Este 2023 se cumplen 30 años de la visita de San Juan Pablo II a La Aldea. Treinta años de aquel famoso y loado “Que todo el mundo sea rociero”. Los aplausos al compás bajo el sol de la marisma de un 14 de junio que aún permanece en la memoria, no solo de los almonteños sino de cualquiera que haya buscado mirar el rostro de Nuestra Señora. La devoción al Rocío no conoce fronteras. Sí sabe, y mucho, de fe y alegría compartida. Una alegría que se expresa cantando al compás de palmas, flauta y tamboril.
Visto desde fuera podría parecer una simple verbena. La fiesta del camino despista a algunos, los que menos, del verdadero sentido de la romería a la Virgen. Desde que la carretas salen de sus Hermandades, venidas de distintos y distantes puntos de la geografía, se une la oración, la alegría, la esperanza y la fe. Los cantos que se elevan al cielo, salen de almas llenas de sentimientos agrios y dulces. Lo terreno y lo divino se mezcla buscando en la Blanca Paloma ese modelo de peregrinaje por nuestra vida, como pidió San Juan Pablo II en aquella visita.
La devoción a la Virgen del Rocío solo se entiende cuando se vive. Cuando pisas ese suelo de arena y carente de asfalto. Cuando ves despuntar el alba entre las marismas y Doñana mientras escuchas el ir y venir de los caballos que se paran en esa ermita con puerta en forma de concha. Entonces entras en silencio, observando a los fieles de rodillas, mirando a la madre de todos los hombres. Ves como otros agarran los barrotes de la reja sin apartar los ojos de la Pastora. Solo allí te das cuenta que no importa en qué parte de la ermita te pongas, ella siempre te mira con dulzura. Como lo ha hecho desde que naciste, pero no es hasta que llegas allí cuando uno lo ve. Solo sale darle las gracias y rogarle que interceda por ti y tus intenciones. Y al volver a pisar la arena de La Aldea solo quieres celebrar y compartir con todos la alegría de tu corazón.
Este año la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo que va unida a la fiesta de Nuestra Señora, coincide con una cita en las urnas. Un momento clave en el que cualquier ciudadano que sea convocado para formar una mesa electoral, bien como presidente o vocal, debe acudir sin excusa personal. Tan solo casos de fuerza mayor o ser miembro de una lista electoral eximen de esta obligación. No extraña, por tanto, que un buen grupo de rocieros haya entendido dónde debían estar. Y si para eso había que fundar un partido, sea pues. Unidos por Mazagón, esa papeleta que podría hasta ser votada el 28 de mayo, nos recuerda la picaresca española, cierto; pero también nos dice que si decidimos buscar lo que nos une, no habrá quien nos pare.
El Rocío, este encuentro de hermanos en el que la casa de uno se convierte en la de todos, refuerza el sentido de aquel “qui bene cantat ora bis”. Recuerdo leer esta frase en la portada del cancionero del coro al que iba siendo niña. Ahora entiendo el empeño que poníamos todos en cantar alto y claro. Ya lo decía San Agustín: «Pues aquel que canta alabanzas, no solo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta alabanzas, no solo canta, sino que también ama a quien le canta”.
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