Los rayos de sol se reflejaban en algunos de los mechones de su hijo pequeño que jugaba distraído con la arena. Era un niño de unos 3 años al que le encantaban los coches. Su tío Ricardo le había enviado una colección de vehículos de construcción ideales para usar en la playa. Los días previos al verano eran los mejores. Aún no habían llegado los veraneantes y se podía escuchar la brisa acariciando las olas del mar. La madre del niño, móvil en mano, no paraba de mirar a su hijo. Ella sabía que pronto sus hermanos acabarían el cole y pasarían a la historia los días en exclusiva con el benjamín de la casa. Era obvio que quería inmortalizar el momento para compartir con su familia y amigos que tenía el lujo de estar en la playa un día cualquiera de junio.
Esta historia, como cualquier otra, la observamos y hasta protagonizamos al menos una vez al mes los de mi generación. Los que vinieron después se aventuran a hacerlo con mayor asiduidad. En concreto son casi el 90% de las familias las que publican instantáneas de sus hijos menores en algunas de las redes sociales. Estas cifras pertenecen a España, publicadas por la UOC (Universitat Oberta de Catalunya).
Quizá por eso no extrañe que sean imágenes cotidianas y no sexualizadas el 72% del material incautado a los detenidos duales (esto es por delitos de pornografía infantil y por delitos sexuales de contacto). Por cierto, estos detenidos no tienen hijos, pero sí familiares menores con los que no convive. Así lo refleja el informe Perfil del detenido por delitos relativos a la pornografía infantil, elaborado por la Universidad de Valencia en colaboración con la Policía Nacional. En el estudio apuntan a que la tenencia de estas imágenes en personas con interés sexual en los menores está en que “buscan alternativas legales a la pornografía infantil para satisfacer sus fantasías sexuales, debido en parte al efecto disuasorio de las penas”. Sabiendo esto, uno debiera aguantarse las ganas de enseñar lo guapérrimo que es tu hijo. Porque claro, siempre tendremos la excusa de apuntar a que “mi perfil en esta red social es privado”. Muy bien, pero ¿pondrías la mano en el fuego por absolutamente todas esas personas que te siguen o solicitan tu amistad? Permíteme contestar por ti: No.
Es realmente imposible seguir de cerca y quedar con cierta frecuencia con todos aquellos que pueden ver tus estados de WhatsApp o publicaciones de Instagram, Facebook o TikTok. Ni si quiera sabes qué configuración y/o uso de móvil hacen tus compañeros de clase con los que te reúnes de lustro en lustro, eso con suerte.
Hemos olvidado que enseñamos y protegemos con el ejemplo. Nos hemos lanzado a navegar en el océano de la internet con una barquita de juguete. Provocamos y producimos contenido en torno a nuestros hijos sin ser conscientes de que la huella digital que dejamos de ellos, además de indeleble, es cada vez más temprana. Un estudio de 2019 de AVG apunta a que el 81 por ciento de los bebés está en la red antes de tener 6 meses, y el 23% incluso antes de nacer. Pero ¿cómo es posible dentro de la barriga de la madre? Gracias a las famosas ecografías 3, 4 y 5D que determina si se parece al padre, la madre o a la suegra. Además de hacer de oro a unos cuantos visionarios.
Los padres, tíos o abuelos compartimos sin pudor imágenes divertidas y propias del ámbito familiar privado. Siestas en lugares insospechados, cómo juega y habla sin que nos vea, caída o errores sin importancia e incluso inmortalizamos y lanzamos a los cuatro vientos lo bien que el peque hace pipí solito y se sabe limpiar. Todo ello sabiendo de dónde salen esas imágenes, pero que claramente no conocemos dónde terminan, si pueden servir para suplantar la identidad de mi hijo o incluso llegar a manos de delincuentes sexuales.
Somos expertos retransmitiendo la vida cotidiana de nuestros niños sin tomar conciencia real de cómo les estamos robando poco a poco su vida para entregarla a un tercero. Cuánto debiéramos pararnos a pensar en el efecto que puede tener este “Show de Truman” diario y constante. ¿Estarán de acuerdo ellos con que hayamos cedido sus imágenes a empresas tecnológicas que podrán o no hacer lo que estimen oportuno? Qué visionario fue Huxley en “Un Mundo Feliz” en el que señaló la decadencia de la sociedad contemporánea con la esclavitud buscada y deseada como objetivo de felicidad. Nos hemos atado al consumo y producción de imágenes y experiencias que se comparten a través de pantalla para obtener un me gusta, un nuevo seguidor y ese descuento o producto gratis que no es otro que uno mismo.
De pronto, antes de que ella pudiera enfocar con el móvil y disparar, su hijo le preguntó:
– Mami, ¿quieres jugar?
Ella despertó de su sed tecnológica, sonrió, guardó bien el móvil y descubrió que hacía mucho tiempo que no se tiraba en la arena a hacer castillos. Así pasó la mañana, entre juegos y conversaciones madre e hijo. Una bonita historia que recordar y que quedará para siempre en la memoria de esta madre que fue con su hijo pequeño a la playa un día cualquiera de junio.
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