Hay personas que aún concentran sus energías en resaltar la particularidad de su región de un modo excluyente, sin darse cuenta de que cada vez estamos todos más integrados dentro de una red global.
Este anacronismo es incluso compartido por jóvenes que aún no se han enfrentado al mundo real, y siguen habitando en su burbuja de prejuicios y pequeñeces. En el otro extremo, tenemos a personas ya han entrado de pleno en la globalización, queriendo o sin querer, y se han dado cuenta de que ya no pueden salir de ella, por mucho que lo intenten. Este artículo está dedicado a estas personas “deslocalizadas”, que aunque tienen su “hogar” en un sitio concreto, pasan alrededor de la mitad del mes fuera de el mismo, por que su lugar de trabajo que está en otro país.
El primer contacto con el mundo global o, como he optado por llamarlo, el pequeño mundo, puede empezar ya en la infancia, cuando los niños acompañan a sus padres de vacaciones y descubren que hay otros lugares e idiomas más allá de su esfera de confort o seguridad. Es la mejor entrada, ya que los pequeños disfrutan y se asombran con las diferencias, a la vez que aprenden a valorarlas. Además de estimular su inteligencia al tener que enfrentarse a un lenguaje diferente.
«Nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas».
Henry Miller
Aprender idiomas es indispensable. En estos momentos el idioma internacional es el inglés, pero sería un error pensar que esto va a permanecer así para siempre. Hace tan solo 50 años, para la diplomacia sólo se usaba el francés. Es por eso que, si bien hoy en día el inglés es una herramienta fundamental en la comunicación internacional, hay también que mirar al futuro e ir previendo y estudiando el siguiente idioma dominante, que probablemente sea el chino.
Uno de los primeros prejuicios que hay que erradicar al entrar en el mundo pequeño es pensar que las otras sociedades son homogéneas o incluso superiores. La percepción de que las personas de otros países son diferentes a nosotros, se debe a nuestro punto de vista personal, a las gafas con las que vemos nuestra realidad. Un buen ejemplo sería nuestro dominio del inglés en España. Si la mayoría de la población española no habla bien el inglés, no debemos caer en la tentación de pensar que en el resto de países no sucede exactamente lo mismo: incluso en los países que consideramos como socialmente más avanzados, tales como Suecia, Finlandia, Alemania, etc., hay muchísimas personas que no hablan inglés, y muchas menos aún que lo dominen.
Así es que la entrada en el mundo pequeño nos obligará a abrir la mente, a ampliar conocimientos. Por ejemplo, a preparar siempre un vocabulario básico del idioma local de nuestro lugar habitual de destino. El inglés valdrá para muchas situaciones, sobretodo en el ámbito laboral, pero nos limitará muchísimo.
Por respeto a la población nativa y por facilitar la vida, el viajero deberá intentar expresar las ideas más básicas a los nativos en su propio idioma. Es un error bastante común de los angloparlantes el suponer que todo el mundo habla su idioma, y una grave falta de respeto insistir aun cuando ya ha quedado claro que su interlocutor no les comprende.
La entrada definitiva en el mundo pequeño y global se produce sobre todo con la incorporación a una actividad laboral que te obliga a viajar de un lado a otro. Es en ese momento, cuando debes tomar varios aviones al mes, en el que el trabajador viajero empieza realmente a sentir lo pequeño que es el mundo.
Pero esta percepción de empequeñecimiento del mundo se da en varios aspectos y en diferentes etapas:
En una primera etapa, que corresponde a los primeros viajes, y en los que el mundo se abre ante el viajero.
Estos viajes de trabajo no son ni percibidos como una obligación, sino que son una experiencia de apertura al infinito. Cada subida al avión es una carga de orgullo, ya que el viajero se desplaza a otro lugar a ganarte el pan, sintiéndose afortunado de tener la posibilidad de combinar el placer del viaje con la actividad laboral.
En una segunda etapa, tras varios ciclos de viaje, el asombro se va atenuando, y poco a poco se van incluyendo en la zona de confort aspectos que antes eran ajenos. Cuando las diferencias más evidentes se van asimilando, el viajero pasa a centrarse más en los detalles.
Por otra parte, se empieza a diferenciar claramente entre el viaje de placer y el de trabajo, estableciendo así una marcada distancia frente a los pasajeros que se desplazan a sus vacaciones. No es que nuestro viajero tenga envidia de los ellos, pero ya no se siente parte del mismo grupo, a pesar de compartir el mismo avión.
En la tercera etapa, los viajes ya forman parte del día a día, y el viajero vive dentro del pequeño mundo.
Es en este momento cuando se adquiere una comprensión real de la vida diaria en los otros países. En cada país se empatiza con los habitantes, se les ve como iguales y se entiende su vida y sus necesidades. El viajero reconoce de un modo natural cada tipo de persona y percibe cada barrio como si fuera el suyo, con todos sus matices, ya que ahora se encuentran en su zona de confort. Sin embargo, cuando se llega a esta etapa es que el viaje de trabajo se ha convertido en una rutina, con sus ventajas e inconvenientes. Ahora la separación entre un desplazamiento de trabajo y otro del tipo placer es absoluta, y el viajero normalmente no obtendrá ningún tipo de estímulo cada vez que coja el avión, ya asimilado como si fuera un coche, salvo que sea para ir de vacaciones.
No es extraño el hecho de que bastantes personas que trabajan en una oficina envidian la vida globalizada, porque sienten que se están perdiendo todo lo que hay más allá de las fronteras. Se imaginan sentados, vestidos de traje, por la mañana para despegar en un avión rumbo a su oficina en un lugar exótico y lejano, alejados de su monótona rutina habitual de ir al mismo lugar de trabajo una y otra vez.
Por el otro lado, la realidad es que hay muchos viajeros de trabajo globalizado que desearían salir de él, y tener con una oficina a la que asistir con un horario más o menos definido. Los viajes en avión agotan y estos viajeros sienten que lo único que hacen al embarcar es desplazarse a su oficina como cualquier otra persona, solo que su oficina encima está más lejos, y con la desventaja añadida de que al salir de dicha oficina no existe la opción de llegar al hogar en un tiempo razonable.
En realidad, ambas vidas tienen ventajas e inconvenientes pero, como el ser humano es inconformista por naturaleza, siempre buscaremos lo que no tenemos. Lo que es innegable es que la integración continua, de forma más cercana en un ámbito europeo, ampliándose a una mundial. Lo que nos va a ir empujando poco a poco a la interacción individual permanente con otros países, siendo cada vez más probable tener un lugar de trabajo lejano al que asistir periódicamente. La tendencia es que en el futuro se sigan reduciendo las distancias con nuevos tipos de transportes y con versiones actualizadas de los actuales, lo que permitirá empequeñecer el planeta, hasta que llegue un momento en el que el pequeño mundo sea el mundo de todos.
Miguel Angel Castañón Guerra es Responsable de Telecomunicaciones de FIA WRC (World Rally Championship) www.wrc.com
Ingeniero de Telecomunicación.
Graduado en Filología China