Adviento: deseo y esperanza
Una buena noticia tiene la capacidad para cambiar muchas cosas. Imaginemos por un momento que estamos en una situación económica muy precaria, pero nos llega la noticia de que en unas semanas vamos a recibir una herencia de un pariente lejano a quien apenas conocíamos. Esa noticia, ciertamente, cambiaría nuestra vida de forma radical. O mejor, dicho, nos cambiaría a nosotros, porque las circunstancias exteriores seguirían siendo, por ahora, las mismas. ¿Cuál sería entonces la diferencia? Que tendríamos una esperanza cierta, que haría brotar en nosotros el deseo de verla cumplida y que relativizaría muchas cosas que hasta ahora nos afectaban y eran decisivas e importantes. Para quien se apoya en una esperanza cierta, su vida cambia.
El tiempo litúrgico del Adviento nos anuncia una buena noticia: la venida del Señor. Esta buena noticia activa en nosotros la esperanza. La Iglesia vive esa esperanza como un deseo, que se hace súplica: «¡Ven, Señor!» (Maranathá). Este deseo y esta esperanza nos han de llevar a fortalecer nuestros pasos en la vida: aunque no cambien muchas circunstancias exteriores, sin embargo, caminamos con más firmeza.
El deseo de que Dios venga a nosotros, brota en nuestro corazón como una necesidad imperiosa para seguir viviendo. El deseo de Dios aviva la esperanza de estar con Él. La esperanza es una virtud teologal que nos alienta a la unión con Dios: nosotros ponemos el deseo, Dios se acerca a nosotros y nos regala la esperanza… y cambia el sentido de nuestra vida y hasta nuestro estado de ánimo. El encuentro con Dios cambia nuestra actitud ante el mundo: vence la monotonía y la pérdida de sentido, la des-esperanza y nos reviste de una esperanza cierta que nos da más ganas de vivir.
Adviento: Cambiar «aquí y ahora» para gozar la «vida eterna«
La esperanza, como virtud que nos une a Dios, no es una simple espera de alcanzar nuestras aspiraciones o ilusiones «en esta vida». La Navidad nos recuerda que Dios «ha venido ya»: que se ha cumplido nuestra esperanza; pero, nos recuerda, también, que vendrá «al final de los tiempos». La esperanza nos mantiene activos hasta el final: la esperanza en ese encuentro final con el Señor hace que cambie nuestra actitud en la vida: somos peregrinos hacia Alguien que nos espera.
¿Cómo cambia nuestra vida saber que el Señor vendrá, al final de la historia, que «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin»? ¿No es esta esperanza una falsa ilusión, para desentendernos de esta vida? En absoluto, porque suscita en nosotros algo nuevo aquí y ahora: unas actitudes que orientan nuestra vida, una invitación a transformar la propia vida y el mundo en que vivimos para poder así adelantar en lo posible el gozo de la vida eterna.
Las invitaciones de este tiempo resuenan con fuerza: «estad vigilantes», «preparad el camino del Señor», y nos hablan de un cambio en nuestra vida para caminar en la dirección adecuada al encuentro del Señor que viene, en Navidad y, también, al final de nuestra vida. La Navidad es una invitación a reavivar nuestra esperanza y caminar hacia el encuentro con el Señor. Para facilitar este encuentro, necesitamos cambiar algunas actitudes: el aislamiento, la desilusión, la apatía, la des-esperanza. Al cambiar nosotros, vamos cambiando aunque sea un poquito, nuestro entorno y también el mundo.
Adviento con el profeta Isaías
El profeta Isaías nos anima a reavivar la esperanza, mirando el presente y el futuro. Las grandes figuras del Adviento nos ayudan a ver este tiempo como la oportunidad de un cambio personal y comunitario, que redunda también en los demás y en el mismo mundo. Meditemos unos textos:
– El capítulo 35, donde nos habla de la salvación de Dios, que viene, que se presenta como una transformación, un cambio: «El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo» (Is 35, 1).
– En el capítulo 11, resuena majestuosa la profecía sobre el renuevo que brota en el tronco seco: «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago» (Is 11,1), con todas las consecuencias de esa novedad: «el lobo y el cordero que habitan juntos, el ternero que pace con el león, el niño que mete la mano hacia la madriguera del áspid sin recibir daño. Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor».
– Otra hermosa profecía de paz (2,1-5): «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra».
Junto a Isaías tenemos también la figura de Juan el Bautista, que no solo nos invita a salir al encuentro del Señor y preparar sus caminos (Lc 3, 10-18).
Claves para avivar el deseo y fortalecer la esperanza: «Dios vino, viene y vendrá«
Unas recomendaciones sencillas para preparar el encuentro con el Señor que viene:
– Favorecer las buenas obras. En la primera oración que se pronuncia en el Adviento, la colecta del domingo I, pedimos a Dios: «concede a tus fieles el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene». Es curioso: se pide el “deseo”, porque estar cargados de buenas obras es algo que no hacemos nosotros por nosotros mismos, sino ayudados por la gracia de Dios. ¡El deseo de que Cristo venga conlleva el deseo de ser transformados por Él!
- Estar en vela y agradecidos. En el prefacio II de Adviento pedimos que, «cuando Él llegue, nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza». Es decir, que la oración y la alabanza no sean el traje que nos ponemos apresuradamente porque el Señor llega, sino la indumentaria habitual de nuestro día a día, porque «no sabemos el día ni la hora» de su venida.
- Ver a Dios en cada hombre y mujer. En el Prefacio III del Adviento, se dice: «El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino». Cambiamos nuestra vida no porque el Señor vendrá al final de los tiempos, sino también porque viene hoy. De esta «visita intermedia», nos habla San Bernardo con gran sabiduría: «La primera visita fue cuando vino por su Encarnación; la segunda es cotidiana, cuando viene a cada uno de nosotros por su gracia; y la tercera, cuando venga a juzgar al mundo».
Dios «vino, viene y vendrá»: La memoria de la primera venida del Señor, en la humildad de nuestra carne, suscita la alegría al disponernos a celebrarla en la Navidad. La segunda venida, al final de los tiempos, suscita la esperanza y el deseo de encontrarnos definitivamente con él. La venida cotidiana, por la gracia, nos da las fuerzas para salir a su encuentro, y por la caridad nos dispone y nos transforma. Así se sostiene nuestro deseo y se aviva nuestra esperanza.
María, modelo para el cambio en el adviento
María se convierte en modelo de este deseo y esta esperanza que recorre el Adviento. Su figura acompaña el Adviento, en los misterios gozosos del Rosario. Su deseo de salvación se convierte en esperanza al aceptar por su fe el anuncio del ángel: «¡Serás la Madre del Salvador!», a lo que responde con confianza plena: «He aquí la esclava del Señor». Ello provocó que María cambiase todos sus planes para adecuarlos a los planes de Dios sobre ella. La fiesta de la Inmaculada Concepción, y la última semana de Adviento nos hace más presente la figura de María. La escena de la Visitación nos deja un diálogo sublime entre María e Isabel: «Bendita tú, que has creído», le dice Isabel a María; la Virgen Madre, María responde con su Magnificat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor…».
Tareas para vivir con esperanza el nuevo año que Dios nos regala
1. Formación: a lo largo del año vamos a leer el Evangelio del día, siguiendo a san Mateo, el Evangelio de los discípulos del Señor. Conozcamos el Evangelio de Mateo y la figura del buen discípulo.
2. Oración de petición a Dios Padre por los que nos faltan. Y Oración de Acción de gracias por la oportunidad de un nuevo Año: Dios alienta nuestra esperanza, a pesar de todas las dificultades.
3. Conversión: en Navidad preparemos las fiestas (Oración personal), renovemos nuestro amor a Dios, reconociendo nuestros pecados (Celebrar la Penitencia) y cuidemos al hermano necesitado (Caridad).
4. Misión: ser testigos, silenciosos a veces, del amor que Dios nos tiene, agradeciendo el calor de la comunidad en la que vivimos nuestra fe; acerquémonos a quien está más solo.
¡Qué el adviento avive nuestra esperanza y nos lleve a una Feliz Navidad!
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: