“Me sentí humillado, empequeñecido”, así narra Sir Paul McCartney su experiencia de Dios. Si fuera yo quien dijera: “He visto a Dios, –y a continuación explico el contexto-, bueno, sí allá por el 68, un día que estaba con unos amigos drogado hasta las trancas, tirados desnudos en un sillón y en un momento tuve el éxtasis, además, Robert vio lo mismo que yo: Un muro enorme donde no se podía alcanzar a ver el techo, era inmenso, tanta inmensidad y me vi pequeño, muy pequeño.” Cualquiera me diría, vale, bien, bonita, procura dejar de drogarte cuanto antes y vuelve a la realidad.
Pero es Paul McCartney quien ha narrado la experiencia, y lo curioso es que los grandes medios británicos lo recogen como ¡La espiritualidad en Paul McCartney!
Sir Paul ha sido galardonado recientemente por la Reina Isabel II, por su gran servicio en favor de la música. Hay que reconocerlo, estos británicos se cuidan, miman y alimentan su autoestima como nadie. Son fantásticos.
Cuando una se adentra en el “éxtasis” de Sir Paul y observa el bombo que le han dado los medios se queda pasmada por la enorme superficialidad y por el aprecio hacia el sincretismo religioso, se acaricia como si de un gatito persa se tratara.
El caso es no negar la existencia de lo divino, pero no pasa nada si lo afirmamos drogados hasta las trancas.
Aún así siempre podemos sacar algo bueno de esto, Paul McCartney al reflexionar sobre la vida y la muerte, ofrece una afirmación necesaria para el mundo de hoy. Él afirma sin complejos que sí, que firmemente cree en Alguien al otro lado, aunque para él implique el consuelo de encontrar “signos” de la presencia de sus seres queridos fallecidos. Como es el caso de su mujer Linda, quien murió a los 56 años por un cáncer. Una muerte muy sonada en su día, hija de multimillonario, casada con multimillonario, un matrimonio que perduraba en el tiempo, felices y de repente ¡Zas! El zarpazo de la muerte.
Pues Paul narra que un día de campo vio a una ardilla blanca jugueteando y que a él le pareció intuir la presencia de Linda en aquel animal. Lo cierto es que a él le confortó pensarlo y sintió paz, lo cierto también es que otorga a la trascendencia el lugar que se merece al afirmar que sus seres queridos fallecidos, le acompañan continuamente.
A Paul McCartney le ocurre como al resto de los mortales, necesita a Dios, necesita encontrar el infinito tras tratar y amar lo finito. Necesita convencerse que a este mundo venimos a pasar una temporada pero no la definitiva, si no, qué sentido habrá tenido para él su amor a sus padres, su mujer, amigos y tantos que pasaron por su vida y ya no están.
Pobre, muy pobre esa “espiritualidad” de Paul aclamada por los medios, pero necesaria. Muy bien Paul, seguro que el buen Dios te saldrá al paso tarde o temprano para que lo descubras en plenitud.
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