¿Puede ser humilde un empresario? Bueno, no solo puede, sino que debe serlo. De esto es lo que trata un artículo del profesor Argandoña del IESE, titulado “La humildad en la dirección”. La humildad no tiene buena prensa en el mundo de la empresa; parece que un directivo sencillo debe ser apocado, tímido, algo cobarde, que se arruga ante los demás, que no sabe tomar decisiones… un mal líder, vamos.
Esta virtud nos lleva a conocernos como somos (“humildad es andar en verdad”, decía Santa Teresa de Ávila). No deja que nos engañemos resaltando nuestras capacidades y realizaciones, ni subrayando nuestras deficiencias. Nos ayuda a valorar a los demás por lo que son, sin rebajarlos ni ensalzarlos. Nos abre a la opinión de los otros, que nos ayuda a conocernos mejor. También fortalece las relaciones: nos gusta que nuestros amigos, socios, colegas y superiores sean humildes.
Pensemos en el comportamiento de un directivo humilde en un equipo de trabajo: cómo escucha a los demás, cómo sopesa sus opiniones, cómo los anima a aportar, cómo delega, cómo admite sus errores y cómo asume los errores de su equipo, cómo reconoce los méritos de su equipo cuando llegan los éxitos. A su vez, los que trabajan con líderes honestos están más satisfechos de su trabajo y son más productivos, más creativos y, también, más modestos ellos mismos: la humildad crea humildad, es contagiosa.
Asimismo, es un don útil en los procesos intelectuales y tecnológicos, porque nos ayudan a conocer nuestras limitaciones, a recibir consejos y a contar con las opiniones de los demás, y a buscar la colaboración de los que piensan de modo distinto al nuestro. La diversidad de puntos de vista no es una limitación para la persona que es sencilla, sino una fortaleza.
Esta integridad se confunde a veces con la humillación. Las dos palabras derivan del latín humus, que significa ‘tierra’ y guarda relación con el acto de postrarse en ella. Sin embargo, mientras que humillarse lleva en sí una connotación negativa, la de «arrastrarse por el suelo» en acto de sumisión, la humildad significa, en cambio, tener los pies bien puestos sobre la tierra y ser capaces de reconocer con la mayor objetividad nuestras capacidades y nuestras vulnerabilidades.
Y sobre todo es contraria a la soberbia. Sin este valor no es posible encontrar la verdad y no puede haber obediencia. Como decía Cervantes, la humildad es el cimiento, la base y fundamento de todas las virtudes.
Este artículo se publicó en el Diario de Almería.
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