosotros” vivido día a día. Pakistán es algo que entró muy dentro de mí. Siento una sutil nostalgia cuando, en mi realidad aquí en Italia, tengo el riesgo de adaptarme a una vida más cómoda. Ahí, en el sur del Asia, las cosas externas te obligaban a vivir con sobriedad, la vida te empujaba a la donación constante sin medir las fuerzas ni el tiempo. Se podría decir que en Pakistán aprendí a usar menos la palabra “Yo» y a utilizar más la palabras “Tú y Nosotros”.
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