La verdad nos hará libres, pero ¿cómo somos capaces hoy de identificar la verdad? ¿Cómo discernimos lo auténtico de lo que no lo es cuando la información que circula depende de empresas que se mueven por intereses económicos? Antes de que llegara Elon Musk al antiguo Twitter, hoy llamado X (un nombre muy bien puesto, por cierto), también había noticias falsas y desinformación. Sin embargo, aparentemente ese poder de influencia en la verdad parecía depender de si la cuenta de la que salía la información contaba con la famosa y ansiada insignia azul del perfil. Este icono azul verificaba que los usuarios de las cuentas estaban autenticados mediante distintos procesos: carnet de identidad personal o empresarial, estatuto en caso de asociación o cualquier documento que acreditara que quien escribía era responsable por sí mismo o respondía un tercero de él. Además, esa añorada insignia azul era totalmente gratuita. De forma que quien decía una barbaridad no solo estaba localizado y ubicado, sino que además se podía establecer un proceso de identificación real que iba mucho más allá que la IP del ordenador.
La llegada a Twitter del artífice de la salida a bolsa de Tesla supuso un enorme revuelo. El nombre pasó a ser X, lo cual nos dice mucho sobre esta nueva forma de gestionar la red social: podía llegar a convertirse en cualquier cosa sin definición ninguna. Y para rematar la jugada, cualquiera que pagase una cuota mensual, tendría la insignia azul. No importaba quién estuviera detrás de ese avatar social. Solo era necesario pagar 8 dólares al mes.
A río revuelto, ganancia de pescadores. Muchos usuarios, cansados de la falta de respeto, ética y capacidad dialogante de esta red social, encontró en la nueva normativa impuesta por Musk la ocasión ideal para abandonar esta plataforma. Casi un millón de usuarios le dijeron adiós al pajarito. Por lo que no solo los trabajadores de Twitter cerraron su puerta al salir.
A principios de octubre la Comisión Europea alertaba a Elon Musk que debía controlar el contenido de su red social puesto que no cumplía con la ley de desinformación europea. Musk, cansando del dineral que se está dejando en multas en la UE, se planteó cerrar esta red en Europa. Tampoco perderíamos nada. Pero el culebrón parece calmarse con la advertencia de Musk a sus usuarios: si publicáis contenido contenido falso o ilegal olvidaos de ingresar dinero con publicidad. Este es el idioma en el que los humanos del siglo XXI se entienden. Solo cuando duele el bolsillo se presta atención. “Poderoso caballero es don dinero”, ya lo decía Quevedo. Y no me refiero al rapero, sino al escritor del Siglo de Oro español, enemigo acérrimo de Luis de Góngora. Desde entonces y muchos siglos atrás, los ciudadanos del mundo hemos sido testigos de indescriptibles vilezas a cambio de unas monedas. ¿Acaso vale la vida de un hombre unas pocas monedas de plata? Ni eso, y ese fue el precio al que fue vendido Jesucristo.
La sociedad mejor comunicada de la historia es al mismo tiempo la sociedad más desinformada y vulnerable de todos los tiempos. Hemos dado por bueno dejar de leer y memorizar la historia. Ya no confiamos en los hombres, pero tampoco las mujeres somos de fiar. Nuestro mejor amigo es un perro, y las personas nos movemos por el interés. Pero eso es lo que nos quieren hacer creer. Como hemos dejado de creer en Dios, somos capaces de creernos cualquier cosa. Paremos un momento, y redescubramos los colores que tenemos en nuestro interior. La luz que nace de nosotros, la fuerza del perdón, el poder de una sonrisa… El molesto sonido de una mosca mientras escribo estas líneas me recuerda que nuestra huella en el mundo la dejamos abriéndole la puerta del portal de casa al vecino que viene cargado de bolsas, o esperando al joven estudiante que vive de alquiler para subir juntos en el ascensor y así pueda llegar él también pronto a su destino. Si somos lo que vemos, que seamos capaces de que se vea en nosotros el buen ejemplo que verdaderamente da sentido a la vida.
Como hemos dejado de creer en Dios, somos capaces de creernos cualquier cosa.
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