La imagen de portada del fallecido actor Alan Rickman, de rictus marcadamente serio, ¿nos hablará de alguna suerte de materia siniestra dentro del mundo laboral? Quizá sí, quizá no. Analizamos el uso de un valor como es el de la confidencialidad.
¿Es buena o mala la confidencialidad? Es necesaria. En un mundo donde las buenas ideas, hallazgos, investigaciones, incluso denuncias puedan suponer «un pelotazo de éxito», nos confirma que la reserva, la prudencia, la confidencialidad son indispensables.
Sin embargo, hay quienes andan al acecho para desechar cosas buenas de otros, «no vaya a ser que me dejen mal o se note que saben más que yo en tal y cual asunto», y ahí es donde veremos que el uso de «lo confidencial» se torna pernicioso. Desde luego hay niveles, no elevo la cuestión de la confidencialidad al grado de espionaje industrial.
¿Confidencialidad o… toxicidad?
Cuando a las palabras y acciones se les otorga una finalidad que no le corresponde, como por ejemplo a la confidencialidad, la cosa se torna peliaguda. Me explico, cuando en aras de «la confidencialidad» el resultado es generar toxicidad entre los compañeros de trabajo, el resultado será sumamente negativo.
En ambientes maduros, a la persona cualificada que sabe lo que trae entre manos, no haría falta decirle «esto es confidencial»
Imagine que usted trabaja codo a codo con un compañero cuyo rango laboral es superior, y ambos tienen un jefe al que rendir cuentas, ¡Ay, amigo! Si algún día ese jefe te envía un mensajero para hacerte un encargo, y te dice «esto es confidencial, no debes contarle a tu otro compañero nada», la cosa no pinta bien. ¿Qué pretenderá el jefe? Con toda seguridad nada bueno.
La toxicidad laboral viene de la mano de personas que suelen ser títeres en manos de un o unos jefes cuya forma de vivir es la desconfianza total. Estos jefes buscan protegerse las espaldas y controlarlo todo. En última instancia, cualquier jefe siempre cuenta con un jefe al que rendir cuentas o inventarse el cuento si algo sale mal.
Suelen ser personas de forma amable y fondo déspota, sin trato laboral con sus subordinados. No se molestarán en explicar qué, cómo y para cuándo lo quiere las cosas. Emiten órdenes sin tener en cuenta nada, mucho menos se molestarán en conocer a las personas y esforzarse por escuchar otros puntos de vista.
Son lugares de trabajo donde reina la impersonalidad y el oportunismo. Habrá educación, mera cortesía en las formas
Perfiles y consecuencias
Para usar a las personas en nombre de la confidencialidad, se dan unos perfiles muy señalados, tanto en los jefes como en los mandados «para hacer cumplir y trabajar en confidencialidad». Personas tan inseguras como controladoras, pobres personas que no se fían ni de su sombra y ven competidores por todos lados.
¿Qué puede ocurrir en el trabajador tras recibir un encargo «confidencial»? En un primer momento se sentirán elegidos frente al resto de sus compañeros. Se les dice «esto no se lo debes comentar a nadie, ni siquiera a fulanito, no le consultes, no le digas nada, me rindes cuentas a mí».
Tanto quien encarga como quien recibe el encargo, son instrumentalizados
Con el paso del tiempo esa forma de funcionar dentro de una oficina genera suspicacias, desconfianzas, falta de trabajo en equipo, silencios incómodos, miradas a la pared en blanco, no se comparte nada, no se pregunta ninguna duda porque unos y otros se saben «elegidos por la confidencialidad».
En definitiva, la toxicidad entra creando miedo, ambientes tristes, mecánicos, bajo la apariencia de cordialidad. Nadie se fía de nadie. Esa pestilente toxicidad puede ocurrir en cualquier entorno laboral: militar, civil, religioso y en ambientes políticos, también. Hay cosas premeditadas, incluso planeadas para llegado el momento quitarse personas de en medio. Ese extraño uso «de la confidencialidad» que divide, es una de ellas.
Quienes así actúan obedecen a unos protocolos estandarizados para controlar todo. Impedir a propósito canales fluidos de comunicación internos como externos, todo es gris, triste, oscuro, con personas a la defensiva. Porque la labor del controlador no será otra que la de generar temor en los empleados y que se sepan silenciosamente sometidos a una permanente espada de Damocles… por permanecer en el puesto.
Valentía y firmeza
Si usted se sabe sujeto de esa confidencialidad, lo fácil sería desearle mucha suerte. Pero lo honesto es recomendarle plantear abiertamente sus dudas. Preguntar el porqué no puede consultar esto o aquello. No olvide que en estos casos, usted está siendo utilizado como mero instrumento de división, sin que usted lo pretenda. En última instancia, si surgieran problemas, el jefe controlador tendría todo atado y bien atado porque lo único que busca será que cualquier materia sea «suya» y de nadie más.
Apuesta por los vínculos
Hay ambientes laborales donde las personas a lo largo del tiempo crean vínculos sinceros, afectivos y efectivos. Unos llegarán a cuajar verdaderas amistades, otros quedarán colegas de por vida con un mutuo aprecio. Pero tampoco lo llevemos al extremo de ver la vida en rosa a lo Edith Piaf.
En un entorno laboral normal, se da por hecho que cada quien sabe sus funciones y responsabilidades. Y aunque no siempre se cumple, doy por hecho que millones de trabajadores se desarrollan en un buen ambiente de trabajo, donde la confianza, el saber estar, la colaboración en equipo, el intercambio abierto de ideas para mejorar en común cualquier aspecto de la empresa se fomente. En definitiva, donde el respeto sea un hecho.
Apostemos por ambientes laborales sanos, llenos de honestidad, crecimiento, confianza, ética, transparencia, intercambio. Sin duda, la felicidad laboral será un hecho real y todos saldríamos ganando.
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