Eva Bach Cobacho (Manresa, Barcelona, 1963) es experta y pionera en la introducción de la educación emocional en los ámbitos educativo y familiar en España. Madre, maestra, pedagoga, formadora de formadores, divulgadora y escritora de 12 libros, como «Educar para amar la vida» (Plataforma, 2017), ha publicado recientemente «Cómo cuidar la salud emocional. 100 herramientas para calmar las emociones difíciles» (Plataforma, 2022), una guía para expresar e integrar lo que sentimos, que va ya por la cuarta edición.
Woman Essentia.- «Las emociones contienen informaciones valiosas para conocernos y comprendernos mejor.» Es una de las afirmaciones de su libro. Usted asegura que le ha llevado mucho tiempo terminarlo por problemas de salud y gestión del tiempo. ¿Parte de su sufrimiento ha servido para ayudar a otros?
Eva Bach.- Me gustaría mucho que así fuera. En el sufrimiento propio hay semillas para comprender y acompañar mejor el sufrimiento ajeno. El mío me gustaría que sirviera para una mejor comprensión y atención a la infancia. Me parecería maravilloso que nos ayudara a entender y atender mejor lo que necesita el alma de un niño para poder crecer sanamente.
«No damos la misma entidad ni el mismo trato a las heridas del cuerpo que a las del alma.» – Eva Bach Cobacho
WE.- ¿Cree usted que se sigue dando más importancia al estar bien a nivel físico que a nivel mental? ¿Por qué?
EB.- Creo que sí. No damos la misma entidad ni el mismo trato a las heridas del cuerpo que a las del alma. Si te rompes una pierna vas al médico y puede que te den la baja. Si se te rompe el corazón, puede que no busques ayuda profesional ni te puedas permitir la baja. Lo físico es más visible, tangible y objetivo que lo mental y emocional. También conocemos más sobre ello. En el mundo interior nos da más miedo meternos. Existe el mito de que mejor no tocarlo porque podemos salir peor.
Identificar y expresar las emociones
WE.- Habla en su libro de 4 fases por las que debe pasar toda vivencia emocional significativa y saludable: atender, expresar, calmar e integrar, ¿esto también puede adjudicarse a los niños y adolescentes y en qué sentido?
EB.- Sirve para todas las edades, sí. Significa que debemos proporcionales a niños y adolescentes espacios, recursos y tiempos para que conecten con lo que sienten, que les ayuden a identificarlo y a expresarlo, que les enseñen a calmarlo y, finalmente, ayudarles también a elaborar, transformar o aceptar lo que les ocurre, a conocerse mejor a través de ello y a crecer, humanizarse y desarrollar su sensibilidad y su resiliencia con ello.
WE.- En ocasiones, los sujetos queremos reprimir ciertas emociones por miedo, porque nos hacen sufrir, ¿nos equivocamos haciendo eso?, y si es así ¿cómo deberíamos proceder?
EB.- Reprimir las emociones va en contra de la salud emocional y de la salud en general. Esto no significa que podamos expresarlas en cualquier momento, ante cualquier persona o situación y, de cualquier manera. Pero, hay que aprender a identificarlas, expresarlas, calmarlas y elaborarlas adecuadamente por dos razones principales. Una, porque una cantidad ingente de dolor emocional no expresado puede desembocar en una depresión; el miedo sistemáticamente no expresado, en ataques de ansiedad; la rabia acumulada, en agresividad o violencia. La segunda, y más importante, porque reprimir las emociones supone desconectarnos de nuestro ser y de nuestro corazón, y nos lleva a enajenarnos, insensibilizarnos y/o deshumanizarnos.
La importancia de centrarse en la emoción
WE.- ¿Dónde radica la diferencia entre tener una emoción o que ella nos tenga a nosotros?
EB.- La diferencia principal está en la consciencia de dicha emoción. La emoción nos tiene más fácilmente cuando no somos conscientes de ella ya que nos gobierna y maneja. Mientras que, si tenemos consciencia de la emoción, por muy perturbadora o intensa que sea, siempre podremos tener un cierto control o poder sobre ella. Con consciencia, las emociones son nuestros huéspedes; sin consciencia, nos convertimos fácilmente en sus rehenes.
Con consciencia, las emociones son nuestros huéspedes; sin consciencia, nos convertimos fácilmente en sus rehenes.
WE.- ¿Cómo se puede tornar a positivo algo que de primeras no lo parece para nada?
EB.- Para empezar, recomendaría no etiquetar como negativo o positivo lo que nos ocurre. Es mejor que nos centremos en la emoción en lugar de en el juicio y lo catalogamos de ingrato, doloroso, frustrante o lo que sea. Que sea ingrato es compatible con que podamos extraer de ello algún aprendizaje útil o necesario. En el caso de que sea algo realmente duro o difícil emocionalmente, transformarlo va a requerir un proceso personal, en ocasiones, puede que precisemos ayuda terapéutica o acompañamiento profesional, tiempo y paciencia. A veces, queriendo “positivizar” tan rápido, lo que hacemos en realidad es minimizar, eludir, encubrir o anestesiar nuestra realidad emocional y esto nunca es saludable ni positivo a la larga.
WE.- ¿Es posible aprender de la tristeza? ¿Resulta saludable conectar con ella y si en un pasado también ha estado, resolverlo?
EB.- La tristeza puede ser una gran maestra. Puede ser una fuente de autoconocimiento, comprensión, aceptación, realismo, sabiduría, resiliencia, amor… Nos puede hacer personas más empáticas y sensibles al sufrimiento de las otras personas y del mundo. No obstante, a menudo para llegar a esto hay que transitar antes por procesos o períodos difíciles. La tristeza del pasado también puede ser retomada, reelaborada y sanada.
Comprensión por parte de los padres
WE.- Habitualmente los padres expresan a sus hijos: “No llores, no te enfades, no grites…” o “¿te enfadas solo por esto?, ¿de qué te sirve llorar?”. ¿Se les perjudica?
EB.- Esto supone reprimir, ignorar, invalidar o desestimar las emociones y hacerlo de forma habitual es antiempático y perjudicial. Si nuestros hijos no hallan acogida y comprensión en nosotros, aparentarán sentir lo que se espera de ellos o lo que consideramos correcto y normativo, y se desconectarán de su mundo interior y de nosotros. No podrán elaborar e integrar lo que les ocurre y no se sentirán queridos por lo que son y lo que sienten realmente. Todo esto dañará su autenticidad, su autoestima y también su capacidad empática, pues no podrán comprender y consolar en otros lo que no es acogido y atendido en ellos.
WE.- ¿Cómo un sujeto puede afrontar un suceso duro en la vida para el cual siente no estar preparado ni tener las herramientas adecuadas?
EB.- Cuando la vida nos hiere y no disponemos de herramientas adecuadas para hacerle frente, hacen falta varias cosas. Lo primero es honestidad, humildad y coraje para reconocer lo que nos supera, así como para afrontarlo y pedir ayuda si hace falta. También es preciso paciencia, concedernos tiempo para transitar por ello y elaborarlo. La confianza en nosotros mismos y en la vida es una gran aliada en estos casos. Hay algo ineludible: la responsabilidad para hacer lo que esté en nuestras manos para salir de ello y la aceptación de lo que no podemos cambiar.
Cuidar la salud mental propia para proteger la de otros
WE.- ¿Qué mensaje mandaría a los adultos (padres y profesores) que rodean a niños y jóvenes respecto a la salud mental para que puedan ayudarles en su proceso de crecimiento personal?
EB.- Que empiecen por cuidar de su propia salud mental y emocional, que escuchen, atiendan y entiendan su propio corazón para poder escuchar, atender y entender el de sus hijos y alumnos. Saber mucho luce poco sin sensibilidad.
Saber mucho luce poco sin sensibilidad.
WE.- ¿Qué logran los padres que sobreprotegen a sus hijos desde pequeños?
EB.- Logran desprotegerlos. Van a crecer con fragilidad afectiva, puesto que si les ahorramos la adverso no podrán desarrollar recursos para enfrentarlo y trascenderlo. Su autoestima va a ser precaria, van a pensar que son débiles e incapaces y no podrán forjar los sentimientos de resiliencia, autonomía y confianza en sí mismos. Van a inocularles la desconfianza en sí mismos y en la vida y les van a negar la aventura de vivir por miedos, heridas o frustraciones que son de los padres. La sobreprotección siempre es una necesidad de los padres, nunca de los hijos.
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