Oigo hablar bastante de la Ley trans. Parece, además, que es un tema que el Gobierno considera de urgencia. Ahí viene mi primera sorpresa. Yo creía que esto afectaba a unos cuantos, que además podían esperar y resulta que no. Que afecta a muchos y que esos muchos tienen prisa.
Me meto en Google, porque en la Enciclopedia Espasa que heredé no viene nada cuando busco ‘trans’. Y en Google me sale en primer lugar la aprobación de la ley trans en Canarias, en 2021, firmada por un señor que dice que lo hace “en nombre del Rey”.
Luego llego a la Ley aprobada en Consejo de Ministros, o sea, no en nombre del Rey, que tendrá que sancionarla. En esa ley queda reconocida la libre determinación del género sin informe médico ni tratamiento a partir de los 14 años, sin consentimiento paterno a partir de los 16 y deja de considerarse enfermas a las personas trans.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, está feliz, porque “hoy volvemos a situarnos en la vanguardia de los derechos de las personas LGTBI” y, para los un poco dubitativos, como yo, “España será un país con cada vez más derechos en el que todos podamos ser felices”.
Hay nueva nomenclatura. Parece que yo soy binario. O sea, según creo, pienso que hay dos sexos: el masculino (yo) y el femenino (mi mujer) y que por eso tuvimos tantos hijos, masculinos (los chicos) y femeninas (las chicas) y que por eso tenemos tantos nietos y unos cuantos biznietos.
Me voy al DRAE. Me pasa como con la Enciclopedia Espasa. Ahora no encuentro la «disforia». Si los académicos de la lengua fueran a wikipedia, verían que eso es “la sensación de incomodidad o angustia que pueden sentir las personas cuya identidad de género difiere del sexo asignado al nacer o de las características físicas relacionadas con el sexo”. Esta sensación, por supuesto, no es una enfermedad, aunque no me negarán ustedes que es una rareza bastante extraña y que si yo tuviera un hijo así, le llevaría a un médico. Un médico amigo para poder escaparme si alguien me denunciaba porque diría que habíamos ido a ver a un amigo de toda la vida.
Estoy un poco mareado por tanto adelanto y, a la vez, lamentando como alguno de nuestros gobernantes (¡en qué manos estamos, Señor!) que los niños tengan que esperar a los 14 años para ser niño/niña si son niña/niño.
Todo tiene sus problemas. Todos sabemos que hay hombres bestias que pegan a sus mujeres. Todos sabemos que hay mujeres brujas que hacen la vida imposible a sus maridos, destrozándoles psíquicamente, y a veces físicamente. Los primeros llenan las estadísticas de violencia de género. Las segundas no entran en las estadísticas. Son chicas majas que en un momento se pusieron nerviosas, por culpa de los hombres, como es natural.
Pues con esto de la libre determinación de género, el maltratador macho se va al registro y asegura que se siente mujer y pasa de la violencia de género al mal genio amable.
Bueno, señores, ya basta de estar gobernados por una cuadrilla de iluminados, que se dedican a cosas extrañas, inventando sexos, animando a que se hagan operaciones que alguien cobrará y que algunos pagaremos, destrozando irreversiblemente vidas -la que se hizo un pene de una determinada longitud- ahora lo quiere más largo o más corto o no lo quiere, porque cuando era mujer se lo pasaba mejor.
Antes existía el delito de corrupción de menores. Ahora me parece que no existe, pero, a juzgar por lo que se ve, hay quien se dedica full-time y full-life a corromper a menores, a intermedios y a mayores.
Los binarios aguantamos como en Mexico, cuando un charro sincero, al oír que “en España somos todos muy machos«, contestó: “pues aquí, la mitad machos y la mitad hembras y nos lo pasamos MUY bien”.
¡Mira que si tuviéramos que ir a vivir a México!
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