En la misa previa al cónclave en el que fue elegido Papa, el entonces cardenal Ratzinger denunciaba con fuerza el relativismo que azota nuestra sociedad occidental en las últimas décadas. El relativismo se ha convertido en una actitud de moda, mientras que «tener una fe clara según el credo de la Iglesia católica» es considerado a menudo como fundamentalismo.
«Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias» – Concluía Ratzinger.
Cuando el entonces Cardenal Ratzinger hablaba de esta dictadura del relativismo lo que estaba expresando es que “en nuestra avanzada cultura democrática se está imponiendo que todos los razonamientos y opiniones carecen de valor si no siguen los dictados de la mayoría”. Es decir que todas las opiniones valen lo mismo, y, por tanto, que nada valen en sí mismas, sino sólo en función de los votos que las respaldan.
Quienes merecen toda nuestra atención son las personas no sus opiniones. En función de eso, tenemos la obligación de respetar las opiniones de los demás y tratar de convencerles exhibiendo las razones que asisten a nuestras posiciones morales, jurídicas o sociales. En este sentido, es importantísimo distinguir con claridad entre pluralismo y relativismo. Mientras que el relativista no tiene interés en escuchar las opiniones de los demás, quien ama y practica el pluralismo no sólo afirma que caben diversas maneras de pensar acerca de las cosas, sino que sostiene además que entre ellas hay diversas posiciones tan respetables como la suya y que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo los seres humanos somos capaces casi siempre de reconocer el acierto y la superioridad de una opinión sobre otra y en su caso poder adherirse a ella.
“Un relativismo como el que crece actualmente en Europa corroe la democracia, porque clausura el diálogo y acaba con el pluralismo” ha escrito el papa Emérito.
El relativismo abandona la posibilidad del diálogo para alcanzar una verdad común sobre la que construir la convivencia humana, el desarrollo como personas y como sociedad, e introduce una dictadura, la del propio yo y sus apetencias.
La sociedad actual necesita redescubrir su verdad más fundamental para poder superar la crisis que estamos viviendo desde hace años ya: la dignidad humana, el respeto absoluto por los derechos humanos de cada persona, que es única e irrepetible y por ello merece todo el respeto. Sin esta base, unos instrumentalizarán a otros para sus propios fines, y los seres humanos serán usados en lugar de respetados.
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