Estamos en el porche de casa tomando un café. La tarde está calma y mi esposa me aborda con frescura: ¿puedes quedarte junto a mí? Me lo pregunta expectante, ¿quizás temerosa? En el fondo segura de mi amor.
Entiendo muy bien su pregunta, es lo que hacen los años, afinar la comprensión.
Penélope es mujer de grandes gestos y pocas palabras, hacerla feliz resulta muy fácil. Se conforma con una copa de vino al llegar a casa, un abrazo tierno y una bañera caliente.
Pertenecemos al club de fans de las palomitas, de películas en el sofá, de tardes leyendo en el silencio compartido que tanto gusta a los que se aman.
No voy a negar las rencillas que surgen en la convivencia, pero afirmo sin vergüenza el ardor que volcamos en cada reconciliación.
La pasión por el arte nos ha regalado espléndidas tardes de embelesamiento a precios razonables. Cosas sencillas, asequibles y enriquecedoras en la medida de lo posible. Placeres compartidos con quien más amo.
¿Puedes quedarte junto a mí?
Como un hermoso ritornello su pregunta anida en mi pecho y resuena en mis oídos. Sonrío y pienso que hacemos un buen equipo.
Somos de disfrutar y de volver a las cosas simples, como vuelven las golondrinas después del invierno a asentar sus nidos en la calidez de nuestra primavera.
¿Puedes quedarte junto a mí? Insiste en su pregunta y advierto que anhela una respuesta definitiva que le permita soñar, que la transporte al paraíso de las palabras bonitas donde dormir feliz.
Y no puedo negarle una vez más mi fidelidad, así que me levanto, me acerco, tomo sus manos, guardo silencio un instante y le susurro al oído: me quedaré.
Ella sonríe coqueta y divertida ante mi obligada solemnidad y rompiendo el momento de magia con una de sus temidas frases me espeta, ¡Cuando puedas saca la basura!
Confieso que Penélope tiene el arte de llevarme a la luna, bajarme de un plumazo y hacerme aterrizar en el fango, pero no puedo resistirme a su dulzura, a su sempiterna sonrisa, a su mano abierta que se pierde en la mía.
Nos prometimos fidelidad y lo hemos cumplido.
¿La fidelidad es fácil?
Porque Penélope y yo sabemos que la respuesta es no. Al mismo tiempo se produce la paradoja de ser bastante sencillo, básicamente se trata de «querer querer» y pelearlo como si te fuese la vida en ello.
Para que una relación fluya hay distintos factores, complementarios y decisivos, como el buen humor, imprescindible de todo punto reír, mitigar la solemnidad de los problemas.
Sugiero fomentar la fidelidad y evitar encumbrar una minucia a categoría de tragedia.
Penélope y yo hemos reflexionado sobre los peligros de la monotonía y cómo ataca con ahínco la más sólida de las relaciones. Para combatirlo existe el antídoto perfecto: amar… amar y sinceridad total.
Amor, humor y gastronomía, ingredientes imprescindibles en toda relación.
El día va de caída y las sombras de la noche nos animan a preparar la cena. Ahí, en un mano a mano, siendo dos y uno, obsequiándonos el pase o el quite, celebrando los días de invierno y lo que esté por llegar.
Penélope elige un buen Ribera y me lo pasa. Yo descorcho la botella.
Propongo un brindis por nuestro amor y por esos hijos que llegaron para quedarse y hacernos morir de amor.
¿Puedes quedarte junto a mí?,me repitió Penélope, caprichosa.
— Sí, qué pesadita te pones— le dije. ¡Sí!
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