Hace escasas fechas, tras muchos meses de interinidad, se ha constituido un nuevo gobierno, fruto de un pacto entre partidos que se denominan de izquierdas y progresistas, apoyado por un conglomerado de partiditos de ostentoso carácter independentista y sedicioso que han encontrado la oportunidad de resultar indispensables. La participación masiva de distintas fuerzas y tendencias políticas, con ambiciones contenidas en todos ellos, ha inclinado al no menos ambicioso mullidor del engendro a emplear, como amalgama de semejante engendro, a acceder generosamente satisfaciendo las pretensiones más peregrinas que han surgido de los caprichosos caletres de estos veleidosos políticos. En consecuencia, sin pudor alguno, se han distribuido y troceado poderes, puestos, cargos y dádivas para satisfacer a todos. Como no podía ser menos, se ha consagrado en grado sumo, la figura del nepotismo a todos los niveles, poniéndose de manifiesto esta costumbre que se viene imponiendo con demasiado impudor en esta etapa democrática hasta el punto de que, muchas relaciones sentimentales vienen a confirmarse a través de la publicación en el Boletín Oficial apareciendo ya en los más elevados puestos.
Estas nuevas costumbres me hacen recordar que, en tiempos de la oprobiosa, las costumbres se mantenían dentro de pautas de moralidad muy estrictas, y era impensable que se divulgara al pueblo en forma impresa detalles escabrosos de la vida privada de los políticos, impidiendo mediante la censura que semejante desacato se produjera, con lo que servía a una estrategia demasiado hipócrita (puritana). Al servidor del bien público le era exigible una intachable conducta para que apareciera ejemplar ante el pueblo y, si no se correspondía con la realidad, se falsificaba ésta o, al menos, se silenciaba. A pesar de ello, no podía impedirse que corrieran rumores sobre los desvaríos de algunos ministros o políticos de rango, pues el culto a la “querida”, figura que las licenciosas costumbres actuales ha hecho desaparecer, era admitida con reservas que se justificaba como una compensación a su entrega por el bien común y, ni que decir tiene, que todos los españoles anhelaban alcanzar un nivel de vida que les permitiera no sólo disponer de televisión en color, sino de las delicias de una complaciente querida, aunque ello requiriera la aceptación de numerosas letras mensuales. Naturalmente, en el caso del prócer, los gastos derivados de su mantenimiento los afrontaba personalmente, detrayéndolos de su renta personal y familiar.
Como no podía ser menos, se ha consagrado en grado sumo, la figura del nepotismo a todos los niveles, poniéndose de manifiesto esta costumbre que se viene imponiendo con demasiado impudor en esta etapa democrática hasta el punto de que, muchas relaciones sentimentales vienen a confirmarse a través de la publicación en el Boletín Oficial apareciendo ya en los más elevados puestos.
Esta forma de proceder se mantuvo en los primeros gobiernos de la democracia, sufriendo un giro total con la llegada de los socialistas. Estos consideraban que no tenían que acreditar ningún tipo de moralidad personal, pues fueron tan hábiles que, bajo el manto del progresismo, podían encubrir cualquier desmán, de forma que cuanto más liberales fueran sus costumbres, mayor progresismo les adornaba. Ni que decir tiene que no ocultaron sus debilidades, y hasta alardearon del cambio de la esposa, o compañera, después de otros no menos ostentosos. Esta desvergüenza fue acompañada por el interés que pusieron en que la sustituta percibiera ingresos a costa del presupuesto, cuestión justificada ante la necesidad de que la mujer no tenía porqué estar supeditada al sueldo del esposo, o compañero de turno, pues ello contribuía a su indignidad. Mediante la hábil fórmula de apoyar la promoción de la mujer en general, promocionaron particularmente a sus amantes a las que, por no humillarlas, dejaron de llamar querida e integraron su mantenimiento en el presupuesto general, autonómico o municipal, según el caso. En conclusión, fueron mucho más hábiles que los políticos del periodo franquista y ellas quedaron mucho más satisfechas.
El goce de disfrutar de los beneficios de la querida, que era estimado como bien de consumo deseable por los reprimidos ciudadanos de los sesenta, fue internalizado (se socializó) en la economía general a través del presupuesto, impregnándolo con un astuto argumento que descubría un marcado carácter social al asunto y, a la vez, se esgrimió como una nueva batalla ganada en favor de la lucha por la liberación de la mujer: todo un progreso, a juicio de los beneficiarios. Naturalmente, el pueblo que paga los impuestos no ha llegado a percibir las ventajas de este progreso, que sigue reservado a los políticos, por lo que la envidia, defecto muy español, ha contribuido a incrementar aún más las vocaciones de los servidores del bien común. El incremento notable de cargos públicos de la democracia, unido a sus beneficios, ha propiciado una avalancha de vocaciones que solo puede ser contenida mediante la extensión de tales beneficios con carácter general a todo ciudadano/a que tenga reconocido/a en forma adecuada incluso su perecedero y circunstancial ligue. El beneficio que se propone vendría a incrementar la generosa panoplia de derechos que las democracias más progresistas deben reconocer al ciudadano.
Dejamos para otra ocasión los criterios que deberían regular el nepotismo generalizado que se ejercita en nuestro país en todos los niveles de la Administración, cuestión que consideramos de urgente atención.
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