Gran parte del mundo está en guerra, el precio del combustible y las energías se han disparado; la cesta de la compra anual ha subido, según la OCU, un 15’2 por ciento; lo que supone que en 2022 pagamos 830 euros más por los mismos productos de a cuánto lo hacíamos en 2021. Y aún así, llega final de octubre, concretamente el 31, y no nos tiembla el pulso al sacar la cartera y desembolsar lo que haga falta para disfraces de brujas, monstruos, sangre, y cientos de horripilantes detalles y atuendos más que no me atrevo a describir. Si viajamos al máximo exponente de la comercialización de Halloween, los datos de este año son abrumadores. Según la Federación Nacional de Retail de Estados Unidos, este 2022 se superarán los 3.000 millones de dólares solo en disfraces. Por supuesto para adultos, niños y mascotas. Sí, disfraces de Halloween para animales de compañía también, cómo no.
Entre dulces, disfraces y decoración estamos hablando de casi 11 mil millones de dólares. Se entiende ahora que haya a quien le importe muy poco, por no decir nada, el daño que supone figurada y espiritualmente esta forma de celebración.
Desgraciadamente hay que admitirlo: Halloween ya es parte de nuestra idiosincrasia. Se celebra en España de la misma manera que la tortilla de patatas se come más allá de nuestras fronteras. La globalización ha hecho posible desastres como este. Porque es realmente desolador observar cómo cada región está perdiendo su peculiar forma de entender la vida y la cultura. Y todo avivado con la fiebre del consumo.
Lejos quedan aquellos días en los que las familias se reunían en torno a una gran mesa para preparar buñuelos o huesos de santo, ese laborioso dulce hecho a base de mazapán y yema. Durante esas reuniones en las que también olía a café mezclado en ambiente con brasa de picón, también se rezaba y pensaba en aquellos miembros de la familia que habían fallecido. Eran días en los que se celebraba la vida de una manera agradecida pensando en los que ya no estaban. Literariamente, eran tiempos de volver a disfrutar de Don Juan Tenorio, de Zorrilla; o de leer la terrorífica leyenda del Monte de las Ánimas, de Bécquer.
Lejos quedan aquellos días en los que se celebraba la vida de una manera agradecida pensando en los que ya no estaban, de volver a disfrutar de Don Juan Tenorio, de Zorrilla; o de leer la terrorífica leyenda del Monte de las Ánimas, de Bécquer.
Al retroceder en el tiempo se encuentra que el origen del “Truco o Trato” data de la Inglaterra medieval cuando los ciudadanos con menos recursos se dirigían a las casas de la gente pudiente a pedir pasteles. A cambio y en señal de agradecimiento, se comprometían a rezar por los difuntos de las casas por las que recogían el edulcorado alimento. Sabiendo esto, uno se puede lamentar ya con toda la razón cuando tenga que aguantar a esa pandilla de críos chillones aporreando la puerta y vestidos con harapos, que seguro han costado un pastón.
Hemos dejado que por motivos económicos las calabazas, las telarañas y las máscaras más feas del mundo inunden cualquier tipo de lugar. Hasta en las aulas de gran parte de los centros de educación. Se tenga la edad que se tenga, todos quieren fiesta de Halloween con miedo, terror y mucha comida y bebida. Se ha perdido la originalidad y la trascendencia de cada fiesta, nos hemos dejado engañar con el muerto vivo de la tradición. Porque el origen de Halloween no es otro que prepararse para la celebración del día de todos los santos: All Hallow’s eve. Una fiesta de esperanza en la que nos acordamos de todas las almas que están en el Cielo. Ese es el auténtico y real origen de Halloween.
Qué cierto es aquello que decía Chesterton sobre el peligro al que ha sido expuesto el hombre al haber dejado de creer en Dios; y es que ahora cree en cualquier cosa.
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