“Hoy es mi cumpleaños y me haría muy feliz que Macarena Olona me felicite”; “Señora Olona, mire el escándalo de Correos, haga algo”. Leer este tipo de cosas es algo cada vez más frecuente en quienes nos asomamos a diario a la ventana de Twitter, esa realidad virtual que a muchos absorbe, quizá más de la cuenta.
Fenómenos sociales en política siempre los hemos tenido, pero casi siempre han venido de la mano del humor, a costa de la metedura de pata del político de turno. Las perlas de los políticos nunca pasan desapercibidas, el “dixit” de Carmen Calvo, o aquel “encuentro planetario” de la ministra Aído, a quien, sin oficio ni beneficio, se le concedió un “Honoris Causa” en alguna universidad anglosajona, para quedar luego bien colocada en algún puesto relevante de la ONU. O qué decir de aquel famoso desnudo de Rivera cuando se presentó por vez primera en Cataluña. O la aparición de Esperanza Aguirre con calcetines blancos tras aquel atentado que vivió en la India. La gorra de Tierno Galván en un homenaje a Lennon.
¡Qué decir de la última definición de progreso, progresía, pseudo centro progre del señor Gabilondo!
Pero lo de Macarena Olona dista mucho de ser un fenómeno puntual, hablamos de otra cosa. Y me atrevo a decir que algo nunca antes conocido entre políticos españoles.
Sin duda, cada político despertará admiradores, algunos incluso fans. Los políticos de la Transición, aquellos hombres grises, bastante normales y distanciados del circo que hoy padecemos, sugerían confianza o desconfianza, pero nada más. De ellos no se esperaba otra cosa que sacarnos de los problemas, legislar lo mejor posible, no dar espectáculo, llenar de dignidad los cargos que ocuparen. Es lo propio del político, porque se supone que están al servicio de la gran comunidad que es España.
Y esto que afirmo de la diputada Olona es un hecho objetivo, no ocurre con ningún otro político del panorama actual. Además, resulta aún más curioso sabiendo que su fuerte son cuestiones jurídicas, de Defensa, Interior, etc.
Macarena Olona va más allá del político, se ha convertido en un auténtico fenómeno social. No es normal que, al comienzo de la pandemia, las personas le pidieran hablan por teléfono un rato cada día, y lo hizo. No es normal que, ante cualquier escándalo institucional, las personas acudan de inmediato a ella “soluciónalo”. Mucho menos que te haga ilusión que te felicite por tu cumpleaños o por tu boda o porque has aprobado un examen.
Y esto que afirmo de la diputada Olona es un hecho objetivo, no ocurre con ningún otro político del panorama actual. Además, resulta aún más curioso sabiendo que su fuerte son cuestiones jurídicas, de Defensa, Interior, etc. Precisamente por eso llama tanto la atención este “efecto Olona”.
¿Necesitamos los españoles más políticos así? Creo que no. Olona no hay más que una, ni ella ha de ser imitada, ni ella dejar de ser como es. Dudo mucho que al meterse en política atisbara ni por un segundo que su liderazgo social despertara tantas pasiones, al fin y al cabo, es mujer de leyes, lo más ajeno a convertirse en una “influencer”.
¿Es positivo o negativo este hecho? Sin duda llamativo, positivo más bien. El cuidar los límites le compete a ella, a nadie más. El “efecto Olona” despertará envidias en propios y ajenos, es la condición humana.
Si a mí alguien me pregunta, ¿y tú que piensas? Pensar poco, lo observo y me cuestiono el hecho. Es algo bueno, aunque a mí no me nace contarle en público mis batallitas personales. Simplemente me aferro a una de mis constataciones vitales: déjala ser, que ca uno es ca uno y ca quien es ca quien.
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