Voy a comenzar contándote algo histórico, ¿te parece? Un escritor historiador inglés, Hilaire Belloc (1870 – 1953), fue nombrado en la Cámara de los Tories o los Whigs, estos personajes que hay en Inglaterra que son como diputados. Él era de los muy pocos que eran católicos (Inglaterra es así) y cuando fue a ese momento de dar su primer discurso, un amigo y le dijo “mire, señor Belloch, yo le voy a dar un consejo, tómelo como de un amigo: acá la inmensa mayoría son protestantes, son anglicanos, yo le recomendaría que usted no declarase su fe católica”. “Bueno, le agradezco el consejo” le contestó Belloc.
Cuando subió al estrado, Belloc comenzó diciendo lo siguiente: “Mi nombre es Hilarie Belloc, quiero decirles a todos ustedes que soy católico apostólico romano ─estaba hablando en Inglaterra, en la Inglaterra Protestante─, esto que tengo ─y sacó en la mano un Rosario─ esto que tengo es un Santo Rosario, cada vez que puedo me arrodillo frente a una imagen de la Santísima Virgen María y voy pasando las cuentas, pidiéndole a ella como la madre de nuestro Salvador. Si ustedes van a creer que, por esta condición mía de católico, va a ser un óbice, un impedimento, para el buen desarrollo de esta Cámara, les pido, por favor, que me eviten el disgusto de pertenecer a ella”.
Dicen que, en este episodio, comenzaron a levantarse de sus escaños los diputados, los Tories y los Whigs, y comenzaron todos a aplaudir. A aplaudir este discurso inicial, porque Belloc se había mostrado como era y no tenía miedo.
¿Por qué he comenzado contándote esta historia real? Porque nuestro mundo tiene por delante un dilema enorme. Por un lado, aboga por la tolerancia y la diversidad, nos dicen que tenemos que respetar las diferencias, de estar abiertos a distintas perspectivas. Por otro lado, vemos una creciente polarización, donde la intolerancia se manifiesta donde las ideas no se alinean con la ideología dominante.
A mí me ha pasado. Se nota que soy católica, no lo oculto. Es más, me siento alegre y gozosa de seguir a Jesús de Nazaret. Y más de una persona me ha dicho: “no me hables nada de eso, son tus creencias”. Lo entendería si yo fuera imponiendo mis creencias, si fuera dogmática o inflexible. Pero si lo hago en una conversación con respeto y apertura al diálogo, si lo hago mostrando la belleza del humanismo cristiano, que tanto bien ha hecho al mundo, ¿qué hay de malo en defender tus valores y creencias?
Hoy me gustaría que reflexiones esta frase del gran filósofo griego, Platón: «Un hombre que no arriesga nada por sus ideas, o no valen nada sus ideas, o no vale nada el hombre». Las ideas cristianas han demostrado que valen. Valen mucho. Han desempeñado un papel fundamental en la historia de la humanidad y en la formación de la cultura occidental. ¿De dónde vienen si no, el principio de dignidad del ser humano, de la ayuda al otro, de los valores que han hecho tan grande al ser humano: compasión, humildad, entrega, cercanía…? De ese humanismo cristiano, por ejemplo, surgieron los Derechos Humanos.
Ahora, la ideología actual, quiere anularlas, pero estas ideas han demostrado que valen. Mucha gente a lo largo de la historia en estos últimos 2000 años ha dado la vida por su fe.
Y como mis ideas valen, yo no quiero ser la que no valga. Por eso tengo que arriesgarme a defender mis ideas, en un acto de resistencia contra la intolerancia, en un mundo que a menudo etiqueta y estigmatiza.
Por ejemplo, en nuestro trabajo podríamos pensar que muchas personas no querrán contratarnos “porque soy católico”. Creo que no podemos (¡ni queremos!) dejar que ese pensamiento nos frene. Probablemente habrá personas que ese punto haga que te tachen, que ya no quieran seguirte o contratarte. ¡Ellos se lo pierden! Porque en nuestra sociedad, hay tanta gente que, en sus trabajos (maestros, médicos, empresarios, periodistas, profesores, agricultores, formadores, coaches…) hacen bien su trabajo precisamente por ser cristianos. Todos ponen AMOR en todo lo que hacen, como nos mandó Jesús.
Y, además, hay personas/empresas que no quieren recibir ayuda de alguien que a saber cómo piensa, sino que quieren un profesional que sus principios estén alineados con los suyos.
Hoy te he mostrado esta intolerancia, disfrazada de tolerancia, que nos muestra la ideología reinante. Si tú te identificas con las ideas católicas, no tengas miedo de expresarlas y defenderlas. Hazlo con respeto y empatía. En este mundo donde la tolerancia se pone a prueba, te invito a que seas valiente en la defensa de tus creencias, al tiempo que fomentas un espacio para el diálogo y la comprensión.
Lo reconozco, ya me he cansado de esta intolerancia disfrazada de tolerancia. ¡Vamos a arriesgarnos por nuestras ideas!
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