Llevas días preparando el viaje, has encajado las maletas con calzador, llevas la lista de lo que hace falta, has previsto un lugar con espacio para los niños donde parar en mitad del camino, llevas a mano agua, galletas, pastillas para el mareo, pan, fuet, pañuelos y toallitas… Todos subidos al coche, y apenas has logrado salir del centro de la ciudad y llevas 15 minutos en el extrarradio cuando se oye una vocecilla con la pregunta inevitable: “¿Cuánto queda?”.
Tal vez ha pasado más tiempo desde la última vez que soltaste la preguntita -para desesperación de tus padres- que desde la última ocasión en la que has tenido que responderla con cualquier banalidad y un grado de enfado o desesperación variable en función de las horas que llevas al volante.
Pero, más allá de la anécdota, la pregunta inevitable del niño en el viaje debería visitarnos más a menudo para ayudarnos a reflexionar y tomar decisiones sobre nuestra vida.
¿Cuánto queda para que cumpla de una u otra manera ese sueño que siempre he tenido? ¿Cuánto queda para poner empeño y esfuerzo en lograrlo? Sí, ya sé que hay sueños que, por múltiples circunstancias, no se podrán cumplir… al menos no como los soñamos, pero podemos aproximarnos.
Por ejemplo, si aspiramos a conocer algún lugar fuera de nuestro alcance, podemos viajar reservando tiempo para leer una buena novela cuya acción se sitúe allí o leyendo sobre los monumentos del país y las costumbres de sus gentes en alguna guía ilustrada.
También podemos preguntarnos por cuánto queda para hacer un plan de vida que valore y jerarquice, señale caminos y metas o plantee plazos para lograr objetivos. Definir prioridades en la vida es esencial. Quien sabe dónde va no está a merced de los vientos del azar, sino que encara las dificultades, aprende de ellas, se sobrepone y continúa.
Y ¿cuánto queda para luchar contra ese vicio, esa manía, ese canchal existencial por el que nos deslizamos continuamente con grave peligro de hacernos daño y de hacérselo a los demás, en especial a los más cercanos y queridos?
La pregunta inevitable en realidad puede ser sólo una: ¿Cuánto queda de vida? O, con mayor precisión: ¿Cuánto me queda de vida?
Visto desde el otro lado de la moneda: ¿Cuánto queda para lograr por fin ser puntual o no irritarnos con esa respuesta suficiente y desairada de una hija adolescente? ¿Cuánto queda para reconocer las debilidades y contrarrestarlas adquiriendo una virtud?
Seguimos. ¿Cuánto queda para retejer esa amistad rota por nimiedades, recuperar el trato con un familiar o fortalecer el compañerismo en nuestro entorno laboral o social?
¿Cuánto queda -nos podemos preguntar- para pedir perdón? ¿Cuánto tiempo más estamos dispuestos a dejar pasar sin reconocer que lo hicimos mal, que herimos, insultamos, fuimos impacientes, nos exasperamos sin motivo, fuimos intransigentes, nos creímos superiores…?
Al tiempo… ¿cuánto queda para que sepamos reconocer el mérito de los otros, su esfuerzo, su entrega o su ayuda? ¿Cuánto queda para que nos cubramos de humildad para agradecer los trabajos más callados, sencillos y humildes que nos hacen la vida más fácil? ¿Cuánto queda para decir, sinceramente: “gracias, mamá”, “gracias, papá”?
La pregunta inevitable, aunque se exprese de múltiples maneras, en realidad puede ser sólo una: ¿Cuánto queda de vida? O, con mayor precisión: ¿Cuánto me queda de vida?
Y no por obtener el dato exacto que, dicho sea de paso, nadie puede conocer con antelación (no al menos nadie que no contemple el suicidio ya sea solitario o asistido, como plantean las leyes de eutanasia).
La pregunta que subyace es: ¿Y qué voy a hacer con mi vida, dure lo que dure? Si mañana muero, ¿qué he de hacer hoy para irme feliz, satisfecho, completo a dormir? Si mañana muero ¿dejo pendiente pedir perdón o dar gracias? Si mañana muero ¿puedo decir hoy que amé todo lo que puede?
Es evidente que preguntarse es agotador. Al menos tanto como tramposo y traicionero es no hacerse estas preguntas, al menos de tanto en cuento. Y sale carísimo no responder con sinceridad.
Por eso tal vez ahora sea el momento: ¿Cuánto queda para preguntarnos, con todas las consecuencias, “cuánto queda”?
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