Un mes después del lanzamiento de las Vision Pro de Apple en Estados Unidos, me sigue inquietando las orejeras de burro que perseguimos ponernos. Y tan contentos. Por que no solo permitimos se nos ciegue la vista, si no que además buscamos desesperadamente esa venda en los ojos que nos oculte la realidad del mundo en el que vivimos.
Solo el primer fin de semana que salió al mercado se adquirieron unas 200.000 unidades del nuevo dispositivo de Apple. Una cifra muy alta teniendo en cuenta que por ahora solo está a la venta en el mal llamado país de los sueños. Sin embargo esto no ha sido impedimento para contar con algunas unidades en España como en el resto del mundo. ¿Su precio? Entre 3500 y 4000 dólares. Bah, poca cosa. Esto es como quien se queja por pagar 14 euros por un litro de aceite de oliva (poca broma con esto), pero no duda en dejarse un sábado por la noche 50 euros en una ronda de cubatas con los amigos. Qué cara está la vida, ¿no?
Y me llama especialmente la atención este artilugio porque lo ofertan como la auténtica revolución, el futuro que se instala en nuestras vidas de forma asombrosa para sentir y experimentar la comunicación como hasta nunca habíamos imaginado. Pero sin compañía ninguna. Lo triste de los trailers y videos promocionales de las Vision Pro de los de Cupertino es que los usuarios de estos dispositivos están solos. Y es que este aparato únicamente se puede disfrutar y experimentar en soledad. Sí, al llevar estas gafas tipo nieve se te pueden ver los ojos y tú puedes ver quien está a tu lado, para no asustar demasiado al personal; pero lo cierto es que este revolucionario dispositivo lleva a unos límites de abstracción abrumadores.
Por contra es justo ahora cuando me viene a la mente aquellas imágenes de la familia en el salón de casa reunida en torno a la radio. ((El medio de comunicación que tantas veces han querido augurar su final y que sigue siendo el preferido para informarse, formarse y estar acompañado.)) La familia, un bien maltratado con tintes de ser borrado. Porque es en la familia donde uno aprende a convivir y aceptar la verdad del mundo que nos rodea. En la familia se perdonan las faltas, se aceptan los defectos, se celebran las alegrías de los demás, se comparten los bienes sin importar cuánto aporte económicamente cada uno. En la familia se llora y se ríe. Se abraza y se discute. En la familia se dan besos con legañas en los ojos y pelos tiesos, se anda descalzo y es donde primero se ve lo guapo que vas a salir a la calle el día de tu graduación. En la familia es donde se aprende el consuelo que se dan mutuamente tus padres y hermanos cuando el dolor, la enfermedad y la muerte llama a la puerta. Es en esta noble institución donde afloran las emociones primarias del ser humano, donde se crece en valores que harán de nosotros adultos que trabajan por el bien común, responsables, empáticos y con mirada ascética. Personas que valoran a otras simplemente por ser, no por tener.
De esta forma, por ese recuerdo sentido del amor auténtico que existe y es real, nos emocionamos cuando nos quitamos la venda de los ojos y descubrimos que la riqueza del ser humano está en nuestra propia y natural diversidad. Esa en la que convivimos todos los hombres sin que te descarten por un cromosoma de más. Esa diversidad en la que se comparte alfombra roja con un hombre que padece parkinson o cualquier otra enfermedad visible a los ojos que incapacita para trabajar de forma permanente.
Así pasó en la XXXIII Gala de los Premios Goya cuando Jesús Vidal recibió el premio Actor Revelación por su papel en Campeones. Un emotivo discurso, decían. ¿Por qué? Por que habló de la familia, del sacrificio y amor de sus padres por permitirle vivir, por el profundo agradecimiento a su hermana por cuidar de sus padres. El valor de la vida, de compartir y crecer en amor.
De la misma forma ha ocurrido recientemente en la entrega al BAFTA a Mejor Película. Entre tanto flash, vestido ceñido y chico guapo de 60 años, nos descubrimos y emocionamos ante Michael J. Fox, un caballero que fue la locura en los 90 por protagonizar una de las mejores sagas del cine de los 80, Regreso al Futuro. “¿Por qué te ocurre esto conmigo?”, pensarían Michael y Jesús. “Porque ahora me ves”.
En esos momentos usamos los ojos más importantes, los del corazón. Esos que igualan a todas las personas sin importar nada más que lo que es común a nuestras almas.
Persigamos, entonces, seguir conectado al mundo real sin que la tecnología, el deseo material y el individualismo anule nuestra visión. La vida pasa tan deprisa que, cuando queramos darnos cuenta, habrá escapado para siempre esa mirada amable que nosotros mismos y nuestros hermanos nos hemos merecido dar y recibir. Mi padre siempre dice que la vida depende según el cristal a través del que se mire. Cuidemos siempre tener una lente limpia, sin prejuicio y llena del amor misericordioso que todo lo perdona.
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