Hoy en día estamos acudiendo a un espectáculo Dantesco ante la proliferación de leyes, que no parece, que se ajusten a la realidad social, sino más bien a imposiciones ideológicas e, incluso, económicas. En concreto la Ley Trans, ha sido diseñada y pertrechada sin el asesoramiento de médicos, ni de psicólogos, como muchos de ellos no se cansan de denunciar.
El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, D. Celso Arango, recomienda “promover un debate reflexivo, extremar la prudencia en las actuaciones destinadas a los niños y adolescentes y revisar algunos aspectos del proyecto”. Algunos psicólogos consideran que esta ley ha magnificado el problema de “sentirse en un cuerpo equivocado” ya que antes atendían a cuatro o cinco jóvenes al año y ahora atienden a ese número de jóvenes casi cada día.
En general, la prudencia extrema que solicitan los médicos, psicólogos, y padres se debe a que los niños y los jóvenes, a quienes va dirigida principalmente esta ley, son personas que no tienen los conocimientos, ni la suficiente madurez, para entender y asimilar las consecuencias físicas y emocionales, entre otras, que un cambio de sexo les puede provocar. Los médicos indican que las personas transgénero pueden tener problemas óseos, cardiopatías, daño hepático, infertilidad y una menor esperanza de vida. Todo ello, hace pensar, como apuntan algunos profesionales de la salud, que los procesos hormonales pueden llegar a convertir a niños sanos en pacientes crónicos, porque tendrán que pasar toda su vida con una caja de hormonas. Recientemente el New York Times ha publicado que la FDA, Food and Drug Administration, ha manifestado que la ingesta de bloqueadores de la pubertad puede interferir en el desarrollo cerebral y además señala que ha recibido más de 60 mil informes de reacciones adversas.
Ya existen estudios sobre el seguimiento de personas que se han cambiado de sexo. En ellos se indica que seis de cada diez “trans” se arrepienten. Hay testimonios desgarradores como el de Joan Mercado Rodríguez quien comentó, en una entrevista en el diario El Mundo: “Me dijeron que había nacido en un cuerpo equivocado, que mi solución era operarme, y yo les creí (…)». Además, comenta: «Voy de terapia en terapia. Tengo pensamientos suicidas. Sé que me engañaron: en realidad, no te pueden cambiar de sexo, porque todas tus células tienen cromosomas masculinos. Y te destrozan la salud, te convierten en paciente de por vida, en esclava de algo falso, el género. Nuestro sexo es el que es, es biología. El género es una construcción, cambia. El sexo no». Hay muchos más casos como éste: en todos se constata que las personas “trans” acaban siendo enfermos de por vida. Ante este panorama, yo les preguntaría a los que han promovido y aprobado esta ley si van a cuidar de las personas “trans” y si les van a devolver sus cuerpos sanos, no los cuerpos destrozados con los que conviven.
En el protocolo de la Ley Trans se dice: “facilitar y difundir recursos en los centros educativos sobre transición y servicios de hormonación”. Cabe preguntarse, por un lado, si hay profesionales preparados para analizar esta cuestión tan trascendental, en la vida de niños y jóvenes, en todos los centros educativos, y por otro, si padres y alumnos son plenamente conscientes del paso que presumiblemente van a asumir. Parece contradictorio que los jóvenes puedan decidir su cambio de sexo sin el conocimiento de sus padres, sin embargo, necesitan su autorización para participar en actividades externas del colegio. También, podría decirse que impulsan la confrontación entre padres e hijos, algo propio de la denominada cultura woke.
La mayoría de los profesores sabemos que hay muchos jóvenes que, en temas menos relevantes en sus vidas que un cambio de sexo, como puede ser la elección de una actividad o de un Grado académico, están llenos de dudas e incertidumbres. Todas estas cuestiones, no menores, hacen pensar que la ley es un tanto frívola, además de polémica, es como ir a la caza, “aquí te pillo, aquí te cojo”, o, como dicen los valencianos “pensat y fet”. Las soluciones, de cambio de nombre, de cambio de sexo a través de la cirugía y de la ingesta de hormonas, que aporta esta ley son un tanto frívolas, ya que no contempla las impredecibles consecuencias para la salud de los que deciden hacerlo. Además, la ley genera dudas sobre la sexualidad de cada persona, incluso entre los niños que aún no tienen edad biológica para cuestionar su sexualidad.
Hay jóvenes que han manifestado, por diversos medios de comunicación, que la transición no les ha resuelto sus problemas de identidad de género, incluso, el número de suicidios después de la transición parece que es mayor que los que se presentan antes de la misma.
Hoy en día, se piden evidencias para aceptar cuestiones científicas o cuasi-científicas, pero no se hace lo mismo frente a los erróneos planteamientos de esta ley, ya que, ignora el hecho básico, solo hay dos sexos, y sin embargo las personas con disforia de género no lo niegan: son hombres con tal síndrome o mujeres con tal otro.
Por otra parte, en los movimientos transexuales partidarios de esta ley, bajo la bandera de la libertad, se esconden, sin duda, intereses ideológicos, pero también económicos. Hay ciudades en EE. UU. en las que, cuando empezó la moda trans, se han abierto varias clínicas para atender a las personas que quieren pasar por el proceso de una transición y, por otro lado, alguna de esas clínicas, como la clínica Tavistock, deberá indemnizar a varias familias por los irreparables daños que han sufrido sus hijos al realizarles un cambio de sexo. Yo me cuestiono si no saldría más económico ofrecer terapias, a las personas que lo necesiten, para identificarse con el cuerpo en el que han nacido y con el que pueden encontrar la felicidad.
Uno de mis colegas me hizo recordar lo que G. K. Chesterton vaticinó: «Pronto estaremos en un mundo en el que un hombre puede ser abucheado por decir que dos y dos son cuatro, en el que le gritarán furiosamente a cualquiera que diga que las vacas tienen cuernos, en el que la gente perseguirá la herejía de llamar triángulo a una figura de tres lados y en el que una turba enloquecida colgará a quien venga con la noticia de que la hierba es verde.»
Para terminar, volviendo al título y al contenido de este artículo no parece que haya muchas dudas en poder afirmar que la Ley Trans no ha nacido con estrellas sino estrellada.
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