“No valoras lo que tienes hasta que lo pierdes”, reza el dicho. Estos pensamientos han retumbado durante semanas en la mente de muchos. “Dentro de muy poco se podrá leer “Covid-19” en los libros de historia de todo el mundo. Ocurrió una etapa que parecía impensable en el siglo XXI y tras crisis por la gripe, la peste… Ni los avances médicos, ni los tecnológicos han impedido el desarrollo de una enfermedad que aún a día de hoy resulta extraña. En los últimos meses sufrimos el miedo y el silencio. Importantes recursos económicos y humanos se están destinando a la búsqueda de una vacuna, de un remedio efectivo. No obstante, las cosas no van tan rápido como todos quisiéramos. Mientras tanto se nos pide disciplina y adaptación al cambio. Algo que no es fácil de cumplir”, asevera Ana Cebreiros, licenciada en Historia.
Vivimos en un mundo caótico e incluso frío, donde llega a suponer un esfuerzo mirar a los ojos a un vecino y saludarle. Pensamos en nuestras necesidades y calidad de vida. Deseamos tener una buena casa, un buen trabajo y estatus social. Cuando ocurre algo tan grave como una crisis sanitaria a nivel mundial, suceden cambios y llegan normas, debemos parar y reflexionar.
“Durante las semanas que duró el estado de alarma la mayor parte de la sociedad actuó con ejemplaridad. Es verdad que siempre hay excepciones. Pero, la mayoría hemos actuado correctamente y logramos rebajar las cifras de contagios y muertes y estabilizarlas en niveles bajos. Empezó entonces la “nueva normalidad”, esto es, nuevas normas de convivencia para evitar la vuelta atrás. Y el silencio desapareció. Sin embargo, el ser humano es esa especie capaz de caer repetidamente en los mismos errores. Ya sufrimos los primeros rebrotes en España y la incertidumbre vuelve”, manifiesta Ana.
Todo se quedó en silencio
No somos imprescindibles, inmortales, ni soberanos en un mundo con vértices difusos. Nuestra salud se ve afectada. “De un modo atroz nos han golpeado donde más duele. Hemos conocido lo que es la pérdida de la libertad física y emocional. Esta pandemia nos ha hecho descubrir en todo el mundo que no tenemos el control que creíamos poseer sobre nuestras vidas y que el cambio puede llegar en cualquier momento”, refiere Susana, técnico de Hacienda.
Durante años se ha desmerecido el valor de quienes trabajan por y para nosotros. Hemos estado a merced de ellos y no caminábamos sin su consentimiento. “Hace semanas comenzaron a destruirse vidas e ilusiones de un modo fatídico. Sentimos fuertemente la pérdida de nuestros mayores, quienes significaban unión, de profesionales imprescindibles y el miedo se apoderó de nosotros. Todo ello, marcará un antes y un después en el enclave social y personal”, refiere Antoni Jiménez Massana, psicólogo.
Si echamos la vista atrás, en nuestra vida previa a la pandemia, no recordamos restricciones para salir de casa. “Compartíamos, nos consolábamos y disfrutábamos de nuestra cultura del contacto. Desciframos a un alto precio que el respeto al otro se determina en tenérnoslo a nosotros mismos. No obstante, llegó el cambio. Se ha evaporado el silencio. Vuelven los gritos, risas, fiestas y reuniones inapropiadas. Muchos son los que desoyen las voces que alertan de no bajar la guardia”, propugna Susana.
Rechazábamos esperar, escuchar y compartir desinteresadamente. Nos ahogábamos para coordinar vida familiar y laboral sin ayuda del colegio, los abuelos y los vecinos. Y tuvimos que afrontarlo, en una etapa llena de trucos y por obligación. Hemos llegado a ver y comprobar desde los ojos de otros, por ejemplo, de aquellos que por diversas patologías, no pueden llevar una vida «normal», como lo era la nuestra.
Un tiempo en el que no queríamos ver
Pasamos largas e intensas semanas sin excesos, siendo presas del silencio y seguimos adelante. Tenemos parte de lo mejor de nosotros a nuestro lado: A algunos de nuestros seres más adorados. “Nos sentimos incompletos, entristecidos por este monstruo que todavía no nos permite estar lo unidos que desearíamos. En esta etapa sale lo mejor de muchos de nosotros. Pero esto no elimina a los egoístas que siguen ahí y que han salido a la calle dejándose la cordura en casa. Ellos están borrando de un plumazo lo conseguido y faltando al respeto a quienes han desaparecido y a los que siguen enfermando en todo el mundo”, declara Susana.
«La fuerza natural dentro de cada uno de nosotros es el mayor sanador de todos”. Hipócrates
Conocedores del cambio, muchas cosas pueden mejorar. Estimar y dar el lugar indicado, son aspectos determinantes para avanzar en la dirección correcta. “Todo contacto y cariño que se pueda transmitir a nuestros familiares es una necesaria medida terapéutica y de salud. Todo el mundo gana”, defiende Antoni.
“Probablemente logremos concebir que si hay cosas que fallan es necesaria más responsabilidad. El día de mañana, como ocurre hoy, nos necesitaremos y añoraremos infinitamente. Deberemos trabajar duro para conseguir un futuro más esperanzador y humano”, argumenta Susana. Parafraseando a Hipócrates: “La fuerza natural dentro de cada uno de nosotros es el mayor sanador de todos”.
El cambio puede convertirse en algo positivo
Estar en familia es fabuloso y ser agradecido lo justo. Nos faltan cosas todavía y esperamos recuperarlas pronto y disfrutarlas el máximo tiempo posible. Tememos volver a vivir en silencio, confinados y aislados. “Estamos a la expectativa. ¿Seremos capaces de pasar un verano sin un nuevo estado de alarma? La incertidumbre se cierne sobre nosotros. Todo es inestable. No sabemos qué pasará con nuestros trabajos, con nuestros niños en septiembre, con nuestros mayores… Lo que sí alcanzamos a comprender es que nada volverá a ser como antes. Ahora sabemos lo frágiles que somos y que el cambio ha llegado. No hemos necesitado una guerra, un meteorito o el deshielo de la Antártida”, termina Ana.
Hemos comprobado qué supone sentirse pájaro enjaulado que cada mañana mira por la ventana, ir en silla de ruedas y no lograr sortear un bordillo, ser una madre que pide pan para sus hijos…. Seguimos sintiéndonos diferentes, ¿quizás superiores? Hemos llegado a descubrir lo injusto de dejar detalles por hacer y palabras por pronunciar. Y a pesar de esto, hemos comprendido que no es necesario irse lejos para que al pasillo o al balcón de casa lleguen dragones, hadas y mil y una fantasías. Todos esperamos lo mismo: Volver a lo que un día vivimos y fue relativamente nuestro. ¿Quién sabe si la tragedia traerá al menos algo de aprendizaje?
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: