Este artículo podría haberse titulado “El txoko y yo” pero he querido darle un toque de seriedad porque el tema se lo merece, sin dramatismos pero sí con curiosidad sana.
Lo primero es lo primero y comienzo por definir la palabra txoko: es de origen vasco y significa rincón o sitio pequeño. Este nombre se atribuye a los locales o sedes de sociedades gastronómicas que pueden ser también recreativas o deportivas y que están presentes en el País Vasco, en Navarra y en el País Vasco francés.
¿Qué ocurre en los txokos? Podríamos resumir que son lugares de reunión para las cuadrillas de amigos y donde el ocio se conjuga con algo que es fundamental: la cocina y, por supuesto, una buena bodega.
En los txokos se sigue a rajatabla que no hay mejor manera de cultivar la amistad que alrededor de una buena mesa. Pero antes de sentarse a la mesa hay que preparar los manjares y es lo que se hace en los txokos: cocinar para los amigos y mientras se van cocinando, asando o friendo las viandas, va fluyendo la conversación, se van contando sus cosas, sus preocupaciones, sus alegrías…
Un detalle a tener en cuenta y que nos sirve de hilo conductor de este artículo es que actualmente podemos encontrar en el País Vasco txokos abiertos para todo el mundo que alquilan sus instalaciones y donde los clientes sólo tienen que llevar los alimentos necesarios para preparar su banquete.
Ahora bien, también tenemos que recordar que son muchos los txokos y sociedades gastronómicas, repartidos por toda la geografía del País Vasco, a los que sólo pueden acceder los socios que consideran su txoko como su segunda casa. Es el significado histórico, clásico o antiguo, y el que más ha impregnado en la sociedad a lo largo de los años. «El txoko hace competencia a nuestra casa. Lo que queremos es reunirnos con los amigos y que nos salga la comida o la cena por un precio más económico que el de un restaurante. Además nunca nos planteamos formar parte de un txoko con ánimo de crear negocio, fue una decisión unánime de todos los socios cuando decidimos hacerlo». Así lo tienen estipulado en los estatutos y en su régimen interno: no podrá acceder nadie que no sea socio o no haya sido invitado por al menos uno de los socios. Es su requisito indispensable.
Creo que con esta presentación podemos abordar una noticia que se publicó el sábado 11 de marzo y es plena actualidad: “El txoko más antiguo de Bilbao mantiene el veto a las mujeres. Ignora la resolución de Emakunde y ahora la minoría de socios que quiere cambiar los estatutos sopesa acudir a los tribunales de justicia”. El txoko en cuestión es la Sociedad Gastronómica Recreativa “Gure Txoko” y sus estatutos datan de 1954. Ya en 2020 una docena de sus socios presentaron una denuncia ante el Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde Actualmente, las mujeres solo pueden entrar viernes y sábado por la noche o con un permiso especial y la junta vigente esgrime como argumento principal para prohibir el acceso a las mujeres que “es la tradición”.
Por su parte Miren Elgarresta, directora de Emakunde, lanzaba este miércoles 16 de marzo una invitación al sector crítico de la sociedad gastronómica Gure Txoko para que no cejen en su empeño. Y Elgarresta también recordaba en la Comisión de Derechos Humanos, Igualdad y Justicia del Parlamento Vasco que fueron varios socios quienes promovieron hace casi tres años la denuncia ante Emakunde, que en el documento firmado por sus servicios jurídicos emplaza a la asociación a modificar los estatutos y el reglamento de régimen interno porque tienen un contenido «discriminatorio por razón de sexo».
Algunos socios recurrieron a esta vía al tratar sin éxito desde hace años que se permita el libre acceso a las instalaciones del txoko a las mujeres: ya hubo una votación en 2022 para analizar un posible cambio de la normativa interna en la que se no salió adelante la propuesta de este grupo, que contó con apenas 6 votos a favor y 42 en contra.
De momento Emakunde se ha pronunciado muy claramente: “Pese a tratarse de un establecimiento privado que puede regirse por los criterios que estime convenientes, la legislación vigente prohíbe la discriminación por motivo de sexo, raza o religión”.
A la espera de cómo se vayan desarrollando los acontecimientos, yo quiero aportar dos detalles personales que deseo compartir en esta revista: el primero hace mención a mi entrada en Gure Txoko, fue en el año 2005 con motivo de la presentación del libro “LA COCINA DE RADIO EUSKADI. 50 recetas de Fernando Canales”. El texto recogía el buen hacer del prestigioso chef, con la peculiaridad de que once periodistas tuvimos la ocasión de contribuir con nuestros relatos gastronómicos.
La presentación a la prensa se realizó en este txoko del que hoy hablamos y en el acto sólo estuvimos presentes tres mujeres periodistas junto a los editores, el director de Radio Euskadi y por supuesto Fernando Canales. Tengo un recuerdo muy nítido de aquel momento porque a todos se nos vistió con unos bonitos delantales negros y nos indicaban cómo colocarnos de cara a las fotografías. La cocina de Gure Txoko es espectacular, sus fogones y utensilios de gran tamaño y toda la decoración sin perder detalle creando una armonía que nos invitaba a preparar unas merluzas y anchoas entre otras cosas.
Pues bien, en el preciso momento en que accedo a la cocina como tal (insisto que no hay puertas, es todo un espacio abierto separado por diferentes mostradores) se me acerca una de las personas socias del txoko y me dice “fuera de la cocina”. Yo, con mi despiste habitual e ilusionada por el evento le contesté si era broma pero él insistió con “las mujeres fuera de la cocina. La única mujer que entra en este txoko es la mujer de la limpieza”.
El chef Fernando Canales que escuchó la frase me rescató: “Teresa, ¿quieres ayudarme a freír las anchoas?“ Por supuesto que lo hice, sonreímos a cámara, disfrutamos mucho y ahí no pasó nada.
Todos nos quedamos a comer, nadie levantó un plato porque ya vendría la mujer de la limpieza. Tristemente así lo escribo.
Esta experiencia me marcó y quise conocer más. Por ese motivo me puse en contacto con varias mujeres esposas de arrantzales (marineros) de Bermeo. Logré organizar una tertulia en radio con tres mujeres que pertenecían a tres generaciones diferentes y el resultado fue maravilloso. Les pregunté cómo se sentían cuando sus maridos, tras navegar durante más de medio año, volvían a puerto y celebraban la vuelta y el sueldo en el txoko con sus amigos.
Ellas con el desparpajo de las mujeres de la costa vizcaína me contestaron lo siguiente: “A nosotras no nos molesta que estén en el txoko. Ellos nos dan la paga y nosotras nos vamos a Bilbao a comprar ropa nueva, a la joyería, a la peluquería y lo que necesitemos. Nos vamos felices porque nosotras sabemos dónde están nuestros maridos en el txoko con la cuadrilla, pero ellos no saben dónde estamos nosotras y menos saben lo que hacemos cuándo ellos están en alta mar”… Aquí lo dejo.
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