Opino que la mente es lo más grande que tenemos y, al mismo tiempo, lo más pobre que poseemos. Lo ha demostrado la pandemia del Covid-19. Antes de la misma, creíamos que lo sabíamos todo: el súper mundo global con su digitalización, las comunicaciones, la inteligencia artificial, los robots, los drones, las casas inteligentes, el automóvil sin conductor, el escáner, las resonancias, los desfibriladores, las unidades electro quirúrgicas, los ultrasonidos de diagnóstico, la terapia genética e inmunoterapia celular, la biopsia líquida, la secuenciación del genoma…
Sin embargo, un invisible bichito ha puesto “patas arriba” a la humanidad. De ahí que estoy de acuerdo con frases como “la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia” del filósofo griego Sócrates o “lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano” de Isaac Newton, físico, inventor y matemático inglés.
Recuerdo que, a lo largo de la pandemia, ilustres de la ciencia nos han mareado con “esto no es peor que una gripe común”, “si en nuestro país brota la epidemia serán solo algunos casos y controlados”, “mascarillas ahora no, ahora sí”, “test masivos imprescindibles al comienzo, ahora no procede realizarlos”, “el virus permanece días en las superficies, ahora parece ser que no está tan claro”. Por lo tanto, la primera lección que nos deja la pandemia es que debemos ser más humildes, a la vez que es preciso recuperar valores esenciales. No todo vale en esta sociedad materialista y mercantilista.
Desgraciadamente, el Covid-19 deja muchas muertes y una situación económica de la que muchos de los habitantes de nuestro país no son conscientes todavía, nutridos con el ocultismo de datos y la farándula de los aplausos en los balcones. ¡Ya vendrá el tío Paco con las rebajas!
La gran preocupación de este gran país (¿lo somos realmente?) parece ser acudir a los bares cuanto antes y planificar las vacaciones, que suscribo desde el punto de vista de incentivar el consumo, pero no como única necesidad vital. Pero ¡qué se puede esperar si ha sido posible ir al bar o a la playa antes que a la escuela!
Como mirar al pasado no sirve más que para aprender de los errores, debemos plantearnos una nueva forma de proceder en la sociedad que nos ayude a mejorar y favorecer el trabajo de los demás.
La gran preocupación de este gran país (¿lo somos realmente?) parece ser acudir a los bares cuanto antes y planificar las vacaciones, que suscribo desde el punto de vista de incentivar el consumo, pero no como única necesidad vital.
Comienzo haciendo alusión a los médicos y resto de sanitarios, cuya labor ha sido encomiable en el transcurso de la pandemia, trabajando en unas condiciones durísimas y arriesgando su salud como demuestra el alto número de contagiados y muertos de su colectivo. Han suplido la falta de recursos y equipos de protección con un grado superlativo de vocación y esfuerzo. De una buena sanidad se pasó en pocos días al colapso porque el sistema había sido posible hasta ese momento por las muchas horas de trabajo de los profesionales, saturados muchas veces. Es preciso darse cuenta de que cualquier sistema para que sea bueno, se debe basar en una organización adecuada disponiendo de los recursos necesarios. Esto de cara a las instituciones, porque recortar recursos en sanidad para destinarlos a gastos superfluos y populismos conduce a lo que ha sucedido.
Respecto a la sociedad, ¿seguirán los aplausos en los hospitales y ambulatorios cuando se vuelva a la normalidad? Porque aplaudir significa tener respeto a los profesionales, no exigir pruebas cuando no procede realizarlas (a veces de alto coste). Aplaudir es no denunciarles sin justificación, cuando la medicina no es una ciencia exacta y, en ocasiones, un buen trabajo profesional deriva en resultados no deseados. O cuando se buscan indemnizaciones sin miramiento ético ni razón. Aplaudir es hacer ruido para ovacionar una actuación o conducta, no lo es para exigir, sin motivo, tratamientos especiales con un coste muy alto para la sociedad porque “como cotizo tengo derecho a todo”.
Resulta que no queremos recortes en sanidad y luego se despilfarra dinero en cuantía superior a lo que suponen esos recortes. Porque se derrochan constantemente recursos en medicamentos no necesarios o en una errónea utilización de la ayuda sanitaria como ir a urgencias cuando no procede. Esto es evidente y contundente: la falta de razón y ética cuando en casos no urgentes, se acude a los hospitales colapsando el sistema. ¿Cómo es posible que durante la pandemia del coronavirus hayan disminuido las urgencias en nuestro país más de un setenta por ciento? Eso da que pensar que, en épocas normales, se acude muchas veces al hospital sin ninguna justificación.
Al igual que los sanitarios, ha habido otros comportamientos modélicos a lo largo de estos meses: empleados en las tiendas de alimentación, empleadas de hogar, servicios de limpieza, conductores de autobuses, taxistas, farmacéuticos, policías, camioneros, agricultores, repartidores… Les debemos nuestro agradecimiento y respeto. También hay que recordar a instituciones que ayudan a personas necesitadas repartiendo alimentos en las llamadas “colas del hambre”, como la vilipendiada iglesia católica. Por cierto, no he visto por televisión ni leído en medios de comunicación, noticias sobre colas del hambre a las puertas de esos partidos políticos a los que se les llena la boca con las “ayudas sociales”.
Son tantas cosas que tenemos que aprender de esta pandemia… Me congratula observar cómo ha aumentado considerablemente la práctica deportiva, ver a familias enteras ir en bicicleta, hacer footing, pasear. ¿Recordaremos que hacer deporte es saludable siempre? También hay temas para analizar (no estoy para juzgar), como la sorprendente resistencia de parte del profesorado para volver al trabajo o el cierre en algunas administraciones públicas, en agosto por vacaciones, aunque sigan colapsadas por la inactividad durante la pandemia. Pero, aún del mayor de los males, siempre se puede extraer algo para mejorar.
Dicen los expertos que uno de los principios de la gestión es que no hay que regalar nada sin motivo, ya que lo que se da arbitrariamente no es bueno porque no se valora por parte de quien lo recibe. La sanidad de nuestro país lleva fama, ganada y justificada, pero no puede ser que todo salga “gratis”. De seguir así, además de no valorarse como merece, no podrá sostenerse. Al igual que comenzó el pago de una pequeña cantidad en la compra de los medicamentos (muy pequeña), sería lógico que la asistencia sanitaria tuviese un canon en hospitales y ambulatorios, el justo y adecuado, pero inapelable. Puede haber alguien que piense que esto va en contra de las personas más vulnerables económicamente. Nada más lejos de la realidad. Las personas más necesitadas gozarán de la mejor sanidad si esta se puede no solo sostener, sino mejorar.
Sería lógico y justo que el que recibe una prestación gratuitamente, haga algo por la ciudadanía. Existen muchos trabajos que beneficiarían a la sociedad que es la que paga el salario mínimo vital.
Siguiendo con esta teoría, aunque en otro tema, recientemente se ha aprobado la renta mínima vital. Está destinada a las familias más necesitadas, carentes de recursos. Es lógico que exista esta prestación que garantice unos ingresos a las personas que lo necesitan, pero debería haber una contraprestación por parte de los que la reciben. Sería lógico y justo que el que recibe una prestación gratuitamente, haga algo por la ciudadanía. Existen muchos trabajos que beneficiarían a la sociedad que es la que paga el salario mínimo vital. No lo paga el gobierno ni el Estado. Existen necesidades para la limpieza del medioambiente, asistencia a personas dependientes, tareas de voluntariado, mantenimiento de poblaciones (jardines, pintura de pasarelas y bancos, poda de árboles, detección y marcaje de puntos de accidentes), programas culturales, recolecciones agrícolas, limpieza de montes para evitar incendios, limpieza de desembocadura de ríos, servicios sociales y formación de inmigrantes para que se incorporen a futuros puestos de trabajo (fundamental), entre otras muchas.
Esta contraprestación no va en contra de los puestos de trabajo de las personas que habitualmente ejercen estas actividades. Muchas de ellas no se realizan en ayuntamientos y comunidades por falta de recursos.
Hay otros aspectos que deberían estudiarse tras la experiencia de la pandemia, todos con el único objetivo de mejorar, no de criticar. Uno de los más necesarios es la reforma de la clase política, que debe incluir, entre otros, la formación adecuada obligatoria para determinados cargos públicos, la optimización de su número y la anulación de determinados privilegios que el resto del pueblo trabajador no dispone. Además, en temas tan importantes como el relanzamiento de la economía es vital la creación de equipos de profesionales constatados (no políticos) que son los que saben gestionar. Estos equipos formados por directivos de empresas, economistas, planificadores, organizadores y profesionales de la logística son los que deben marcar los objetivos y liderar el proceso.
El Covid-19 ha movido con dureza los frágiles y artificiales cimientos de una sociedad insolidaria, desprovista de valores éticos y que atenta contra el medio ambiente. Este virus es un aviso contundente para la humanidad. Mucho tiene que cambiar esa “nueva normalidad”.
Uno de los más necesarios es la reforma de la clase política, que debe incluir, entre otros, la formación adecuada obligatoria para determinados cargos públicos, la optimización de su número y la anulación de determinados privilegios que el resto del pueblo trabajador no dispone.
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