Estos meses han sido convulsos para todos. Mucho más para quienes han tenido la desgracia de verse afectados de forma directísima por la enfermedad producida por un coronavirus que ha viajado de Oriente a Occidente en una particular Operación Barabarroja de sentido contrario y mayor eficacia que la diseñada por Hitler para invadir la Unión Soviética.
El saldo en vidas humanas es terrible. Más que en ningún sitio -por lo que parece- en nuestro país, si atendemos al número víctimas en relación a nuestra población, cada vez más menguante y envejecida, todo sea dicho de paso.
El personal sanitario está exhausto física y emocionalmente, muchos con vacaciones obligatorias en estos días, en previsión de que se reproduzca el tsunami y necesitemos de nuevo de nuestros mejores socorristas.
Los profesores han tenido que multiplicarse y reinventarse para intentar una hazaña imposible. Las consecuencias las veremos a medio plazo, cuando las deficiencias en la instrucción de los más pequeños hagan necesario apretar el paso en los años posteriores. Quién sabe si algún pupilo no ha quedado tocado ya para siempre en lo académico.
Este siglo no empieza mejor que el anterior y ni siquiera nos van a aliviar unos felices años 20
A eso hay que añadirle las consecuencias psicológicas. El otro día, mientras disfrutaba con mi mujer de una agradable cena a orillas del Cantábrico con un matrimonio amigo, nos comentaban que su hijo mayor -que aún no ha cumplido la decena- ha estado depresivo. Dijo: “Papá, estoy triste”. Y se les abrían las carnes, como es natural. El trabajo en este campo va a ser ingente, nos había ratificado hace semanas otra amiga psicóloga, especialista en menores.
Todo esto es agotador, ¿verdad?
Pues no hemos concluido el repaso. Porque es necesario decir que la vida política también nos desgasta a todos. Los unos por los otros, la casa sin barrer. Las culpas, por supuesto, por su orden, cada quien en su parcela y de forma proporcional a su posición, representación, acciones u omisiones. El hartazgo es abrumador.
Tal vez la falta de certeza es una de las mayores tragedias del hombre de nuestro tiempo
Mucho más cuando, económicamente, ya se ha puesto en marcha el mecanismo apisonador de la crisis. Este siglo no empieza mejor que el anterior y ni siquiera nos van a aliviar unos felices años 20. El crack está al caer a nivel global, pero a nivel local ya se ha resquebrajado la economía de millones de españoles. La crisis de 2008 de la que tanto nos costó salir nos va a parecer una broma en comparación. Ya lo dicen los pesimistas: siempre se puede ir a peor.
Miles de parejas que andaban ilusionadas por comenzar una nueva vida como matrimonio en estos meses han visto truncadas algunas de sus aspiraciones y comienzan su caminar con una incertidumbre que arrastra el espíritu como la plomada el sedal.
Los anclajes elementales son necesarios para construir una vida que responda a la dignidad fundamental del ser humano.
Tal vez la falta de certeza es una de las mayores tragedias del hombre de nuestro tiempo. Lleva tantos años repitiendo que todo vale, que da igual 8 que 80, que tiene igual valor cualquier opinión, que todo es tolerable menos lo que unos pocos tildan de intolerable, que sin las necesarias referencias se hace imposible avanzar.
Yo suspendí de manera contumaz la Física en el colegio, pero creo recordar que sin rozamiento es imposible el movimiento de una bola sobre un plano. De la misma manera, el hombre de nuestro tiempo se encuentra ayuno de referencias, de crampones filosóficos que le ayuden a caminar confiado sobre los hielos de la vacilación y el riesgo de descalabro personal y social ante las dificultades complejas que vivimos.
Aunque todas ellas no existieran -crisis sanitaria, económica, política, familiar, demográfica, religiosa…- los anclajes elementales son necesarios para construir una vida que responda a la dignidad fundamental del ser humano.
Pero para identificarlos, explorarlos, entenderlos y asumirlos hace falta trabajo en un cierto ambiente de tranquilidad. Este tiempo de vacaciones (para quien pueda disfrutarlas) es propicio y venturoso y puede estar lleno de esperanza a pesar de las tormentas que hoy dominan el paisaje. Eso, si son aprovechadas para el descanso que permite trabajar en lo esencial.
Hay que reconocer que el descanso es necesario. Incluso el descanso eterno.
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