Lo comento de vez en cuando en redes sociales: «A los de la EGB no nos adoctrinaron«, con la normalidad del paso de la vida uno ha descubierto a personas distintas en su forma de estar en el mundo.
El ambiente trans nunca fue de mi interés, un fenómeno extraño para mi concepción vital. Con el tiempo, quizá con la madurez, descubro una abierta tolerancia, porque solo a fuerza de conocer y vivir la vida, se llega a apreciar y a defender a capa y espada la libertad personal, el gran tesoro humano.
Reivindicación sí, pero sin odio
Ví hace poco un vídeo de la diputada en la Asamblea de Madrid, Carla Delgado, creo que es una persona transexual. Por un lado, me tocó la fibra sensible. En su rostro se advertía cierto sufrimiento, temor, e incluso miedo. Delgado aludía a tiempos pasados donde éstas personas trans debieron sufrir mucho rechazo, desprecio y violencia. Insisto, tiempos pasados. Pero a la vez, a medida que iba avanzando en su discurso, Carla Delgado provocó en mí un rechazo total a sus palabras e intenciones. Ese rostro, esa voz y esas palabras aupaban un único mensaje: odio.
No sé si la línea para lograr un equilibrio social y legislativo, sea fina o gruesa. El hecho es que quien parte de la imposición en materias que rompen principios naturales, yerra. Porque las evidencias del orden natural, por mucho que las pinten de negro, cantan, evidencian la verdad.
Pretender convencernos de que lo no natural sea normal ¡No hombre, que no!
El mundo LGTBI da muestras cada vez más pavorosas de imposición, no de inclusión. Ese es el peligro
Desconozco la vida de esta persona, Carla Delgado, y de tantos otros que se han posicionado ante sí mismos y ante el mundo de una forma tan radical. No soy capaz de ponerme en su lugar, de intuir siquiera qué se cuece por su interior, honestamente, no alcanzo.
Comprendo su lucha, su determinación por buscar su hueco en sociedad, en cierto modo es admirable, pero creo que llegado al punto de la aceptación social, del respeto real a su opción de vida, y de igualdad absoluta en derechos, el recorrido llega a su fin.
Insaciables y excluyentes
Quieren más, parece que son insaciables. Entonan con tonillos sensibleros su realidad: «somos diferentes, somos más sensibles… especiales». Exigen, por ejemplo, residencias, centros de día para sus mayores LGTBI (con dinero público, claro).
No, optar por una forma de vida condicionada por tu orientación sexual no te legitima absolutamente para nada en diferenciarte del resto de personas, ¿por qué tú sí y otros no? ¿Qué sociedad puede admitirlo? ¿Por qué no residencias para el colectivo de cazadores, o de falleras, ya puestos?
El mundo LGTBI es voraz con sus reivindicaciones y también contradictorio, amén de destructor del orden natural. Cada vez se autoexcluyen más, ¿no que abogan por el igualitarismo a todos los niveles? ¿Por qué ellos tan especiales y el resto de la humanidad, no? ¿Acaso los mayores LGTBI no pueden ser atendidos en igualdad de trato, amor, cuidado y condiciones por personas heterosexuales y como a cualquier abuelo heterosexual? ¿No pueden conversar, intercambiar y convivir con otras personas no homosexuales?
Cuando de acabar lo mejor posible tus días en esta tierra se trata, ¿por qué cerrarse? ¿Por qué autoexcluirse? Si no es por superioridad moral, entonces, ¿a qué es debido?
Hay cosas razonables, si la mayoría de estas personas han sufrido rupturas familiares, no han tenido hijos, etc. es lógico que al llegar a la ancianidad se puedan ver más solos y vulnerables ¡Como cualquier hijo de vecino! Lo que no es lógico es que pidan y soliciten tanta atención exclusiva solo para ellos y además, con fondos públicos.
No. Caer en la trampa de su diferencia nos obliga a reconocer que ellos son especiales, ¿y el resto no? ¿Cuántos ancianos cultos o analfabetos, alegres o tristes, abandonados por sus familias o solos, se ven obligados a convivir con otras personas sin opción alguna de elección? ¿Por qué una persona LGTBI ha de verse liberada de esa situación?
¿Qué es el amor?
Si tanto nos hablan del amor, ¿por qué no lo demuestran? ¿O acaso su comprensión del amor es también excluyente? ¿Dónde queda su sensibilidad, dónde sus derechos por ser aceptados? ¿Y su capacidad de acogida y apertura al diferente?
El fondo no es otro que el miedo, si a golpe de legislaciones contra la dignidad humana, se nos está obligando al resto a tragar con sus exigencias discriminatorias, ¿por qué no podemos exigirles que ellos de verdad den un paso real por integrarse con los demás?
Mostrar al mundo el «happy rostro» LGTBI el día del famoso «orgullo» durante unas horas, y luego bregar continuamente por su propio aislamiento social, su trato exclusivo, diferente y diferenciador, implica que de amor, realmente amor, estas personas saben poco.
No confundamos sensibilidad con amor, respeto con exigencias excluyentes. Los heterosexuales también somos sensibles, únicos y especiales, ¿o no?
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