En la década de los años 60 llegó la revolución sexual. Le siguió el feminismo radical, la Ideología de Género, el matrimonio homosexual, la adopción por parejas homosexuales, la Transexualidad, todo tipo de relaciones sexuales, el transhumanismo…, la imposición de estas ideologías en la sociedad, en la escuela y, ahora, la Bendición, por parte de unos Obispos, de la uniones homosexuales.
Objetivamente, nuestra sociedad va de mal en peor.
Los valores como personas humanas, y los relacionados con la familia, se están alterando muy negativamente, con el perjuicio para cada persona en particular y para la misma sociedad.en general.
Esto lo están diciendo homosexuales, ex homosexuales, ex transgénero, parejas de lesbianas, todos son personas de vuelta de la ideología de género y todo lo que conlleva (que todos podemos ver en las redes sociales), advirtiendo de sus grandes peligros, y que afectan especialmente a la formación y educación de los hijos.
Pero mi comentario y reflexión va principalmente para los cristianos, para los católicos, para los que tenemos fe, para los que creemos, aunque sea superficialmente o torpemente, en Dios.
El Papa Juan Pablo II, en 1981, en Roma, antes de la Fundación de su Instituto Pontificio Juan Pablo II, para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, muy consciente y preocupado de todo esto, dijo:
«La tragedia del hombre de hoy es que ha olvidado quién es. Ya no sabe quién es”
Esa es la primera pregunta fundamental que, en algún momento, nos hacemos cada uno de nosotros, consciente o inconscientemente. Y dependiendo de la respuesta que demos y que hagamos nuestra, así será nuestro comportamiento.
¿Quién soy yo?
- Soy una persona humana (unidad de cuerpo y alma), con una dignidad propia, un bien en sí mismo, por lo que soy digno de ser amado. Ello me lleva a una relación personal con los demás, y no utilitarista como si fuéramos cosas a utilizar y manipular.
- Soy una criatura de Dios, de un Dios Creador. Él me ha creado, y lo ha hecho con un diseño determinado, para una finalidad determinada.
- Y soy hijo de Dios, porque Él lo ha querido así, y en su toda su Creación, el hombre (varón y mujer) es la obra maestra. Es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. Y tanto es su Amor, que él se hace presente en cada uno de nosotros, como Don. Y por tanto, nuestra Dignidad se eleva infinitamente. De tal manera, que la relación personal está llamada a ser exquisita, excelente, ya que al relacionarnos, nos estamos relacionando, a la vez, con el mismo Dios.
- Si nos fijamos en profundidad y con toda la ciencia necesaria, en nuestro ser, en nuestra biología, en nuestro físico, seremos capaces de observar el meticuloso diseño que Dios Creador ha puesto en cada uno de nosotros. Y seremos capaces de descubrir la finalidad de cada uno de los órganos, da cada detalle de nuestro ser, que como unidad, está creado para una relación de amor, que se hace imagen y semejanza de Dios, de forma especial, en el amor matrimonial entre un hombre y una mujer.
Ante la Dificultad de vivir así el Amor, resurgen unas ideologías (doctrinas heréticas) de los primeros siglos, para justificar otras formas de vivir y de poder alcanzar la Salvación prometida
El Papa Francisco, en 2018, lo comentaba en la Carta “Placuit Deo” (sobre unos aspectos de la salvación cristiana):
- Neo Gnosticismo: la salvación se consigue por la mística, por el conocimiento, no por la intervención de Cristo. Lo espiritual (que es lo bueno) está separado de lo material (que siempre es malo). Nuestras acciones no nos salvan, y no influyen en lo espiritual (Dualismo: separación de Cuerpo y Espíritu).
- Neo Pelagianismo: la salvación depende de cada uno de nosotros, de nuestra voluntad, de hacer las cosas lo mejor posible, sin necesidad de la Gracia. Cristo es sólo un ejemplo de vida.
Y en base a ellas, se intenta justificar todo tipo de situaciones y de acciones humanas, dentro de un pretendido acercamiento Pastoral a aquellos cristianos más alejados de la Iglesia.
¿De qué «hombre» hablamos cuando queremos ayudarle pastoralmente?
Lo decía con claridad el Papa Juan Pablo II:
“Atender a las personas, a las familias, con pobrezas materiales y espirituales, no debe llevarnos a adaptar la ley a la medida de las posibilidades humanamente previsibles».
En la Encíclica Veritatis Splendor (n. 103) puso en guardia ante esta tentación pelagiana: «Sólo en el Misterio de la Redención de Cristo, están las posibilidades concretas del hombre”.
Pero ¿cuáles son las “posibilidades concretas del hombre”? ¿Y de qué hombre se está hablando? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia o del hombre redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la Redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que nos ha dado la posibilidad de realizar la verdad entera de nuestro ser. Ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia.
Si el hombre redimido sigue pecando, no se debe a la imperfección del acto redentor de Cristo, sino a la voluntad del hombre de sustraerse de la gracia que deriva de aquel acto. El mandamiento de Dios es, ciertamente, proporcionado a las capacidades del hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha dado el Espíritu Santo; del hombre que, si ha caído en el pecado, siempre puede obtener el perdón y gozar de la presencia del Espíritu.
No podemos pretender una gradualidad de la ley, ajustándola a las diversas personas y situaciones, como si la ley (del Amor) fuera sólo un ideal, inalcanzable.
Esto es lo que Juan Pablo II llamaba la Ley de la Gradualidad: todos estamos llamados a la santidad, y contamos con nuestra voluntad y con la Gracia de Dios. Y caminaremos en el amor, hacia la plenitud, la felicidad verdadera, levantándonos cada vez que tropecemos, con la ayuda de los Sacramentos.
Y no podemos pretender una Gradualidad de la ley, ajustándola a las diversas personas y situaciones, como si la ley (del Amor) fuera sólo un ideal, inalcanzable.
¿Quiénes somos nosotros, quién es cualquiera de esos Obispos, para esconder a las Personas el verdadero Tesoro al que todos aspiramos?
Entonces, ¿Cómo debe ser la atención pastoral a las Personas homosexuales?
El Catecismo de la Iglesia Católica así lo expresa (2357-2359):
“Estas inclinaciones entre personas homosexuales, objetivamente desordenadas, constituyen para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.
Lo mismo ocurre con las demás personas, tengan la orientación sexual que tengan. Todo estamos llamados a vivir el amor en su plenitud, según hemos sido creados por Dios.
¿Habría que bendecir las relaciones homosexuales?
No. Tiene que haber un límite, una línea divisoria entre lo que es ordenado y lo que desordena la naturaleza humana en la auténtica realización como la persona que realmente es y a lo que está llamado a ser. Y ese límite, ese marco, en cuanto al sexo se refiere, es el matrimonio entre hombre y mujer, y para los católicos, el matrimonio sacramento.
Por supuesto, que «sí hay que bendecir, decir bien, desear el bien, a toda persona, homosexual o no». Y a toda criatura de Dios.
El constante pecado de querer ser Dios
En definitiva se trata de lo mismo de siempre, lo mismo que realizaron los primeros padres en el paraíso. No se conformaron con ser criaturas, con ser hijos y tener un paraíso para ellos. Quisieron ser Dios.
Y hoy nosotros no nos conformamos tampoco con ser hijos. O no hemos descubierto la grandeza de nuestra identidad, de ser hijos muy amados por Dios. Queremos cambiar la realidad y decidir lo que está Bien y lo que está mal. No aceptamos el diseño creado, y queremos crearnos a nosotros mismos (sin pensar y saber que, de esta forma, destrozaremos lo que realmente somos).
Alejarnos de Dios y no reconocer su Gracia, ni que somos seres creados por Él puede llevarnos en otra dirección, alejándonos del verdadero amor, alejándonos de Dios, alejándonos de nuestra plena felicidad.
Por eso, como conclusión moral, la doctrina de la Iglesia nos dice que hay actos intrínsecamente malos, desordenados, que nunca se pueden aceptar ni minusvalorar para esa pretendida gradualidad de la ley.
Pero para entender esto, no basta la razón
El Papa Benedicto XVI en 2008, en el 40º aniversario de la Humanae Vitae, dirigiéndose al Instituto Juan Pablo II nos decía:
“Sólo con los ojos del corazón somos capaces de captar las exigencias del Amor Conyugal, llamado a una donación interpersonal total (no basta con la razón…ni con la técnica…)”.
Se trata de ese corazón, que son nuestros afectos, nuestros sentimientos, integrados, iluminados por la razón.
Y para ello es necesario tener una experiencia de verdadero amor, y, sobre todo, tener un encuentro personal con Jesucristo, el AMOR con mayúsculas, dejándonos tocar, mirar y transformar. O, por lo menos, buscarlo.
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