7 de julio, San Fermín. Este año, como todos los 5 anteriores, he estado paseándome por la Pamplona en fiestas. Nunca vine de joven, pues tenía fama de ser una fiesta muy burra. Había que dormir en el suelo -contaban-, en medio de la calle, con la ropa empapada en vino, en medio de extraños…no entendía yo bien el atractivo de esas fiestas. ¡Qué salvajada, por Dios! Sin embargo…
No es una fiesta cualquiera. En ella se resumen y concentran buena parte de nuestras creencias y tradiciones, de nuestra larga historia, de nuestro ser nacional.
Cuenta la leyenda que, en pleno fragor de una batalla de la guerra civil, los jóvenes carlistas, navarros casi todos, dejaron armas y bagajes un 7 de julio para acudir a correr los toros a Pamplona.
Hemingway, el mítico escritor norteamericano, tiene su estatua en bronce apostada ante la barra que tanto frecuentó en el café Iruña, apostado en la mismísima plaza del Castillo.
Pero ahora, a la vejez, viruelas. ¡Cómo siento no haber descubierto antes que hay varios sanfermines, tantos casi como personas, y que yo tenía cabida prácticamente en todos!: el de las carreras de los toros camino a la plaza, por lo menos para mirar; el de las corridas de toros, (ay cómo me apetece), y además por lo visto no es caro; el de las peñas, que recorren las calles del casco viejo con su pancarta y su charanga; el de las borracheras; el del chupinazo, el del almuerzo previo con huevos jamón y chistorra; pero también el de las familias, el de los niños, que corren con su periódico enrollado delante de los toros de cartón con ruedas, que se entusiasman con los gigantes y cabezudos que se pasean por las calles.
Como soy muy despistada, me olvidé este año del uniforme rojiblanco y he venido vestida de marron y negro. La gente me miraba con cierta sorpresa. No solo los pamplonicas, no solo los navarros; los gringos, los guiris, los hispanos, los ucranianos…todos ellos vestían de blanco y de rojo. Con su pañolico al cuello, bordado con el escudo de Navarra, o con el Tío Vinagre (personaje dieciochesco con sombrero de tres picos), o con su San Fermín, y con la faja roja a la cintura.
La faja es estrecha, un simple recuerdo o estilización de las anchas fajas que servían para proteger los riñones cuando se levantaban cargas o se partían troncos con el hacha.
Ese es el tema, que junto con las fajas, se van estilizando también las señas de identidad, y que con tanta población forastera, cada vez queda menos recuerdo de lo que fué y de los porqués.
Íbamos con niños, así que ni se nos ocurrió ir a celebrar el chupinazo que da inicio a la fiesta en la plaza del ayuntamiento. Preferimos asistir al de los jardines de la Taconera, antes baluarte, que formaba parte de las impresionantes fortificaciones de Pamplona, mandadas construir en su mayoría por Felipe II. Ahora, pues eso, son jardines.
Enfilamos por una calle llena de puestos en que vendían todo tipo de artículos para vestir el uniforme, cuando pasaron por al lado mia un grupo de LGTBISES con diademas de flores en la cabeza, mas el uniforme rojiblanco, como no, y una bandera. ¿Qué bandera? Pues a la arcoiris no se atrevieron los muchachos, que en esta fiesta hay todavía demasiada testosterona. Así que llevaban la bandera de Japón. ¿Por qué? Pues porque es un disco rojo sobre fondo blanco. Entonces me dirigí a uno de los puestos, que vendía banderas. Las había de todo tipo. Entre ellas, gracias a Dios, encontré una española y otra de la cruz de San Andrés. Estuve por comprar esta última. Luego lo pensé mejor. Iba con mi hijo y con mi nieto. Seguro que alguien de Bildu nos pegaba. Y lo dejé correr.
En resumen: en la fiesta de la ciudad que ha sido la capital de los carlistas, no se ve una sola bandera de la cruz de San Andrés. Y sin embargo todo el mundo la lleva puesta, aunque no saben por qué.
Los animales, cuando nacen, llevan casi todo lo que van a saber en vida, escrito ya en sus genes. Así, los perros nacen cazadores, o pescadores, o pastores, o bravos, o falderos…Ya nacen así y así van a ser toda su vida. Un perro cazador, si lo llevas al campo, desaparecerá y puede que vuelva unas horas después con un conejo en la boca. Un perro pastor, no se apartará de ti más de 300 metros, y si vas en grupo, pasará grandes angustias intentando que la manada no se le disgregue. Está en su naturaleza, poco se puede hacer.
Pero el hombre es distinto. El hombre cuando nace apenas tiene dos reflejos: el de prensión y el de succión. No sabe andar, no sabe hablar, solo sabe llorar y mamar. Es como un libro en blanco, y ese libro hay que escribirlo. A muchos se nos ha olvidado ese pequeño detalle: que hay que educar.
Pero muy bien saben esto los malos, a ellos sí que no se les ha olvidado. Además han elaborado una hipótesis: como el hombre nace con las páginas de su libro en blanco, el hombre puede ser lo que ellos quieran, hasta una coliflor. El que nació hombre, puede ser mujer. El que nació mujer, puede ser hombre. Esa es su hipótesis, y en ello están.
Pero…yo creo que se equivocan. Los españoles llevamos miles de años en la península. Hay una capa ibera que apenas se ha modificado. Los árabes, en ocho siglos, apenas nos han dejado huella genética.
¿Y cómo eran los iberos? pues eran gente muy belicosa y muy leal al jefe. No sabemos mucho más que lo que contaron algunos autores griegos.
Después vinieron los romanos, a cuya dominación resistimos durante siglos. Pero al final lo consiguieron, parece que eran más cabezotas que nosotros y esa capa de aculturación quedó ahí, en nuestros genes.
Pero fijémonos un momento en la virtus. ¿Qué significa la virtus del hombre romano? Pues la etimología de la palabra es clara: viene de Vir, que significa hombre. La Virtus comprende Valor, virilidad, excelencia, coraje, valentía, carácter, mérito o energía.
Auctoritas: «Autoridad Espiritual».
Consilium: «Decisión».
Comitas: «Cortesía».
Clementia: «Merced».
Firmitas: «Tenacidad».
Frugalitas: Templanza, economía y simplicidad, sin llegar a ser miserable.
Si nos detenemos un poco a pensar, vemos que el español es todavía muy romano. Especialmente, a lo largo de la historia, ha sido siempre frugal, ascético, cortés, decidido, tenaz. Recordemos la guerra de Independencia: nunca se rendían. Les machacaban, les vencían, y ellos recogían sus cosas y se retiraban. Pero no se rendían.
Prudentia: «Prudencia». Previsión, sabiduría y discreción personal.
Salubritas: «Salud». Salud y limpieza.
Severitas: «Severidad». Autocontrol.
Veritas: «Verdad». Honradez con los demás.
Dignitas: «Dignidad».
Es esta la dignidad implícita en todo hombre español, hasta el más humilde, hasta el más bajo, hasta el discapacitado mental. Yo he tratado campesinos andaluces casi analfabetos que tenían tanta dignidad como el noble más alto. Porque la dignidad está implícita en los genes españoles desde los tiempos de los romanos, y aún con más motivo, desde los tiempos de la cristianización.
Porque ¿Qué significa cristianización? que todos somos iguales a los ojos de Dios. Esta concepción de la dignidad intrínseca a todo ser humano, de la fraternidad entre todos los hombres, de la caridad, ha hecho de nuestro imperio católico un imperio único.
Y bueno, a modo de colofón ¿todo esto se puede tirar a la basura en cuestión de una o dos generaciones simplemente tomando el poder en la educación?
Va a ser que no, y la prueba está en la fuerza de estas fiestas populares. Si la Iglesia celebra un concilio y decide hacerse medio protestante, el pueblo reacciona en masa sacando sus imágenes barrocas a la calle, como diciendo “en la parroquia ésta mandará el cura, pero en la cofradía de la Virgen del Carmen mandamos nosotros”. Y a ver quién puede más y quién arrastra más gentío y quién suscita más pasión. Eso sí, currárselo hay que currárselo. Y en esas estamos.
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