Veía ayer una película con mi hija, Clouds. Trata sobre la historia real de Zach Sobiech, un adolescente americano que murió de cáncer en el año 2013. La historia es conmovedora tanto por la personalidad del chico, cómo por la forma de afrontar su enfermedad, y no solo él, sino todos sus seres queridos.
La película termina con una frase que escribió en un ensayo que habia redactado para solicitar su entrada en la universidad, aún sabiendo que nunca llegaría ese momento, y decía algo así como que todos tenemos un tiempo limitado:
“¿Qué tengo pensado hacer con mi única, salvaje y preciosa vida? Pues es sencillo la verdad, quiero hacer feliz a la gente, todo lo que pueda, y el mayor tiempo posible, y al final espero que mi historia ayude a que la gente se de cuenta de que no hay que descubrir que te mueres para empezar a vivir”.
Al día siguiente de su muerte, su canción fue nº1 en Itunes.
¿Y qué es vivir? Pero… vivir de verdad, puesto que lo decía una persona que sabía iba a morir pronto.
Pues ser feliz, lo que siempre ha buscado el hombre y es común a todas las épocas, razas y culturas. Nos venden que la felicidad es tener cosas, seguidores, es vivir experiencias o una vida con todas las necesidades cubiertas. Pero la felicidad verdadera, esa que da plenitud a una vida, como nos han mostrado tantos ejemplos de vida, es la coherencia de vida, darse a los demás, es buscar la verdad… en libertad, y nada tiene que ver con una vida happyflower.
La sociedad nos muestra distintos modos de conseguir una felicidad, y la mayoría de las veces nos pone como modelo una felicidad ficticia y desde luego, efímera, y la libertad sexual parece ser la vía más potente para conseguirla. Una lucha en la que se ha metido a la mujer con calzador, luego a la juventud, y ahora a la infancia, como defendía sin argumentos, otra vez, la ministra de igualdad hace unos días. Los nuevos derechos inventados por personas que no saben siquiera lo que significa la palabra “derecho”, han creado un nuevo mercado de derechos, así definidos para garantizar el mercado en el que se lucran a escondidas sus mayores defensores gracias a la falta de madurez de algunas personas unas veces, otras la falta de información, la idea de que algo nuevo va a ayudar a una situación complicada, o incluso de la buena voluntad de otros. El sexo parece ser el ungüento mágico para todas las situaciones complejas y la garantía de felicidad personal. Los niños serán más felices si deciden su “orientación sexual”, sin embargo, para ser abogado, además de elegir los estudios a la mayoría de edad, hay que estudiar durante 4 años. Para el mal llamado cambio de género y hacer un apaño a tu sexualidad, o el cambio de identidad, tan solo hace falta la autodeterminación y decir tu deseo, y todo un engranaje se pone en marcha.
Vivimos en una sociedad hipersexualizada, no creo que haya nadie que dude eso a estas alturas. Las contradicciones de hoy día reivindican los derechos de las mujeres y su papel, mientras por otro lado, la mujer muestra sin pudor sus encantos más distintivos del sexo con el que nació como un objeto de deseo para el otro sexo. Se protege a la infancia de todo, incluso con exceso, incluso de la protección de sus propios padres, sustituyendo el amor por el interés, pero se le muestran modelos sexuales sin ningún tipo de reparo y sin pensar en las consecuencias que esto pueda tener en el desarrollo de su personalidad, y por tanto en su vida, dando alas al mal llamado derecho a una educación sexual que solo unos pocos aprueban y que escandalizaría a mi abuela.
Esta falsa libertad sexual que alienta a todo vale, desligada de la afectividad, es responsable del uso desmedido de la pornografía, y si el uso de material pornográfico hace daño al adulto, al niño, al joven y al adolescente todavía más, generando una curiosidad malsana, fomentando malos hábitos con tristes consecuencias para la persona. En esto, como siempre, los perdedores son los niños, los jóvenes, y las mujeres, a las que venden una falsa y triste liberación.
Por el contrario, una sexualidad producto de una relación sana, de amor comprometido, hará feliz a la persona. ¿Y no deseamos todos eso?
Hoy más que nunca hay que hablar sobre afectividad y sexualidad desde el bien y la belleza, así sabrán lo que se pierden los que eligen otro camino … sabiendo que es de sabios rectificar.
No hay que contentarse con la mediocridad, sino buscar relaciones profundas que estén basadas en el amor y el encuentro verdadero con el otro.
Somos seres relacionales y trascendentes, es decir, capaces de trascender a nosotros mismos, de amar y ser amados, gracias a la inteligencia, la voluntad y la materialidad, dentro de nuestro cuerpo con el que nos relacionamos, sabiendo que somos mucho más que un cuerpo. Aspiremos a difundir la belleza intrínseca de la sexualidad integrada en la persona, y que forma parte de la persona como seres sexuados que somos …y no como un instrumento externo en busca de una placer efímero que no satisface. Ninguna persona es un medio sino un fin en sí misma.
Pero como para todo en la vida, para conseguir la felicidad y saber descubrir la belleza, hay que entrenarse también, hay que educar y enseñar que todo lo que merece la pena en la vida se consigue con esfuerzo.
Los animales no buscan que les quieran, no son libres, buscan un placer momentáneo determinado por un instinto de supervivencia y mantenimiento de la especie, pero el hombre aspira a la felicidad, sin embargo, nos muestran el comportamiento animal como el ejemplo ideal. La búsqueda de la felicidad, junto con el amor, es la aspiración del ser humano desde toda la historia.
Manifestamos el amor a través del cuerpo, del lenguaje, de los medios por los que nos relacionamos. El cuerpo nos recuerda en cada instante que estamos hechos para la entrega. Encierra la posibilidad de amar y ser amados, y la sexualidad existe para expresar con el cuerpo el amor que habita en el corazón. Esto es lo que da sentido y placer a los gestos. Solo cuando el ser humano es capaz de vivir su llamada a la plenitud, es capaz de entender la belleza de la llamada del amor y la sexualidad.
Por eso es tan importante la forma de relacionarnos y en función de como lo hagamos, así será la calidad de nuestras relaciones, de todas.
Cuando se cae en la búsqueda de placeres momentáneos se entra en un camino fácil de adicción, y si lo que se elige para buscar una felicidad verdadera no satisface, se toma cada vez más. Esto nunca dirigirá a la felicidad, sino solo a placeres momentáneos que no satisfacen, y asi empiezan otro tipo de adicciones, como al sexo, a la pornografía etc.
Si buscamos la definición teleológica (no teológica) de adicción: dirigir nuestro deseo de felicidad infinita hacia placeres finitos. Se queda insatisfecho entonces.
Y ¿Qué es la infelicidad? Buscar placeres finitos para conseguir una felicidad infinita.
El uso de la pornografía, y el exceso de imágenes que distorsionan la realidad, crean expectativas irreales, que no satisfacen, que además de banalizar las relaciones de las personas provocan una gran incapacidad de AMAR en plenitud, con todo lo que esto conlleva para el ser humano, y que no es otra cosa que la entrega recíproca y total a la persona que se ama.
No nos olvidemos que banalizar las relaciones es banalizar a la persona que tengo delante, y a las personas no se las usa. Y utilizar a los niños en este juego es, en el menor de los casos, no tratarles con la dignidad que se merecen, y desde luego no solo no protegerles, sino corromperles.
Hay que levantar la mirada al tipo de persona que quiero ser para buscar la belleza, la verdad y lo que es bueno para cada uno de nosotros.
Os animo a jugar todo a una carta que es la del amor de entrega, el verdadero y único amor, que se pone en práctica, como decía Zach Sobiech, haciendo felices a los demás. Y esto no casa con buscar placeres baratos, sino que se trata de descubrir el amor de verdad y entregarnos de verdad, como suele decirse, en cuerpo y alma.
Si se anula cualquier aspiración de felicidad real, la persona quedará vulnerable…y cuánta vulnerabilidad hay ya.
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