En los últimos años la batalla por hacerse viral ha llevado a cientos de usuarios, tuvieran responsabilidad mediática o no, a difundir contenido de cualquier tipo para captar la atención del consumidor, ser la noticia más leída, el tuit con más impresiones o el video más reproducido. Cualquier sinsentido resulta útil para conseguir el objetivo. Tampoco importa si hay que invadir la intimidad del otro o atentar contra su honor, incluso el de la familia. A sabiendas, además, de que lo que se difunda sea una verdad a medias o induzca a error. Cuanto más grito y escándalo, mejor. Aunque sea mentira. El daño vende. Mi reino por un like, o cientos.
Los pilares sobre los que se ha basado históricamente cualquier medio de comunicación (informar, formar y entretener) ha convertido el espectáculo del infotaiment en la temible jungla del faketaiment. Informar y formar a la ciudadanía ha quedado no en segundo, sino en último plano. Tan escondido que se requieren esfuerzos titánicos por eludir las temibles fake news y comprobar la certeza de los hechos. Hoy todos señalados como culpables salvo que se demuestre lo contrario.
La verdad no interesa porque nos hace libres. El mantra de “una mentira dicha mil veces se convierte en una realidad” descubre los lobbies enemigos de la franqueza. Esos que quieren una sociedad presa de su ignorancia, atemorizada y amordazada. Una sociedad sin criterio, engañada por el espejo del individualismo. Una farsa de independencia, puesto que todo aquel que se salga del rebaño será acusado y etiquetado.
Se ha cambiado servir por servirse. Volvemos al absolutismo pero ya no es ilustrado y mucho menos ilustre. Resulta muy evidente cómo se pretende moldear el pensamiento y anular la reflexión. Primero eliminando en la escuela asignaturas que promovían los valores sobre los que se ha construido la civilización occidental. Después acabando con esas otras materias que propician en los jóvenes cuestiones tan fundamentales como el origen del pensamiento, quién es el hombre, por qué ama y qué sentido tiene la vida.
Una vida que no se defiende de principio a fin. Una vida que solo vale por útil, práctica o deseada. Una vida que solo es digna cuando otro lo diga por ti, y que cada uno autodetermina cómo, cuándo y qué es. Porque tú puedes ser lo que quieras ser. Aunque ello implique dar la espalda a lo que dicte la naturaleza. Sin latidos que valgan la pena ser escuchados.
Pero para no ser bruscos, busquemos sensibilizar a la población. Protejamos y alertemos a la audiencia de escenas de tabaco, racismo, enfermedad y roles de género en los que la mujer aparece como madre y el hombre como cazador. Si nuestros antepasados de Atapuerca levantaran la cabeza se preguntarían asombrados en qué momento la especie humana ha podido olvidar cómo debe sobrevivir. Una supervivencia sin likes ni intereses económicos mediando en cada decisión vital.
El hombre vive un contexto de guerra continua (solo nos separan tres semanas de un lamentable primer aniversario de la Guerra de Rusia Ucrania. Una guerra obviamente mundial). Y en medio de barbarie tras barbarie de este mundo cada vez más polarizado, observamos incrédulos cómo en el mismísimo Shakespeare Global Theatre de Londres alertan al espectador de que en la escena final de Romeo y Julieta se verá un trágico desenlace. La Generación de cristal dará paso a la Generación de papel de fumar si seguimos permitiendo que se oculte información fundamental a nuestros hijos.
Se sabe que lo primero es no hacer daño. Pero también cultivar el sentido común y mantener la vida porque como bien decía Chesterton: “Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, solo algo vivo puede ir contracorriente”. Es hora de aplicar sentido y nunca perder la sensibilidad para con el otro.
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