En la base de esta plaga, está el gran pecado personal y social de nuestro tiempo: la soberbia. El mismo que azota a la humanidad desde el principio de los tiempos.
Ha tenido una cierta repercusión la noticia difundida hace unos días sobre la decisión de la quema de libros a cargo de un conglomerado de colegios canadienses. Una responsable de estos centros ha justificado el ‘bibliocidio’ de cerca de 5.000 volúmenes es una, cuando menos, estrambótica sentencia: en sus páginas se halla “contenido desactualizado o inapropiado”.
En el lote de volúmenes condenados se incluyen algunos títulos de las colecciones de Tintín y Astérix, personajes de quienes soy un profeso devoto. No en vano, en mi primera colaboración para Woman Essentia titulada ‘Tintín y Astérix pueden ser los mejores aliados de tus hijos’, argumenté que ambas creaciones me resultan imprescindibles para construir desde la infancia “un caudal imprescindible de experiencias y conocimientos que contribuyen a la cimentación de la personalidad, tan necesario en los tiempos del pensamiento líquido, el voluntarismo sentimental y la corrección política y social”. Entiendo que la noticia que motiva estas líneas confirma esta aseveración.
Precisamente, lo que denota la quema por “contenido desactualizado o inapropiado” es exactamente la falta de pensamiento crítico y el afán por una corrección política cada vez más insoportable y dictatorial en Occidente.
Al parecer, estos heraldos de la ignorancia sostienen que se aprecia un trato de alguna manera degradante o despreciativo hacia determinados pueblos. Me resulta harto complicado apreciar tal desconsideración en ninguna de las aventuras de Tintín o de Astérix.
El afamado reportero belga tiene siempre un trato exquisito de respeto y ayuda hacia personas de otras culturas. A lo largo de los diferentes episodios, Tintín ayuda a resolver conflictos y cura a personas enfermas (Tintín en el Congo), libera esclavos (Stock de coque) o defiende a un grupo de gitanos de falsas acusaciones de robo (Las joyas de la Castafiore), por poner algunos ejemplos.
Imagino lo que diría el entrañable capitán Haddock de estos censores posmodernos en defensa de su fiel amigo: “¡Bachibouzouk! ¡Marineros de agua dulce! ¡Ostrogodos! ¡Papanatas!”.
La argumentación sobre la quema de estos libros es también síntoma de otro mal muy común en nuestros días: el juicio ‘retohistórico’.
Y los simpáticos guerreros galos tratan con normalidad y grandes dosis de humor -bendito sea- con belgas, helvéticos, normandos, godos, griegos, medas, persas, egipcios, fenicios, indios, etc. Si alguien ve menosprecio en el retrato (inevitablemente cargado de tópicos) de los hispanos capitaneados por Sopalajo de Arriérez y Torrezno, tiene un serio problema.
La argumentación sobre la quema de estos libros es también síntoma de otro mal muy común en nuestros días: el juicio ‘retohistórico’, valga el palabro.
Con demasiada frecuencia nos encontramos con durísimos alegatos y acusaciones sumarias sobre algunos aspectos del pasado que se basan en aplicar criterios actuales. Pero para comprender la Historia del siglo XV, pongamos por caso, es necesario “ponerse las gafas del siglo XV”, como tantas veces repite José Carlos Gracia, autor de uno de los trabajos de divulgación histórica más importantes de este principio de siglo: el podcast ‘Memorias de un tambor’.
Quienes no aplican este criterio esencial nunca podrán comprender que la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente) fue un avance notabilísimo en la regulación de las relaciones humanas de su tiempo. Desde nuestra perspectiva del derecho, seguramente es una aberración. Pero en su momento, un signo de lucidez incontestable. La ceguera ideológica impide a los posmodernos cazadores de contenidos “desactualizados” advertir algo tan evidente.
Por otro lado, cabe pensar en que no han caído por un segundo en que este modo de juicio a través del tiempo antes o después les llegará a los censores políticamente correctos de nuestros días. Un signo más de que, en la base de esta plaga, está el gran pecado personal y social de nuestro tiempo: la soberbia. El mismo que azota a la humanidad desde el principio de los tiempos.
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