Las palabras y el uso que hagamos de ellas importa y mucho. Hoy solo se busca la perfección y eliminar aquel famoso y ya lejano “la arruga es bella”. Los términos que señalen lo estropeado, roto, implique sacrificio o reconozca las propias limitaciones son desterrados de nuestro lenguaje. Los casi 500 millones de personas que hablamos el castellano de forma nativa vemos un vapuleo continuo a nuestra lengua madre. Un idioma vivo pero apaleado por el postureo y la ignorancia de los agentes sociales que influyen en el progreso y devenir de nuestra historia. También la lingüística.
Es triste admitirlo, pero sí. Tenemos un cacao importante con las palabras. Porque aquí decimos lo que nos da la gana y le damos el significado que nos apetece en cada momento. Asuntos tan banales e inocentes como normalizar que cualquier persona anciana deba ser considerara un abuelo, tenga o no nietos. Una falta de rigor y respeto absoluta, pues, ¿quién le ha dicho a usted que el mayor dolor de esa anciana es no tener descendencia? ¿Es acaso usted su nieta perdida? No, ¿verdad?, pues no la llame abuela.
El siguiente paso de la esquizofrenia de las palabras vino cuando nuestras calles se empezaron a vaciar de niños y se llenaron de perros y mascotas varias, y éstos pasaron a convertirse en los nuevos hijos de esas familias amorosas en las que todos son bienvenidos. ¿Cómo? Hasta spots televisivos nos encontramos con ese: “los papás de mascotas eligen este producto por…”. Cortocircuito en un aleteo de colibrí.
Pero la última y la que se lleva la palma es el acabose eurovisivo del año. Y aunque no están permitidas las palabras malsonantes ni en el reglamento del festival europeo ni en las bases de RTVE; el director de contenidos de esta entidad pública, José Pablo López, no ve ofensa ninguna y hasta afirma que representa la España que somos: “Un país feminista, diverso y libre de prejuicios”. Pues vaya usted a gritarle en plena calle a una mujer: zorra, a ver qué libertad de prejuicio encuentra, señor López. Con suerte evitará una guantá con la mano abierta, como se dice en nuestra tierra; pero poca risa.
Oiga que ya esto es el colmo. Una canción que reivindica la libertad de la mujer al canto enérgico de zorra. Pero que se ha dejado liar, porque una zorra no es una mujer libre, una mujer libre es simplemente eso, una mujer.
Una zorra no es una mujer libre, una mujer libre es simplemente eso, una mujer.
Y digo basta a esta ignorancia supina de nuestras palabras. Que tenga que escuchar día sí día también el “bro” como sinónimo de compañero, o ese abuso (que no uso) de los anglicismos en detrimento de la lengua de Elio Antonio, Cervantes, Garcilaso, Pardo Bazán y Lorca entre los miles de ilustres de nuestra literatura, pues anda, allá cada uno con sus momentos lingüísticos. Pero lo de hacernos creer que Zorra es un himno a la libertad y al feminismo, por ahí sí que no paso. Me niego. Y no soy la única. Hasta la nueva presidente (sí, presidente con e y no con a aunque sea una mujer, porque lo de presidenta también está normalizado y es otra señora patada al diccionario) del Consejo de Estado, Carmen Calvo, habla sin tapujos de que la palabra zorra significa lo que significa. Al igual que cabrón, lobo, perro, coneja, víbora, tiburón,… Todos estos términos y los que quedan, porque el reino animal es muy extenso, aplicado al ser humano significan lo que significan: nada halagador. ¿Por qué? Pues porque los animales son de todo menos libres. Sí salvajes, pero no libres. La libertad es esa capacidad que tenemos los seres humanos para elegir. El discernimiento para no actuar según las apetencias, las pasiones y los impulsos que nacen de esa condición animal que también somos.
Ser libre significa dominar la voluntad, educarla para obedecer al deber. Ser libre significa adquirir capacidad para amar y combatir todo aquello que nos acerca a las bestias y por tanto evita actuemos provocando el mal.
Ser libre incluso estando preso. Libre de la esclavitud de las modas, las ideologías o el veneno que se introduce en nuestra mente de forma sibilina, tomando como bueno lo que no lo es.
Libre para decidir cambiar nuestra vida aunque ello signifique nadar contracorriente en esta sociedad hacia las que nos quieren dirigir: polarizada, consumista, hipersexualizada, en contra de la tradición, alejada de Dios y defensora de los animales por encima de las personas.
Y si vemos en nosotros algún rasgo de estos, aún así no debemos temer esté todo perdido. Por mucho que te digan que las personas no cambian, sí lo hacemos. Cambiamos, y en menos tiempo de lo que te imaginas. Si no ¿de qué el plan ideal para un sábado por la noche para un director de contenidos de un medio de televisión cualquiera iba a pasar de querer ver una película de Marisol o Joselito hace poco más de 10 años, a querer disfrutar de un espectáculo en el que una señora al grito de Zorra es coreada por dos maromos con el culo al aire? Pues eso, que hay esperanza.
Que cada uno decida, en su libre albedrío, hacia donde dirigir las ganas.
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