Claudio o D. Claudio para los parroquianos, es un buen cura. Se prepara sus homilías, no improvisa, se toma lo suyo con seriedad. Sin embargo, él mismo constata que no conecta con el personal. El hombre le daba vueltas a la cuestión, «pero si he ido a cursos, conferencias, he mejorado en mi oratoria», pero nada, su predicación dejaba que desear, y era cierto.
Un buen día leyó una anécdota del Papa Benedicto XVI, «Santidad, ¿Cómo se prepara las homilías?» Benedicto respondió: «Bueno, suelo leer con una semana de antelación el Evangelio y las lecturas del domingo siguiente y durante días lo rezo, lo rumio, lo medito y así lo suelo hacer».
D. Claudio puso en práctica el «método Benedicto». Lo cierto es que sus homilías no mejoraron demasiado, un poco quizá. Pasó el tiempo y el buen cura seguía preocupado porque observaba los rostros, gestos, miradas al reloj. Rara vez alguien se le acercaba a comentarle la homilía o algo tras la misa. El pobre oraba y oraba, pero nada.
Hasta que un día leyó y ¡Entendió! Ah, que no solo es pensar argumentos… Leyó en un libro algo sencillo y profundo a la vez, que uno de los siete dones del Espíritu Santo, el de Entendimiento, precisamente para lo que sirve es para entender las Sagradas Escrituras. Con la simplicidad de quien pone su Fe en práctica le pidió al Señor el don, puso de su parte rezando y no tardó el Señor, no, en relativamente poco tiempo el sacerdote comprendió sobre qué y cómo tenía que predicar. Mejoraron todos, D. Claudio y sus parroquianos. Un magnífico don.
Un pequeño folleto
Sandra perdió su trabajo. La cosa estaba ardua. Se movía por aquí y allá, adaptaba su currículum, lo enviaba a muchos, muchos lugares. Nada, un periodo de su vida bastante seco para ella. Practicante en su justa medida, a diario le pedía a Dios ayuda. Semanas, meses y Sandra seguía al pie del cañón.
Tras meses infructuosos, recibe no una sino dos ofertas de trabajo, equiparables en sueldo. Le gustaban ambos. Dudaba, disponía de unos días para optar por uno u otro. Se fue a rezar y casualmente en el banco de la iglesia encontró el típico folletito en papel reciclado. Era Pentecostés, sin prestar demasiada atención se puso a leerlo y como si saliera una luz de algunas palabras recayó y leyó: «el don de Consejo no está para que aconsejes a los demás, sino para que le pidas a Dios que te ayude a discernir lo mejor para ti, para tu vida, y también para que se haga en tu vida Su Voluntad».
Sandra rezó, le pidió a Dios, como hizo el buen cura Claudio, que le concediera el Don de Consejo y acertara en la decisión laboral. Han pasado años y gracias a este otro magnífico don de Dios, Sandra sigue en el mismo trabajo y feliz.
Aquella falsa acusación
Cuando a Pepe le dijeron que su ex no solo iba soltando pestes de él, sino que además contaba «cosas gruesas y de calado… eres un abusador sexual», el pobre entró en colapso. Mantenía el tipo pero internamente se desangraba, no era para menos. Pasó un poco de tiempo y en su lugar de trabajo, donde casualmente ella también estaba, le dijeron amablemente que convenía que se fuera, que se había creado una situación incómoda, que si esta mujer le iba a denunciar, patatín y patatán. Lo que miles de hombres padecen hoy en esta España institucional putrefacta.
A Pepe su natural le pedía plantarle cara a aquella loca peligrosa, plantarle cara… Por decir algo. Pero en su interior escuchaba lo que tanto oyó a su abuelo: «Pepe, no es más fuerte el que más duro da, sino el que más se controla». Se fue a hablar con un amigo sacerdote, y éste oyéndole, le dijo: «Amigo, pídele a Dios el don de Fortaleza, ahora mismo es lo que necesitas, no pierdas el tiempo en darle vueltas al rencor lógico que sientes por esa mujer, tienes que ser fuerte, no mostrar tu fuerza, sino ser fuerte con humildad, dominio y silencio. Ofrécele este sacrificio a Dios, verás la recompensa».
Pepe rezó, le pidió a Dios el don de Fortaleza, otro magnífico aliado espiritual y sí, poco a poco fue hallando paz. Y es que ya se sabe, la locura de la moda femenino-marxista de odio al hombre y destrucción de la mujer ha calado ¡Y de qué manera en nuestra sociedad!
¿Se puede superar la tristeza?
Cuando Esteban perdió a su hermano todo cambió para él. Eso es lo que pensó durante mucho tiempo. Esteban perdió alegría, se fue recuperando lentamente pero dentro de él subyacía un ambiente ennegrecido, triste. Simulaba al exterior, sabía que seguir rutinas le ayudarían a mantenerse. Se alejó de Dios, en su cabeza se decía que Dios no tenía la culpa, pero su corazón se cerró al buen Dios.
Él pensaba que lo de la piedad era eso, para piadosos y rezadores, incluso para cantantes de saetas en Semana Santa. Casualidades de la vida, yendo en el coche perdió la señal de la emisora, en esto, recala en una radio, no la conocía, pero aquella música, aquella voz… la dejó puesta. Conducía y escuchaba. Alguien explicaba qué era realmente ser hijo de Dios y lo importante que era sentirse como tal. Escuchó qué era el don de Piedad. Aquel programa le llegó al corazón. Esteban rezó con humildad pidiéndole a Dios que le ayudara a saberse hijo suyo, a aceptar la muerte de su hermano. Y como Dios es generoso se lo concedió, lo que no sabemos es en cuánto tiempo, pero hoy Esteban es un hombre liberado de sus tristezas profundas.
¿Quién puede contar la arena de los mares?
Otros tres magníficos dones quedarían por contar, uno, el don de Ciencia. Bien podríamos decir que conviene pedirlo con insistencia en estos tiempos malignos donde la simple mención de Dios como Creador de cielos y tierra, o aquello de «dominad la tierra», vuelve loco a cualquier fan pro cambio climático. Otro magnífico, el don de Temor de Dios, fundamental en nuestras vida si queremos mantenernos alejados del pecado y cerca de Dios.
Y el más sublime de todos los dones, el don de Sabiduría… que dejaremos para otro día. Pero si en estos tiempos de espera de la fiesta de Pentecostés, quiere toparse con ella, se la encuentra, en el rezo y en la lectura del Libro del Eclesiástico:
- Toda sabiduría viene del Señor, y está con él para siempre.
- ¿Quién puede contar la arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días de la eternidad?
- ¿Quién puede medir la altura del cielo, la extensión de la tierra, el abismo y la sabiduría?
- Antes que todas las cosas fue creada la sabiduría y la inteligencia previsora, desde la eternidad.
- El manantial de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas, y sus canales son los mandamientos eternos.
- ¿A quién fue revelada la raíz de la sabiduría y quién conoció sus secretos designios?
- ¿A quién se le manifestó la ciencia de la sabiduría y quién comprendió la diversidad de sus caminos? …
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