¿Qué harías si al recibir la invitación de boda de tu mejor amiga añade como detalle que no está permitida la entrada de los niños? Mi abuela seguro que me diría que, si no pueden ir niños a la boda, ¿para qué se casan? Qué importantes son las abuelas, porque pensándolo detenidamente, uno se casa para formar una familia. ¿O no? No quisiera hablar de un enlace matrimonial en términos económicos ni de negocio. Una boda ha sido siempre y será una fiesta familiar. Pero claro, hay que ser consciente de hasta qué punto se ha destruido a la familia, y por consecuencia, los hijos caen los primeros.
Cuando era pequeña no entendía muy bien aquella parte de la canción de Perales en la que pedía que canten los niños por aquellos que no cantarán porque han apagado su voz. Ahora entiendo que ese sujeto plural sin nombre también eran niños. Lo veo por el paso del tiempo y con la perspectiva de todo cuanto acontece a nuestro alrededor como sociedad, mal llamada de bienestar y progreso.
Hoy apagamos día sí, día también la voz a un niño. Solo que es tan tristemente habitual que ya hasta lo hemos normalizado. Silenciamos su voz en primera instancia a través del aborto. Los datos oficiales del último año cifran en casi 90 mil los embriones eliminados por vía quirúrgica. Sin embargo, en los datos que ofrece el Ministerio de Sanidad no se refleja el aborto químico. Según el Instituto de Política Familiar, el uso de esta técnica abortiva ha pasado del 5 por ciento hasta más del 20 en menos de 10 años, datos de 2017. Los niños silenciados son muchos más de lo que nos cuentan las estadísticas. Pero no pasa nada, son hijos que aún no han nacido. ¿Qué importa?
El doctor en Ciencias de la Educación y Filosofía, y Fundador y Presidente de la Asociación Edufamilia, Tomás Melendo, decía que tener un hijo “es la posibilidad de colaborar con Dios para traer al mundo a alguien que está destinado a tener un diálogo de amor con Él por toda la eternidad.” Reflexionando sobre ello y observando una sociedad tan de espaldas a Dios y a la dimensión espiritual de la persona, se entiende tan fácilmente que la natalidad haya caído en picado. España encadena por tercer año consecutivo una bajada en la tasa de este indicador, según los últimos datos publicados por el INE. Contamos con una población envejecida y en la que los hijos que nacen de madres mayores de 31 años están totalmente planificados. Teniendo en cuenta que solo tenemos un hijo de media, parece evidente que se vean pocos niños por las calles.
No se les ve ni en los esperados anuncios de la Lotería de Navidad. De las tres propuestas de este año tan solo en una y de lejos, aparecen dos niños de San Ildefonso cantando. Un auténtico despropósito para un spot que históricamente reflejaba las situaciones que se viven en fechas navideñas en las que los niños adquieren (y así deben hacerlo) un papel protagonista. Sin embargo, estos tres anuncios reflejan en lo que se está convirtiendo nuestra sociedad: un país sin hijos en el que los niños están silenciados y apartados. Para que no molesten.
Y no es exageración. Esta realidad resulta muy evidente en el sector turístico. En 2017, España ocupaba el tercer lugar a nivel mundial con establecimientos hoteleros Only Adults. Es decir, con la entrada prohibida a menores, sin niños. Según un estudio del portal de reservas hoteleras Rumbo, el porcentaje de solicitud de alojamientos en este tipo de espacios se ha duplicado cada año desde 2019. Así, desde el portal Sebogo aseguran que la aparición de establecimientos hoteleros Only Adults se triplican cada año debido a la gran demanda del público.
Esta moda de habilitar establecimientos y etiquetarlos como espacios libres de niños está proliferando. Encontramos restaurantes Adults Only que se amparan en el “derecho de admisión”. Asimismo, ocurre incluso en medios de transporte estatales. Es decir, públicos, para todos, sin discriminación por la razón que fuere, incluso la edad. Pues bien, se encuentra el famoso Vagón Silencio de Renfe que prohíbe la entrada a menores de 14 años. Pero después hay que tragarse estoicamente al ejecutivo estresado que debe atender su teléfono sin moverse de su asiento. Como es un adulto entonces sí, hay que respetarlo.
También silenciamos a los niños cuando acortamos su infancia. Y esto se manifiesta en la sexualización de los menores. La moda, la música, el acceso a las redes sociales, los contenidos audiovisuales, digitales o revistas infantiles con recomendaciones propias del público adulto pero que consumen los niños. Esta bomba explotará cuando sea demasiado tarde.
Se obvia que la infancia es la época más bonita y fundamental de la existencia humana. Los niños tienen una mirada limpia y honesta. Somos los adultos los encargados de proteger durante el máximo tiempo posible esa inocencia en el corazón. Así nos contagiaremos de esa pureza que hemos perdido con el paso de los años. Pero, sobre todo, porque es nuestro deber y compromiso con la vida. Si como decía el doctor Melendo los padres somos los encargados de contribuir a ese diálogo de amor eterno, vendría bien recordar a Sartre y una de sus célebres citas: “La vida deja de tener significado en el momento en que se pierde la ilusión de que es eterna”.
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