Leía una artículo de El Mundo hace unos días sobre la copaternidad donde se ensalzaba esta nueva fórmula que equiparaban a un nuevo modelo de familia. Me produjo tristeza, la tristeza de una sociedad donde se asume que el amor no existe, pero que no hace el esfuerzo necesario para conseguirlo, porque el amor es una tarea de todos los días, incluso a veces en aquellos días donde parece que no lo hay, es justamente cuando más amor hay.
Me hace mucha gracia el empeño en hablar de los diferentes modelos de familia, las diferentes formas en las que la gente se relaciona y vive, pero la familia, la fórmula que es familia, es la unión y compromiso, palabra de la que se huye, de un hombre y una mujer que se aman, y se comprometen a querer quererse todos los días de su vida. Luego vendrán los hijos o no, que además se irán con los años, pero la familia, el amor que la funda, es el que se vive, cuida y trabaja en el matrimonio. Este es el ideal, y lo demás son adaptaciones del ideal.
La familia, el amor que la funda, es el que se vive, cuida y trabaja en el matrimonio.
La justificación de la elección para optar por una copaternidad empieza por la afirmación de que el amor no es lo importante entre los padres, y la consecuencia es que el hijo ya no tiene el derecho de ser fruto del amor, sino que se convierte en objeto de deseo, y es la persona que quiere ser padre o madre la que tiene si tiene derecho, un derecho que no existe, como tantos otros que se están poniendo de moda. Como se supone un derecho a tener un hijo bajo la fórmula que sea, da igual que el hijo, la persona, se plasma como objeto de contrato entre dos partes, porque hacen falta dos para traer una persona al mundo, que se ponen de acuerdo en los puntos que definirán su desarrollo como persona, formación y educación. Cómo si eso fuera garantía de equilibrio.
Que lo de felices para siempre ya no es como suelen acabar la mayoría de las historias, es una realidad. En España, de cada diez matrimonios, siete acaban en ruptura. En el año 1982 se divorciaron unos veinte mil matrimonios, mientras que en el año 2022, en torno a cien mil. En el 2020, por cada 9 matrimonios se produjeron 8 rupturas. Además, el número de matrimonios ha caído en un 55% en los últimos 40 años.
Se huye del compromiso en la búsqueda de una mayor libertad en soledad, de ahí el aumento de parejas rotas y miedo a un compromiso que parece exigir esa renuncia que mucha gente no está dispuesta a hacer y que ven como un drama, pero que en el mundo real, al que aspiramos algunas personas, constituye una ganancia y no una pérdida.
De esa búsqueda en solitario de una felicidad ficticia vienen también las cifras de abortos. Los abortos provocados representan ya un tercio de los nacimientos en un país donde el índice de fecundidad es de 1,1, a pesar del aumento de la natalidad por parte de las madres extranjeras. Mientras, no paramos de inventarnos fórmulas para poder satisfacer los deseos a toda costa. Deseo estar solo, pero deseo tener un hijo, algo que cualquiera con sentido común intuye como incompatible, o en el mejor de los casos, muy triste.
Por la misma razón que muchas madres justifican la muerte de sus hijos, es por la que algunos padres deciden tener hijos con personas ajenas y en ausencia de amor, pero esta autojustificación es un autoengaño. Nadie controla la vida, el hijo no es algo que se planifique y salga según lo planificado. Como persona tiene unas necesidades, que van mucho más allá de las básicas, de estar alimentado y escolarizado. Necesita desarrollarse, y como forma ideal si es a lo que aspiramos, en una comunidad de amor.
Por la misma razón que muchas madres justifican la muerte de sus hijos, es por la que algunos padres deciden tener hijos con personas ajenas y en ausencia de amor.
Esta nueva fórmula se justifica porque reciben amor, y mientras que otras parejas están tirándose los trastos ellos no se los tirarán. Pero ¿quién garantiza eso? No será una comunidad cuando el amor solo va en una dirección, no está en toda la familia ni ha estado nunca. Y la amistad, en el mejor de los casos, no es el mismo amor al que debe aspirar cualquier matrimonio. El amor de amistad y el amor conyugal son muy distintos.
Se huye del compromiso pero se unen de por vida, porque un hijo es para toda la vida, a una persona a la que no aman, y por un contrato en el que se pretende regular y predecir la vida de una persona y todos sus pasos, con unos acuerdos sobre unas ideas preconcebidas que la misma vida, muchas veces, te hace cambiar.
Cuántas discusiones se generan en un matrimonio, aunque se lleven bien, por temas relacionados con los hijos, y cuánto mayores serán los problemas en estas formas de “no convivencia”.
Que hay muchos divorcios, es cierto, que hay muchos niños sufriendo la separación de sus padres, es cierto, pero fueron fruto de un amor en algún momento. Sin embargo estos hijos serán fruto de unos padres que nunca se amaron. Incluso las situaciones que dieron lugar a una vida por accidente o falta de consciencia tienen la salvedad de que no fueron provocadas ni buscadas, ahora se priva, deliberadamente, al niño de vivir el amor de la familia que se sustituye por un “ponerse de acuerdo” dentro de toda una programación. El hijo, que tiene toda la dignidad del mundo, se construye para dar satisfacción a un deseo y un supuesto derecho ajeno a él.
Dentro de las necesidades del niño está recibir amor, pero no olvidemos que, además de ser receptores de amor, necesita vivir en una comunidad de amor, y el amor que les llena es el de unos padres que se quieren, no nos engañemos.
El niño asume su familia con total naturalidad, comenta uno de los co-padres entrevistados: «Acepta que su padre y su madre tienen entornos distintos y lo vive con normalidad”. Pero reconoce que cuando hacen planes juntos es cierto que le hace mucha ilusión.
Qué pena de maternidad la de la mujer que elige esta vía sin un compañero al lado que le coja de la mano en el parto, viendo a los ojos de la otra parte del contrato en los ojos de su hijo.
De los vientres de alquiler hemos pasado a la paternidad acordada y programada, si ya hay momentos en la vida en que todo se complica y son difíciles de superar cuando hay amor, no parece que esta relación asegure más estabilidad que la de “para toda la vida”, además, qué pena de maternidad la de la mujer que elige esta vía sin un compañero al lado que le coja de la mano en el parto, viendo a los ojos de la otra parte del contrato en los ojos de su hijo… romántico no suena desde luego.
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