Hace unos años que un grupo de amigos decidimos constituir de forma totalmente informal un modesto grupo de lectura (llamarlo club me parece pretencioso). Lo bautizamos ‘La taberna errante’ en honor al escritor inglés Gilberth Keith Chesterton. No puedo decir que en honor a la novela homónima del autor, pues nunca nadie la propuso para su lectura. Tal vez sea una forma de humorada sarcástica que tanto gustaba al apologeta británico. Esta ronda la debemos.
La manera de proceder es bastante desordenada, incluso anárquica; tal vez eso sea parte de su éxito. Como ustedes se pueden figurar, se propone un texto, se da un plazo para leerlo y se concierta una reunión amistosa para comentarlo. Por supuesto, siempre en torno a una mesa en la que no puede faltar el vino y la amistad.
El hecho es que en la última ocasión mi mujer propuso leer ‘Retorno a Brideshead’, de Evelyn Waugh. No les haré partícipes del comentario que hicimos, pues tendrían que ser revestidos de la dignidad de tabernero errante. Pero, bromas aparte, sí quisiera abordar algo que sucedió mientras lo leía.
A mi juicio, para poder aprovechar en toda su profundidad ‘Retorno a Brideshead’, es necesario el conocimiento previo de algunas nociones históricas y de ambiente que, aunque están presentes en la novela, conviene subrayar con antelación. Si no, se corre el riesgo de que se nos escape su esencia como agua entre los dedos. el hecho es que disfruté su lectura, pero no alcancé su esencia o al menos no me impactó como se suponía que debía hacerlo.
Este episodio me llevó a pensar en la relación entre lo circunstancial y lo esencial.
En ocasiones lo circunstancial se revela como mucho más relevante.
Recordé los análisis sintácticos del colegio, en los que lo fundamental eran el sujeto y el verbo, mientras que los complementos circunstanciales parecían como de segunda. Sin embargo, su presencia no sólo complicaba el análisis, sino que además podía modificar de una forma muy marcada el significado de la frase.
Y es que lo circunstancial ayuda a comprender y lo esencial. En ocasiones, incluso, no sólo lo matiza sino que, de alguna forma, lo configura y lo determina.
Trato de explicarme mejor. Mi suegro ha escrito un texto dirigido a sus hijas. No son unas cuartillitas escritas aprovechando unas tardes de verano. Son mucho más. Se trata de la descripción de las circunstancias en las que se configuró su familia, que en buena parte explican el carácter de sus miembros, sus relaciones, su forma de proceder… Es decir, tiene por objetivo transmitir, a través de las características de un tiempo y un lugar, un conocimiento más profundo de la familia a la que pertenecen.
Esta lectura también me está resultando muy provechosa porque me hace entender mejor la esencia y el por qué de una familia ajena hasta hace poco que hoy es la mía. Y así, uno se dispone mejor para descubrir qué papel le toca jugar ante esa nueva realidad que le interpela primero a través de los sentidos externos y, gracias a Dios, después desde los sentidos internos que moran en el corazón y en la mente. Dicho de manera más exacta, en el alma. Y lo que ahí se ubica ya no se puede llamar ajeno.
Haré un tercer intento, por si aún no me he explicado. En ocasiones lo circunstancial se revela como mucho más relevante.
Nuestra corporeidad tiene implicaciones psicológicas, afectivas, físicas que afectan a nuestra esencia, de tal manera que somos hombres o mujeres por razón de nuestros atributos sexuales, definidos por los cromosomas.
Resulta que hombres y mujeres tenemos una configuración corporal diferente. Se podría decir -muchos lo dicen hoy- que lo dispuesto por la biología es meramente circunstancial. Sin embargo, es profundamente significativo respecto de nuestra esencia como hombres y mujeres. Nuestra corporeidad tiene implicaciones psicológicas, afectivas, físicas que afectan a nuestra esencia, de tal manera que somos hombres o mujeres por razón de nuestros atributos sexuales, definidos por los cromosomas.
Andaba yo dando vueltas a estas cuestiones cuando caí en la cuenta de que, como era de esperar, no he descubierto la rueda, pues ya dijo don Miguel de Unamuno aquello de “cada uno con su cadaunada” y Ortega y Gasset que “yo soy yo y mi circunstancia». Pero han sido las circunstancias las que me han hecho llegar a la esencia de este pensamiento. Qué quieren que les diga…
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