“Nuestro esperanzado propósito es el milagro de la vida. Nuestro poder la curiosidad”.
Esta es la carta de presentación de SpaceBorn, la empresa que se ha propuesto como ideal y meta concebir hijos fuera del planeta Tierra y que, no solo puedan ser gestados, sino que también sobrevivan al parto. Amparados en el auge que empezará a tener el turismo galáctico, ya se adelantan a lo que podrá suceder en esos viajes que parecen sacados de algunas de las novelas de H.G Wells o Julio Verne y del que ya hay científicos advirtiendo: «Sexo en el Espacio. Consideraciones sobre el control de la reproducción humana en el emergente turismo espacial. Esto es previsión y lo demás tonterías».
En este contexto de maternidad a la carta, en el que cada vez hay más bebés nacidos por vientre de alquiler (mujer de alquiler, diría yo) se normaliza lo que no lo es. Como que, amparados en la legalidad de ciertos países, una pareja escoja si quiere tener descendencia rubia o morena, que se hagan bebés medicina para curar la enfermedad de algún miembro de la familia, o el summun del disparate y el capricho: elegir el sexo del bebé. Que todo esto sucede y mucho, pero no nos enteramos.
El último caso más sonado es el de la que fuera heredera del imperio Hilton Hotels & Resorts, ahora DJ, escritora y empresaria. Paris Hilton lo cuenta sin pudor porque también se vive de contar la vida. Después de su primogénito, nacido de mujer de alquiler, ha admitido que su sueño siempre había sido tener una hija, por eso ha descartado 20 embriones: porque son varones. Así, es como Paris tendrá su ansiada hija a la que llamará London, su ciudad favorita. No me quiero imaginar dentro de unos años cuando en la vida de London se cruce la ideología de género y de repente decida que se siente hombre y que quiere llamarse Kentucky para dejar de ser mujer. Pabernos matao.
Sin embargo, el pueblo llano aunque a veces podamos resultar extravagante y un poco hortera, en ningún caso llegará a las excentricidades que se suceden casi a diario en aquellos que tienen el dinero como castigo. El común de los mortales nos levantamos cada mañana, con o sin esfuerzos, pero con la mente puesta en llegar al trabajo, cuidar a nuestra familia y conseguir rozar la tarde con un poco de tiempo para uno mismo o los demás, añadiendo a esto la muy a menudo ardua tarea de hacer de tu casa un hogar, sin que por ello nadie muera en el intento. Si a eso le sumamos ir al supermercado o repostar en una gasolinera, entonces ya sí caemos en lo carísimo que está todo, en lo rápido que se va el poco dinero qué ganamos y cuánto cuesta vivir. Poco importa que haya personas repartidas por el mundo sin saber en qué gastarse la cantidad ingente de millones que acaudalan. Salvo para llevarte las manos a la cabeza por esa absurda obsesión de llenar las pantallas y los titulares con acontecimientos que nos parecen de película de dudoso argumento. Como aquel multimillonario turco que ha querido complacer a su joven mujer rusa de 23 años que en menos de 12 meses han tenido más de 20 hijos por mujer de alquiler. Su objetivo es ser la familia más grande del mundo, llegando a los 100 hijos. Me resulta aterrador.
Viendo el triste panorama que nos rodea en el que cada vez hay menos hijos y más mascotas, parece absurdo emplear millones y millones de dólares en tamaño propósito, o quizá mejor, despropósito. Porque la maternidad (y también la paternidad, recordemos que sin ellos no hay vida que valga) es algo absolutamente delicado y trascendente.
Qué pena que en 1965, por el Plan de Estabilización Español (que pretendía acercar España a Estados Unidos, entre otros) se dejase de celebrar el día de la Madre el 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción, la madre celestial de todos los hombres. Ahora si le preguntásemos a cualquier ricachón sobre la madre del cielo, te hablaría de SpaceBorn y esos inventos de madres galácticas. Para que después te digan que tu fe es un cuento.
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