Hoy nos acercamos al alma de una mujer, de la que no desvelaremos su verdadero nombre porque así nos lo ha pedido. La razón de su decisión no es otra que preservar el anonimato de sus dos hijos, actualmente mayores de edad.
Nuestra protagonista es una mujer de clase media, con estudios universitarios. Una mujer madura, pasa de los cincuenta, que ha adoptado el nombre de Olivia Roca como seudónimo para presentarse ante los medios de comunicación.
Tuve la ocasión de conocer a nuestra protagonista cuando realicé, hace unos años, un programa especial de radio dedicado al maltrato de género. Ella acudió a una de mis tertulias porque acababa de salir de un largo proceso judicial y se consideraba una mujer afortunada: “Estoy viva, cuando leo las noticias en las que otras mujeres mueren asesinadas por sus parejas sentimentales me duele tanto que sólo puedo dar gracias por estar viva”.
De aquella entrevista, surgió una gran amistad entre nosotras. Una admiración por mi parte ante la entereza de Olivia y una sinceridad de ella para conmigo que siempre agradeceré. De hecho, fue una sorpresa y una responsabilidad que compartiera algunos de los episodios que sufrió con su entonces marido y delegara después en mí la tarea de dar forma literaria a un libro que recoge su experiencia como esposa maltratada.
Durante el proceso de recopilación de datos, hemos llorado juntas y nos hemos enfadado con el mundo en general. Puedo asegurar que durante la redacción de este libro, Olivia Roca se ha liberado, ha sacado a la luz momentos de su vida que creía enterrados. También se ha perdonado, tal vez lo más difícil de un camino de auto-curación en el que la víctima se siente culpable por todo y ante todos.
Woman Essentia.- Olivia, ¿por qué decidiste escribir “Ponte en mi lugar, la decisión de una mujer maltratada?
Olivia Roca.- Realmente no lo decidí yo, o al menos no de manera directa. Todo surgió por un comentario que hizo mi hijo y que despertó en mí la inquietud por compartir mi experiencia. En aquellos días, recuerdo que mis dos hijos y yo vivíamos con un tremendo estrés porque yo tenía protección policial y mi, entonces aún, marido se comportaba de una manera amenazadora, inquietante, invasiva y agresiva con los tres.
Nos demostraba continuamente que si no podía llegar a mí, les incomodaba cruelmente a ellos por teléfono o se presentaba en su entorno escolar para avergonzarlos, ridiculizarlos o amenazarlos. El objetivo –como años después me explicó un psicólogo forense -era derrumbarnos psicológicamente, enfrentarnos entre los tres, incluso. Y fue en uno de estos episodios, por el que tuve que presentar una denuncia más, cuando mi hijo me pregunto por qué no escribía lo que nos estaba sucediendo; él estaba convencido de que podríamos ayudar a otras familias.
Mi respuesta nunca la olvidaré: le contesté que lo escribiría cuando acabara “todo”. Ese “todo”, es decir el proceso judicial tanto por la vía civil como penal duraría doce largos años. Y efectivamente, he cumplido con mi palabra porque año y medio después de que se finiquitaran todos los aspectos del divorcio comencé a imaginarme cómo podría escribir todo lo que había experimentado. Y en ese momento, Teresa, nos encontramos y entre las dos dimos forma a este libro.
WE.- Olivia, ¿cuál es el propósito de este libro? Hemos de admitir que muchas mujeres están publicando sus experiencias de maltrato. Es una ventana abierta a una información que recibimos de primera mano. Pero permíteme que añada que también podemos caer en el error de saturar al lector con historias similares. Que pierda el interés incluso.
OR.- Bueno, yo creo que hay muchos aspectos comunes en todos los casos de violencia de género pero cada una de nosotras los hemos vivido de manera diferente porque somos únicas. Como únicos somos cada uno de los individuos que vivimos en este planeta, que nadie me interprete mal. Así que yo agradezco a todas las editoriales que con valentía están publicando las vivencias de mujeres que han salido de su círculo de maltrato, que han sabido defender a sus hijos y dotarles del equilibrio emocional que se merecen. Y también agradezco a las mujeres que son valientes criticando a sus abogados y al sistema judicial que no supo ampararlas como ellas esperaban.
WE.- ¿Ese fue tu caso?
OR.- Lo fue. No miento cuando digo que en varias ocasiones me fui a mi casa sin presentar una denuncia en un Juzgado de Guardia por la falta de atención del personal que me recibió. En el libro relato una experiencia nefasta que viví con una juez que tuvo la oportunidad de atenderme en uno de los servicios de guardia. Faltaban apenas cuatro días para el 25 de diciembre. El Juzgado de Guardia estaba vacío, apenas una funcionaria a la que ya conocía –porque me había atendido desgraciadamente en ocasiones anteriores- y la propia jueza que era nueva para mí. Cuando les expliqué lo que me ocurría, su señoría me “invitó” a que me fuera a casa, a que no presentara otra denuncia. En ese caso yo interpreté que debía ponerla por el acoso y persecución que habíamos sufrido mis hijos y yo unos minutos antes.
Recuerdo los hechos perfectamente: en aquella ocasión, mi ex marido y padre de mis dos hijos nos persiguió durante kilómetros. Su coche se pegaba al mío de manera temeraria (mis niños de 9 y 10 años estaban sentados en los asientos de atrás). Segundos después de casi toparse con la parte trasera de mi vehículo, aminoraba la marcha, para luego separarse y acercarse de manera agresiva una y otra vez. La brusquedad de sus movimientos hizo que nos asustáramos mucho. Mis hijos miraban hacia atrás, me pedían que acelerara y de repente su coche pasó al otro carril y me adelantó. Intentaba calmar mis nervios, que mis dos niños no descubrieran el miedo en mis ojos, pero mis piernas me temblaban. Solo quería bajarme del coche y llorar.
En cuanto pude, me desvié en dirección al Juzgado de Guardia para presentar una denuncia puesto que ya no tenía orden de protección. Recuerdo que al bajar del coche, el miedo se transformó en rabia contenida, en impotencia, en desamparo. Pero la jueza no me ayudó, me miró incluso con desprecio.
Yo aún iba maquillada y vestida con un elegante traje porque había salido de la oficina, mis dos pequeños con sus uniformes escolares. Y de pronto teníamos frente a nosotros a la máxima responsable del Juzgado que me enviaba a mi casa. Tuvo la osadía de recordarnos que era Navidad y que mis hijos necesitaban de su madre y padre. Añadió que yo les estaba alejando de la posibilidad de que los míos estuvieran con el suyo. No miento, fue así.
Dos años después, tal como explico en el libro, tuve la oportunidad de hablar con esta señora –en otro contexto bien distinto- y expresarle todo lo que no pude decirle por respeto a mis pequeños que no apartaban los ojos de ella.
“Entrada la noche, llamé por teléfono a casa de mis padres. Contestó mi madre y lancé la noticia sin preliminares: mamá, he denunciado a Manuel. No puedo más. Como siga así voy a terminar loca. Ya tengo abogado y celebraremos un juicio rápido esta misma semana. No necesito nada, estoy en casa de la tía Conchita. Si llama Manuel, dile que no sabes nada de mí, por favor”
Párrafo de la página 100 de libro “Ponte en mi Lugar”. Libros.com
WE.- Olivia, ¿Por qué has decidido firmar bajo seudónimo y por qué has delegado en mí la presentación del libro ante los medios de comunicación?
OR.- Mis hijos me pidieron, especialmente mi hija, que no firmara con mi verdadero nombre. Esta es la razón principal.
Además vivimos en una sociedad que aún no se compromete al 100% con los casos de violencia de género. Creo que se sigue poniendo en tela de juicio a la mujer maltratada. He llegado a oír cómo se criticaba a una mujer que había sido asesinada por su pareja sentimental. Las bases de la crítica descansaban en que ella no supo reaccionar a tiempo, que no había interpuesto denuncias, que le había perdonado y no sé cuántos argumentos más. Me duelen mucho estos comentarios, más cuando los emiten otras mujeres. Igual soy ingenua si digo que espero más complicidad y comprensión desde el género femenino, sobre todo si trabajan en el sistema judicial.
Además, creo que muchas personas opinan en los medios de comunicación sin saber realmente cómo vivía la víctima: a veces atemorizada por recibir 20 o 30 llamadas de su maltratador cada media hora y desde móviles distintos. También desconocen el tremendo dolor físico e inquietud psicológica que supone llevar una orden de protección o una copia de la orden de alejamiento en el bolso.
No exagero si digo que el cuerpo llega a doler. Duele por el miedo que sentimos, nos atenaza todo el sistema. Desde luego, muchos de los que opinan y trabajan como tertulianos profesionales no tienen idea del esfuerzo que supone para nosotras llamar a los teléfonos de emergencia para pedir ayuda en el momento en que nuestras exparejas se han saltado la orden de alejamiento.
Pocas personas saben que mientras marcamos el número de emergencia (si llegamos a hacerlo) nuestros verdugos nos piden que no les denunciemos porque continúan amándonos; que les perdonemos porque nunca volverán a insultarnos, ni pegarnos. Y nos dicen gritando –mientras se alejan- que desean volver a formar parte de aquella familia que para ellos era perfecta y que nosotras hemos destruido.
Y cuando los padres de nuestros hijos nos abordan en la calle y les recordamos que no se pueden acercar a menos de 500 metros, no parecen escucharnos. Les tenemos pegamos al coche, nos golpean la ventanilla y cuando marcamos el número de emergencia, nos insultan argumentando que les hemos arruinado la vida y que nos matarán si hacemos la llamada.
En esos momentos hay dos opciones: seguir con el protocolo y pedir ayuda; o cerrar el móvil, llevarnos la mano a la boca y sollozar en silencio … esperando que no vuelva a repetirse. Pero lo hará.
“Mi amigo Roberto aprovechó un instante a solas conmigo para decirme: Olivia, Manuel no me gusta. Tiene algo que no me gusta, es imposible que te quiera cuando te hace llorar. Piensa bien lo que te digo, porque cuanto más tiempo pases con él más te costará analizar vuestra relación”
Párrafo de la página 34 del libro “Ponte en mi lugar”. Libros.com
WE.- Olivia, ¿cómo es tu vida en la actualidad?
OR.- Tengo una vida tranquila, decidí salir de mi ciudad, de mi provincia. Vivo muy lejos de mi exmarido. No tengo sobresaltos salvo el día de mi cumpleaños y fechas señaladas como la Navidad o Fin de Año cuando aún me manda felicitaciones desde móviles distintos que yo voy agregando a mi lista de números bloqueados. Mis hijos están bien, cerca de mí. No tienen relación con su padre, les he entregado un libro a cada uno. Todavía no lo han abierto, creo que hay mucho dolor. El miedo y los reproches hacia su padre acabaron hace muchos años. Estoy orgullosa de ellos, son inteligentes y buenas personas.
Me gusta decir que no tengo ninguna deuda a pesar de que él estuvo a punto de arruinarme. Su obsesión fue mantener durante doce años pleitos judiciales que me arrastraron a pagar grandes sumas de dinero para los abogados y procuradores. Mi exmarido podía permitirse ese despilfarro, pero para mí fue un esfuerzo titánico resolver las deudas solicitando créditos y cubriendo –al tiempo- el resto de las necesidades familiares porque él no cumplía con la pensión por alimentos.
Pero todo esto forma parte del pasado. Todo pasa, no es un camino fácil. Ahora me siento libre, viva. Y antes de que me preguntes, Teresa, no tengo pareja, no he vuelto a enamorarme.
Agradezco de corazón, una vez más, la sinceridad de la mujer que ha elegido el seudónimo de Olivia Roca por compartir parte de su experiencia y transmitirla en esta entrevista. Quiero finalizar apuntando las reflexiones de Juan Fernández Rivero, editor de Libros.com:
“Este libro cuenta la historia de una lucha, pero también de una liberación; la historia de más de doce años de sufrimiento, pero también de coraje, esperanza y alegría. Un relato destinado al público general – que a tantos tópicos somete el problema de la violencia machista- y a todas las víctimas de maltrato que, como hizo la mujer que está detrás de Olivia Roca, se esfuerzan por salir hacia delante a pesar de las trabas que les impone nuestra sociedad”.