Esta semana me decía una amiga que cómo podíamos ver películas como «La Bella y la Bestia» en la que se hace apología de un secuestro. Y en cierta medida, tiene razón en ese punto de vista. Pero esta cinta en concreto, también hace una clara referencia al perdón y a la confianza. Qué importante es saber perdonar a todas las personas, incluso a aquellas que más daño nos hayan podido infligir. Porque aunque muchos se empeñen en decirte que las personas no cambian. Sí, las personas cambian. Tienen la maravillosa capacidad, a través de la voluntad, de modificar su comportamiento y convertirse en lo que nunca habían sido hasta el punto de sorprenderte. Esto sucede para bien y para mal. Si no, pensemos un momento de donde viene aquel refrán que dice “No digas de este agua nunca beberé porque algún día tendrás sed”.
Este episodio con mi amiga me dejó pensando en cómo nos afecta lo que vemos o las historias que nos han contado. Lo que damos por bueno o no para ser aceptados. Y en eso han estado mis pensamientos muy entretenidos.
En octubre de 1982 se estrenó la que se ha convertido en una joya cinematográfica del cine de terror. «Poltergeist Fenómenos Extraños» cumple 41 años a finales de este mes. Parece que queda lejos aquel “Carol Anne, ve hacia la luz” que a más de uno nos quitó el sueño durante un tiempo. Sin embargo, si regresamos a la vida real, lo verdaderamente terrorífico de este título fue lo premonitorio de ese estar pegado a las pantallas, ya sea frente a una televisión o mirando dispositivos móviles.
Sí. Lo que vemos configura nuestra forma de expresarnos, de normalizar lo que no lo es, llegando a influir en nuestro modo de entender y procesar la realidad que nos rodea. En una magistral conferencia ofrecida en Málaga por el Rector de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC Barcelona) y Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad, Dr. Alfonso Méndiz, hacía referencia a cómo las series y el cine afectan y modifican no solo las decisiones de compra, sino también las creencias y valores. Afirma Méndiz que esto es así a través del efecto de socialización, con la legitimación de determinadas conductas y con la capacidad de sugestión.
Los valores han cambiado a raíz de la globalización, y la educación no académica también. Hace décadas esa instrucción no formal recaía sobre la familia, educadores (escuela) y la Iglesia. Hoy los contenidos audiovisuales son los medios de educación informal, que según apunta Méndiz “en la época de la adolescencia son parte fundamental para estar integrado en la pandilla, el entorno social. Se les está concediendo una autoridad social real a las series”.
Preocupa el fácil acceso al porno, la violencia, la forma de hablar, cómo tratamos a nuestros mayores, superiores, iguales o a los que tenemos a nuestro cargo. Los contenidos audiovisuales nos hacen desconfiar de determinadas instituciones, colectivos o entidades, generalizan e incitan a actuar de una forma concreta, aunque se oponga a lo que nos han enseñado en casa.
Esa percepción de sentirnos en minoría puede errarnos y empujarnos a actuar de una forma socialmente aceptada o a mantenernos en silencio ante situaciones tan absurdas como las que vivimos hoy con la recién estrenada ley de bienestar animal, que es un paso más en la humanización de los animales y la animalización de las personas. Por tanto, no extraña que en pleno siglo XXI, cuando más información y acceso a ella tenemos, vivamos situaciones surrealistas día sí y día también.
Esto sucede incluso con la parrilla de televisión. Programas que se podrían ver en familia como «Masterchef» o «Tu Cara me Suena» dejan de ser una opción si se quiere evitar ese goteo imperceptible que irremediablemente configurará en nuestros hijos su forma de desenvolverse socialmente. No faltan en los programas y concursos los comentarios groseros y chabacanos, la altanería, o los manidos y constantes besos en la boca para celebrar lo que sea. ¿Qué utilidad social y afectiva tiene darse un pico delante de una cámara? ¿Cómo le explico a mi hija que no puede ir dándose besos en la boca con todo bicho viviente aunque esté normalizado y aceptado? ¿Cómo le hago ver que esos besos no valen nada? ¿Que el auténtico y sentido ósculo, como bien dice de Prada, supone “materializar el alma”? Qué lejos nos queda la pandemia y esa distancia de seguridad. La que nos mantiene a salvo de besos inoportunos y babas indeseadas.
Así que si nuestros hijos nos dicen que quieren ser comunicadores, guionistas, actores o directores de cine, ayudémosles a que lo sean para que den voz y sentido común a los millones de personas que queremos ser lo que vemos sin insultos, groserías y a poder ser, sin mononucleosis.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: