Llevamos bastante tiempo viendo noticias y titulares que apartan cada vez más a las mujeres de ahí donde tanto les ha costado llegar. El primer gran palo reciente fue en febrero de 2022 cuando las nadadoras estadounidenses fueron superadas por Lia Thomas, la nadadora trans que años antes había competido en el equipo masculino sin obtener reconocimiento ni crono relevante. Desde entonces no han sido pocas las situaciones en las que la mujer trans ha desplazado a “la mujer”.
Ahora vuelve la polémica con el contrato publicitario que ha firmado Nike con la influencer trans californiana Dylan Mulvaney. Lo hace para anunciar un sujetador deportivo. Una mujer trans que no tiene pecho anuncia una prenda que es fundamental que agarre, sujete y sea cómoda para que las mujeres que practican deporte olviden su pecho y se puedan centrar en el deporte que practican. Y yo, que me suelo hacer muchas preguntas, pienso: ¿habrían contratado a un calvo para anunciar un champú que te deja el pelo suave y sedoso? No tendría mucho sentido, la verdad. Se entiende por tanto el enfado de Sharron Davies, la nadadora británica que primero se ha atrevido a criticar y pedir boicot a este gigante de la ropa deportiva por la elección de la californiana como imagen de marca.
En España lo de no dejaremos a nadie atrás lo están cumpliendo al dedillo. Por si no ha sido suficiente con aprobar una ley que no impide registrarse como fémina a los hombres que han agredido (también sexualmente) a una mujer y así evitar ser juzgado por violencia de género; se añade el último estudio publicado por el Instituto de la Mujer, financiado por el Ministerio de Dalomismo (o Igualdá como leemos en mi tierra pone en los carteles). Un informe que ha costado más de 9.000 euros y que revela que “las mujeres trans son las que tienen mayor dificultad económica en adquirir productos menstruales” y que “existen más creencias falsas y mitos sobre la menstruación en las mujeres trans”. De aquí a nada veremos ayudas públicas para que las mujeres trans puedan comprar compresas y copas fácilmente, y cursos para desterrar mitos como que con la regla no te puedes bañar. Ver para creer y si no, al tiempo.
Es tiempo ya de oponerse a esta locura de legislar a las mayorías según las peticiones de unos pocos. Habrá que decir basta ya, y esto en ningún caso debe entenderse como maltrato o daño a las personas con disforia de género. Las personas, todas, sean, piensen, crean o sientan como cada uno entienda; deben ser respetadas, amadas, comprendidas y ayudadas. Pero seamos honestos y defendamos lo evidente. La naturaleza nos hace diferentes a hombres y mujeres. Y ante esta diversidad, son las leyes las que deben salvaguardar que haya equidad real entre todos los miembros que formamos la sociedad, sin menospreciar jamás a ningunos de ellos.
Si las mujeres, que naturalmente tiene una capacidad pulmonar y física diferente al hombre, porque hasta los síntomas de un ataque al corazón difieren en un hombre a los que presenta una mujer (y poco se habla de ello); es obvio que la mujer (la biológica y no la sentida) cuente con una categoría deportiva para poder competir entre iguales. Y esto no es denigrar ni rechazar a la mujer trans, es jugar con las mismas reglas de base. Pero como mejor dice C.Tangana: “Hasta los tontos tenemos tope”. Parece que debiéramos callar, que es mejor permanecer en silencio y parecer tontos, que hablar y despejar todas las dudas.
Pero no, aunque hablar sea complicado cuando se nada contracorriente, es ahora o nunca. Viene así a mi cabeza uno de mis cuentos favoritos, El Traje Nuevo del Emperador. Qué maravilla cómo Andersen fue tan ingenioso al componer un relato que sigue vigente. Nadie en la corte del pomposo emperador se atrevía a decir que no veían la tela no fuera ser catalogado de incompetente o necio. El miedo (a perder el trabajo, a ser considerado inferior o a ofender al que manda) hacía posible que todos y cada uno de los personajes de este cuento admirasen la belleza y el tacto sedoso de una tela que no existía. Hasta que durante el Cortejo Real un niño habló, la voz de la inocencia despertó la farsa: “Pero si no lleva puesto ningún traje”. Me recuerda a aquella vez que le preguntamos a una mujer con falda vaquera, top de crochet escotado y pelazo si se iba, para para poder aparcar nosotros el coche en su plaza, y nos contestó con voz contundente que sí. Y mi hija, que contaba apenas 4 años, dijo: “¡Pero si es un hombre!”. Y claro, los niños no mienten, pero como hacía el emperador en el cuento, terminemos el cortejo desnudos no vaya a ser que quedemos en evidencia.
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