<<Todo hombre debe educarse para dos cosas: o para gobernar o para ser gobernado>>. Esta frase la escribió Jenofonte, historiador y filósofo de la Grecia antigua, y la puso en boca de Sócrates en la obra Recuerdos de Sócrates en el libro II, (Jenofonte. Ed. Gredos, 1993).
Para los autores clásicos el cómo debía ser el gobernante ideal supuso una cuestión de calado. Griegos, romanos y también persas -gracias a Jenofonte por su Ciropedia o Educación de Ciro,– se tomaron muy en serio profundizar en la educación, la política, la ciudadanía o el gobierno.
Sin embargo, otras civilizaciones, como por ejemplo los Aztecas, ejercieron una forma de gobierno difícilmente creíble y único en la historia de la humanidad por su perversión, según narra el autor Marcelo Gullo (Nada por lo que pedir perdón. Ed Espasa). No sé si los Aztecas contemplaron lo de la educación para gobernar, lo que consta es que además de sacrificar seres humanos a manivela de forma continua, eran antropófagos. Sacrificaban seres humanos para que las élites (sacerdotes, nobles y ejército) se alimentaran. Los gobernados bastante tendrían con sobrevivir.
Hernán Cortés al poner pie en el Nuevo Mundo se topó de bruces con la antítesis del buen gobierno
Gobernantes
El griego Jenofonte parte de una premisa básica que quizá hoy sea tomada en serio por una minoría: «Todo hombre debe educarse para dos cosas: o para gobernar o para ser gobernado», y a partir de ahí desarrolla virtudes que unos y otros deberían encarnar, tanto gobernante como gobernado.
El profesor Ricardo Rovira, en su ensayo Plutarco y Jenofonte: Formadores para gobernantes de hoy (Ediciones Civilitas. Colección minor Nº1), explica una serie de cualidades y virtudes indispensables para el gobernante ideal según los clásicos. La piedad en el sentido de una convicción profunda de que sus acciones debían servir para agradar a los dioses. La justicia, objetivo principal de la educación persa, sin embargo los griegos tomaban a la justicia como el fundamento del Estado que conduce al respeto de las leyes y garantía de igualdad de derechos para todos. Otra cualidad era el respeto, a la que Hesíodo consideraba que si un gobernante carecía de esta cualidad implicaba la pérdida de la buena conciencia den el mundo.
Jenofonte afirma que en el futuro gobernante ha de primar un ejercicio de ascesis y renuncia continua: levantarse pronto, acostarse tarde, sobreponerse al hambre y a la sed, anteponer los deberes más importantes a la satisfacción de sus necesidades. Otro insigne autor griego, Plutarco, apuntaba la necesaria instrucción en el gobernante.
Gobernados
No son pocas las cualidades que desearon los clásicos para el gobernante ideal ¿Y para los gobernados? Señalan que quien quiera llevar una vida sin sobresaltos, libre, sin grandes obligaciones cae del lado de los gobernados. De todas formas, en ningún caso eludían la importancia de la educación e instrucción en los gobernados.
Si lo reflexionamos la cosa tiene enjundia porque si se hiciera realidad, al menos en la España de hoy, otro gallo cantaría, ¿no cree? Ni corrupción, ni impunidad de unos y otros caerían en saco roto, más… de uno que del resto.
Comentaba Miguel Pastorino en un estupendo artículo que: «La falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes… La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar…», palabras pronunciadas por Martin Heidegger el 30 de octubre de 1955 en Messkirch.
Los absolutos
Una frase, la de Jenofonte, tan contundente y sin medias tintas: «O para gobernar o para ser gobernado», quizá suscite cierto rechazo. El pavor a los absolutos en parte de las mentalidades occidentales es una evidencia, la famosa libertad mal entendida y el buenismo elevado a la máxima expresión bajo una densa nube cargada de relativismo.
Me refiero como absoluto a principios fundados en la Ley natural, en el Derecho natural, lo que hasta hace dos días históricamente hablando, regía más o menos en los gobernantes. Donde cualquier ley quedaba sustentada sobre las raíces inamovibles de ejes rectores universales, buenos para el hombre, sobre todo y subrayo: buenos para el hombre. Sabemos que esto sucedió fruto de una evolución natural en el razonamiento a lo largo de los siglos, los pilares los puso la Escuela de Salamanca.
Digo quizá, porque aún tratándose de una cordura aplastante, la lógica o el sentido común vagan por inhóspitos desiertos. Quizá, ese pavor a certezas absolutas se interprete como una llamada a la sumisión, a la resignación. Al fin y al cabo, el vulgo somos mayoría pero condicionados al relato de una minoría. Esos que cortan el bacalao son un sector minoritario, de personajes extraños con personalidades extravagantes desconocidos para el gran público, manejan los hilos del mundo a su antojo, o al menos lo intentan. Los Gates, Soros, Bildelberg, Sánchez, la Unión Europea, los Borrell y compañía, etcétera.
Muchas amenazas se ciernen sobre las cabezas de los gobernados y votantes del siglo XXI
Engañabobos
Amenazas como que la misma Presidente de la Comisión Europea bendiga con entusiasmo la «necesidad» de reducir a la población mundial, o lo del ¡Dejad de comer carne!, o esos marxistas que procuran ilusionarnos con ciudades carcelarias de 15 minutos, ¿Qué tal los de los territorios de eco regímenes? Entre otros taraísmos.
Una amenaza que sería demoledora de llegar a cumplirse, es esa cantinela de que ya no necesitaremos dinero en efectivo, y atentos. Resulta que para evitar que los malos se lleven fortunas a paraísos fiscales (según Lagarde y compañía) la solución será la moneda digital ¡Para todos! Es decir, si la mayoría de los humanos con dinero en bancos fuésemos narcotraficantes, criminales, mangantes oficiales del dinero público, etcétera, quizá tendría lógica.
Pero oiga, no se empeñe, que no, que para controlar a una minoría de malos, la inmensa mayoría quedará secuestrada, atada de pies y manos, sin ejercer la libertad para gastar su dinero pagando en efectivo dónde, cómo y cuándo quiera. Además de caer en la importancia de que ahora todavía el poder es nuestro, ¿qué ocurre si sacamos de los bancos nuestro dinero? Problema para los bancos, pero… ¿Y si perdemos la capacidad de controlar lo contante y sonante? Problema para nosotros, perdimos el poder.
Me quedo con Jenofonte y Sócrates, que aunque no conocieron la inteligencia artificial, demostraron ser mucho más inteligentes y ponderados que quienes nos gobiernan hoy. Porque si la inteligencia no limita la capacidad para promover y ejercer el mal en algunos, tampoco la bondad supone un límite para la inteligencia para que gobernantes y gobernados opten de forma radical por ejercer el bien.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: