La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París 2024 lo tenía todo para haber pasado a la historia por su espectacularidad, a pesar del grave problema de seguridad que se ha generalizado en toda Francia. Desde la evacuación de un aeropuerto en la frontera suiza-francesa este viernes debido a una amenaza de bomba, horas después de unos «ataques masivos» contra la red de trenes de alta velocidad, dispositivos de 45.000 efectivos y un «plan especial» de seguridad. Todo el mundo pensaba que la amenaza terrorista general era «extremadamente alta». Sin embargo, todos los asistentes se encontraron con otro tipo de amenaza, la de la degradación del mundo occidental.
Recorriendo el río Sena, las delegaciones de los países participantes desfilaron en barcas, atravesando el increíble patrimonio histórico de Francia. Sin embargo, el comité organizador y el presidente Macron han querido utilizar este acto universal y tradicionalmente destinado a fomentar el honor, la humildad y el respeto, para imponer las ideologías de la Agenda 2030, de las que el mandatario francés es adalid, especialmente la cuestión LGTB y el aborto, para el que se ha erigido como su gran promotor al declararlo derecho fundamental e incluirlo en su Constitución.
Todo el mundo pensaba que la amenaza terrorista general era «extremadamente alta». Sin embargo, todos los asistentes se encontraron con otro tipo de amenaza, la de la degradación del mundo occidental.
El director artístico elegido para esta ceremonia fue Thomas Jolly, director de teatro que se autodenomina «queer», y que en sus obras lleva constantemente esta ideología a los escenarios. El resultado fue un culto al feísmo y al mal gusto, más parecido a las últimas ediciones de Eurovisión que a unos JJOO, donde los deportistas quedaron completamente en un segundo plano en favor de todas estas actuaciones, muchas de ellas fuera de lugar. Y en una ciudad como París era complicado caer en el feísmo debido a su arquitectura, pero los organizadores lo consiguieron.
La ceremonia estuvo salpicada de propaganda de la Agenda 2030 de principio a fin. Promocionaron el amor como si se tratara de una relación poliamorosa y homosexual de tres jóvenes con estética queer. Hubo besos, guiños constantes LGTB, bastante feminismo y mucho aborto, que fue citado en numerosas ocasiones y claramente impulsado por la organización para esta ceremonia.
En el acto se pretendió mostrar distintos hitos de la historia de Francia. Sin embargo, llamó poderosamente la atención la ausencia total de cualquier episodio o imagen de la enorme tradición católica de este país, a excepción de un par de menciones breves a la catedral de Notre Dame. La gran ausente y olvidada fue de manera descarada Santa Juana de Arco, heroína francesa, vilmente silenciada y ocultada, sobre todo cuando se citaron mujeres que no se acercan ni por asomo a su legado.
De las profundidades del río Sena surgieron estatuas doradas que representaban a lo que denominaron el Club de las Mujeres, diez mujeres fundamentales, a su juicio, para la historia de Francia. Sin embargo, lo que primó en muchas de ellas fue su adscripción ideológica a favor del feminismo y del aborto. Así, tuvieron su estatua Simone de Beauvoir, madre del feminismo moderno y de la pedofilia; Simone Veil, defensora del aborto; Gisele Halimi, defensora también del aborto; Paulette Nardal, pionera del feminismo negro; o Louise Michel, militante anarquista en la Comuna de París.
Tampoco Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia. Ni científicas como Marie Curie, la primera mujer cuyos restos fueron depositados en el Panteón por sus propios méritos profesionales.
La cuestión LGTBI tuvo también un papel protagonista. Se vio un desfile de moda y conciertos con drag queens, personas travestidas, con los que, según la organización, querían mostrar la diversidad de Francia. Estos personajes, con poca ropa, mucha zafiedad, «mujeres» con barba o drag queens, tomaron totalmente el protagonismo en la parte final del evento. Y lo peor es que la escena se parecía demasiado al cuadro de La última cena de Leonardo, lo que supuso una gran provocación a los cristianos.
La gran ausente y olvidada fue de manera descarada Santa Juana de Arco, heroína francesa, vilmente silenciada y ocultada, sobre todo cuando se citaron mujeres que no se acercan ni por asomo a su legado. Tampoco Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia. Ni científicas como Marie Curie, la primera mujer cuyos restos fueron depositados en el Panteón por sus propios méritos profesionales.
En la representación de la «Liberté» mostraron su concepción de París como ciudad del amor: en vez de representar a una pareja de enamorados paseando por el Sena, aparecieron tres personas, dos hombres de estética queer y una chica, protagonizando escenas de poliamor que culminaron con el cierre de la puerta mientras entraban a un dormitorio. Durante la retransmisión, fueron numerosas las menciones a la causa LGTB, ya sea al citar a abanderados, deportistas o personajes franceses. Sin embargo, no se destacaron características personales de ningún otro deportista, solo se destacó su tendencia sexual.
De la historia milenaria de Francia, en la inauguración de los JJOO se destacó especialmente la Revolución Francesa, sobre todo en una escena muy desagradable. Lo hicieron a través de una performance en la que María Antonieta aparecía repetidamente decapitada, mientras del edificio lanzaban serpentinas y papeles de color rojo, emulando la sangre, mientras un grupo de Heavy Metal interpretaba una canción, multiplicando la sensación de violencia de esta escena.
Mientras tanto, los siglos de cristianismo y gran parte de la grandeza de Francia no aparecieron por ningún lado en la ceremonia. Y da la impresión de que si Notre Dame no estuviera en el propio recorrido de las delegaciones, hubiera tenido todavía menos protagonismo, como el que no tuvo el templo expiatorio del Montmartre, precisamente construido en reparación por los crímenes de la Comuna de París, exaltados por Francia esta noche al erigir a la anarquista Louise Michel como una de las 10 mujeres referentes de la historia francesa.
Ante tal esperpento fueron varios políticos franceses los que no pudieron evitar el reaccionar. La eurodiputada francesa Marion Maréchal, integrante de Patriotas por Europa, dejó claro que el performance no representa a Francia, sino más bien a una «minoría de izquierda lista para cualquier provocación». El eurodiputado español Jorge Buxadé, también expresó que «la Francia de Macron ha demostrado al mundo su derrota, su decadencia y su podredumbre, huérfana de belleza y llena de odio anticatólico. Y detrás de ella, todo Occidente, salvo los que hemos decidido que no nos van a doblegar. Luchar, trabajar, vencer.»
Reflexión final:
Lo sucedido el pasado día 26 en los Juegos Olímpicos de París 2024 ha sobrepasado todos los límites. Poner a drag queens representando a Jesús y los apóstoles es un insulto a todos los que creemos en Dios. Aquí no importa el deporte, solo nos quieren meter la homosexualidad y destruir a la familia. Las Olimpiadas ya no esconden los rituales satánicos que antes se especulaba que realizaban en secreto: calaveras, motivos de muerte, iluminación satánica, transexualismo, orgías, pedofilia con niños en escena, música satánica, jinete de la muerte del Apocalipsis y el becerro de oro. Francia ha demostrado al mundo una imagen decadente y despreciable, lejos de los valores que deberían enaltecer un evento deportivo de esta magnitud.
Pierre de Coubertin, pedagogo e historiador francés, fundador de los Juegos Olímpicos modernos y del Pentatlón moderno se revuelve en su tumba. La ceremonia de inauguración de estos XXXIII Juegos Olímpicos en París fue el espejo de todo lo que niega, insulta y vilipendia la identidad y la cultura. Es extraño que los titulares de todos los medios de comunicación prefieran, en el mejor de los casos, ignorar la miseria o centrarse en las habituales meteduras de pata francesas, como las dos Coreas confundidas, un incidente diplomático no pequeño. La vulgaridad y la propaganda alcanzaron su punto máximo con la burla obscena de la Última Cena de Leonardo, interpretada por drag queens y personajes dignos de un freak show de finales del siglo XIX. De un solo golpe, mil seiscientos millones de cristianos han sido insultados, noventa millones de italianos dentro y fuera de las fronteras, toda esa parte de la humanidad a la que le repugna ver a un inocente escandalizado, arrastrado en medio de una cachonda horda de bailarines mostrando sus escrotos, imitando actos sexuales o escenificando blasfemias.
Francia ha demostrado al mundo una imagen decadente y despreciable, lejos de los valores que deberían enaltecer un evento deportivo de esta magnitud.
La vulgaridad y la propaganda alcanzaron su punto máximo con la burla obscena de la Última Cena de Leonardo, interpretada por drag queens y personajes dignos de un freak show de finales del siglo XIX.
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